El estreno de John Wick 3. Parabellum llega precedido por su fama, la de ser la película que le impidió a Avengers Endgame mantenerse al tope de la lista de películas más vistas en los Estados Unidos por cuarta semana. No es poca cosa. Siete días después aterriza en las salas locales y aunque parece improbable que el fenómeno se replique por acá, habrá que ver qué pasa.
Fiel a sus principios, esta tercera parte de la saga viene a ofrecer más de lo mismo. La afirmación no parece ser nada de elogiosa, sin embargo lo es. Al menos de forma parcial. Es que las dos películas previas, protagonizadas por este eficaz sicario retirado al que las circunstancias obligan a volver a poner en práctica sus habilidades asesinas, consiguieron llamar la atención a partir de un meritorio trabajo de puesta en escena, que hizo del uso virtuoso del movimiento su principal recurso. Puede decirse que en ese plano es donde se encuentra lo mejor de la saga y es justamente ahí donde, por momentos, John Wick 3 ofrece algunos de los puntos más altos dentro de la trilogía.
En la primera parte, estrenada con el título de Sin control (2015), John Wick atraviesa el duelo por la muerte de su esposa, responsable de sacarlo del crimen. Pero el hijo de un mafioso y su bandita entran a su casa sin saber quién es, le roban el auto y matan a su perrita, regalo de la difunta. ¡Para qué! Ese punto de partida, absurdo pero autoconsciente, da lugar a una de las matanzas más entretenidas del cine del siglo XXI. La parte dos arranca pocos minutos después del final de la primera y fracasa con dignidad en el intento de superar lo visto, creando una organización criminal con leyes propias que engloba a todos los asesinos del mundo. Contra ellos se enfrenta ahora Wick.
Como las anteriores, John Wick 3 es algo así como un western y comedia de artes marciales, que alcanza todo su potencial en las escenas de acción. Durante la primera secuencia se ve de modo fugaz en una pantalla gigante de Times Square, la clásica imagen de Buster Keaton sentado en la trompa de la General. El detalle es la mejor clave para disfrutar de la película: acá también hay pasión por convertir al movimiento en el protagonista.
Es difícil encontrar en el cine reciente escenas que combinen una dinámica kinética tan precisa con una ultraviolencia desatada, pero que aún así puedan ser vistas como piezas perfectas de comedia física y humor negro. Eso ocurre con las secuencias de acción de John Wick 3, sobre todo con las de la primera mitad. Luego la progresión se estandariza, aunque siempre signada por un crescendo marcado por la cantidad de cuchilladas, golpes y disparos de armas cada vez más grandes que el protagonista necesita para acabar con ejércitos enteros. Un delirio precioso interrumpido cada tanto por fragmentos, digamos, dramáticos, que solo parecen estar ahí de relleno, para justificar lo otro, lo disfrutable, lo que todos preferirían seguir viendo. Una de piñas y tiros que lleva al límite las reglas del género, pero sin traicionarlas.