Flor Codagnone dice que hubiese preferido que su nuevo libro Filos (poemas sobre violencia contra las mujeres) no exista. Porque estos poemas están basados en femicidios y abusos reales. Ella dice que, en términos personales y políticos, algo se desgarró con los femicidios de Daiana García y Melina Romero. Daiana, de 19 años, fue hallada dentro de una bolsa cerca de una ruta en Lavallol en marzo de 2015. Melina Romero tenía 17 años y en septiembre de 2014 su cuerpo golpeado y violado fue abandonado en un arroyo de José León Suárez.
Claro que hubiese sido mejor no tener que escribir estos poemas. O en todo caso, no destinarlos a la sangre derramada. Pero alguien tiene que decir qué es lo que subyace debajo de cada nombre, de cada chica que no volverá a sonreír ni a decidir nada. Porque la mataron. “Cada cadáver de mujer, soy / cada cadáver de mujer, soy / cada falta, cada mujer que falta”, dice Flor en el primero de estos 17 poemas, editados por Pánico el Pánico. Dieciocho si se agrega el texto dedicado a la dirigente jujeña Milagro Sala, que vive pero está presa con causas que cambian de nombre y de juzgado. La violencia patriarcal también es eso.
Codagnone se reivindica como poeta, militante, feminista. Y esa triple convicción recorre cada uno de estos textos. “La poesía es un acto político porque implica decir la verdad”, apunta uno de los epígrafes de June Jordan, a quien Flor viene traduciendo desde hace cinco años. En estos poemas, hay una zona donde la verdad es dolorosa. Pero aun así, la decisión es nombrar esa verdad. Porque en ese tránsito, cada verso restituye una zona de visibilidad, necesaria cuando la poesía es una forma de denuncia.
El yo poético habla aquí desde una primera persona. Es la voz de cada mujer asesinada: “Fue a la vista de todos: / mi sexo no es falta”, “Morí en manos del poder”, “Un río de sangre fluye en mí hasta ahogarme”. Si la poesía es la pequeña voz del mundo, como sugiere Diana Bellessi, entonces adquiere su mayor grado de lirismo en tanto tenga una oreja puesta en la oralidad, en lo que se dice y también en lo que no se dice. Aquí, además, la poesía amplifica la palabra. Porque quien escribe pone el cuerpo en la escritura: la voz y el cuerpo propio, la voz y el cuerpo de las que no están.
Además, los poemas indagan en esa condición de cada mujer muerta-aparecida-encontrada como un fantasma que los medios convierten en mito, buscando apaciguar intolerable. Eso se logra repitiendo el nombre de la víctima muchas veces, repitiendo su imagen robada de redes sociales muchas veces, como un conjuro perverso que busca aplacar la furia, quitarle a un nombre toda su potencia singular. Es de lo que habla uno de los poemas finales: “Dicen que soy la muerta-aparecida / la encontrada-muerta / eso dicen los medios / que me siguen asesinado”.
Contra ese asesinato repetido, las mujeres, lesbianas, trans y travestis nos levantamos, denunciamos, nos movilizamos y transformamos la primera persona del singular en un nosotras que une las piezas, que las vuelve a bordar entre las cicatrices y las costuras, como hace incluso la mujer que aparece en la portada del libro, su contorno convertido en hilo para que la podamos encontrar o para que ella pueda decirnos dónde buscarla.
Flor nombra a estas mujeres, que de manera más sesgada, desde un espacio más íntimo, aparecían en poemarios anteriores: Mudas (2013), Celo (2014), Resto (2014) y Diario poético en tiempos macristas, publicado el año pasado. Así su palabra filosa, las trae, las liga a la zona de la que no debían irse. Estos poemas no deberían haber sido escritos, no. Pero están aquí con la potencia de la memoria política. Y para que en ese tránsito de la escritura a la militancia, de la rabia a las calles, de yo en singular a la organización en plural, también estén estas mujeres. También vuelva su palabra, restituida y ojalá, liberada.