“A todo mundo le encanta la historia de un buen timo, desde el brillante ardid hasta la caída inevitable. Por eso, nos zambullimos de lleno en la primavera de la estafa redimiendo a algunas de las más grandes embaucadoras que han existido”, ofrece la web de curiosidades Atlas Obscura, que recientemente ha inaugurado una encantadora sección temática dedicada a rescatar del olvido a villanitas de carne y hueso. Embaucadoras ejemplares si se quiere, que lejos de ser ángeles del hogar, rompieron amarras con el corsé de época y desarrollaron artimañas por demás ingeniosas, suficientemente meritorias para recibir las loas que le ofrece la mentada publicación en las biográficas líneas de la flamante Female Scammers, mononamente ilustradas por la artista estadounidense Sarah Ferone. En materia, hay de todo como en botica; aunque el común denominador es la astucia y el arrojo. Además, claro está, de un especial talento para el delito. 

Un caso es el de Barbara Erni (1743-1785), una huérfana de Liechtenstein, y su curioso y muy eficaz truquito para saquear fondas de toda Europa, que le permitió amasar considerable fortuna en sus días. Cuenta la leyenda que la muchacha de cabellos dorados (que le valieron el mote de “Golden Boo”, dicho sea de paso) solía viajar con un baúl pesadísimo, hospedándose en posadas donde solícitamente requería que su equipaje quedase a resguardo en la habitación más segura del recinto, bajo llave, con el pretexto de que contenía objetos valiosísimos. Ni bien caía la noche, el “tesoro” cobraba vida: del baúl salía su secuaz, un hombrecito de pequeña estatura o quizás un niño, que raudamente robaba lo que encontraba a su paso, y junto a Erni se daban a la fuga, hasta dar con la próxima posada. Durante 15 años mantuvo el ardid la fortachona Barbara, capaz de trasladar la pesada maleta hasta el venidero sitio, y al ser atrapada finalmente y declararse culpable, fue condenada a muerte por decapitación; se dice que fue la última persona que padeció la pena de muerte en Liechtenstein. 

Rescata además la sección la rocambolesca historia de Thérèse Humbert, una embustera crónica que justificadamente ha inspirado películas y libros, nacida en Toulouse, Francia, en una familia campesina. A fines del siglo 19, esta mujer gala llegó a ser miembro prominente de la aristocracia francesa, en cuyo lujoso apartamento se paseaban presidentes y primeros ministros ¿Cómo logró tamaño ascenso la Gran Thérèse, como se la conocía? Convenciendo a bancos que le dieran jugosos préstamos, alegando que en breve recibiría grandes sumas de un millonario norteamericano, que la había puesto en su testamento tras ella salvarle la vida. Contaba la astuta señora que, en un cofre cerrado de su hogar, estaban los papeles que certificaban sus dichos, y que devolvería los préstamos con grandes intereses. Cuestión que logró Humbert llevar adelante un fraude financiero peculiarísimo que la convirtió en señora exuberantemente rica: joyas, palcos de ópera, castillos y sombreros de pluma, nada le faltó en vida. Pero, claro, al final se supo que el millonario norteamericano era ficticio; se lo inventó Thérèse, que acabó siendo descubierta y puesta tras las rejas. Por cierto: cuando la justicia abrió el famoso cobre en una apertura muy pública, frente a casi 10 mil personas, en la caja sí había papeles: de un periódico viejo, además de una monedita italiana y un botón añejo…