La investigación es el primer rasgo de la estructura. En la Varsovia contemporánea Blanca recorre las zonas del ghetto. En ese deambular continúa una pedagogía incansable que el viejo cartógrafo realizaba en los años del nazismo. Esa mujer interpretada por Elena Roger hace del acto de caminar el aprendizaje del método que el cartógrafo destinaba a una adolescente que aceptaba su deseo desmesurado de hacer un mapa de la masacre. En el riesgo que en la niña es una condición ineludible para participar de esa tarea didáctica, Juan Mayorga funda el soporte de la dramaturgia de El cartógrafo porque las demás escenas van a referirse a esa pedagogía, a reproducirla y descifrarla.
Blanca será como esa niña al recorrer los archivos, comparar los mapas y mirar la ciudad. La voz del viejo resuena como el pasaje de la memoria a la escritura que funda ese proceso de selección ya que un mapa no puede contenerlo todo y la mirada del enemigo siempre está marcando los limites de su confección.
Blanca inventará el mapa de su duelo privado porque entiende que esos recorridos, esos detalles que alguien supo ver, pueden ser la explicación de un drama interno. Un mapa es también el dibujo de una narración, una especie de diario o testimonio y Blanca vivió su Hiroshima, al igual que la protagonista de la película de Alain Resnais.
Con la aparición de Deborah, que Ana Yovino encarna con una sensibilidad herida, con el impulso de quien sabe que en ese ser habitan demasiados personajes, los hechos empezarán a descubrir su valor de verdad. Ella cuestiona si la memoria no debe contarse como ficción, si la literalidad del dato no es, en realidad, engañosa. Mayorga presenta una dramaturgia compleja que piensa los temas desde una noción de temporalidad similar a la que plantea el filósofo francés Alain Badiou donde las personas atravesadas por un mismo drama se vuelven contemporáneas aunque habiten tiempos diferentes.
Las similitudes entre la niña, Deborah y Blanca se dan por esa voluntad pedagógica del cartógrafo que las une. Investigar es aprender y el propósito de leer y diseñar un mapa funda las continuidades entre las tres mujeres. Hay en ellas un proceso de duelo que va de la tragedia colectiva a la intimidad familiar, como si el dramaturgo español entendiera en ese desplazamiento de lo histórico a lo íntimo la clave de esta época.
Elena Roger se acerca sigilosa a Blanca, con un cuidado supremo. En esa distancia que la actriz y el personaje ejercen con una resistencia precisa también está el momento donde el dolor explota. Un poco porque Roger es una actriz que busca siempre los costados más inesperados al momento de abordar sus personajes, como si entrara a un territorio desconocido o como si la actuación o el teatro en su totalidad debieran ser develados al igual que ese mapa pintado en el suelo del escenario.
La puesta de Laura Yusem requiere de esa convivencia en un mismo espacio, porque la idea es discutir dónde quedó ese pasado en la Varsovia de hoy. La lógica de la huida impulsa las decisiones de las protagonistas. La niña debe recorrer el ghetto para dibujar el mapa. Deborah huye siempre, del ghetto, de la burocracia del socialismo, de las personas que le hacen preguntas y Blanca trata de pasar la menor cantidad de tiempo con su marido y busca en sinagogas, en museos, en exposiciones y en esa calle que no quiere decirle todo lo que ella desea, pensar en las otras ciudades donde vivió. La estructura de El cartógrafo es benjaminiana, guiada por los antiguos y nuevos modos de ser refugiados, por una necesidad de partir y por las variedades del recuerdo, de esos espacios que en cada situación de fuga se vuelven interioridad.
El cartógrafo se presenta de jueves a domingos a las 20:30 en el Teatro San Martín.