Gisela tiene 22 años y es de Maipu, Mendoza. Creció con sus abuelos en los viñedos.
Nos cuenta que ella y sus abuelos son contratistas, se encargan de podar las viñas, atar, regar, abonar, hacer todo el trabajo. Trabajan por un porcentaje de lo que producen: “Si de la cosecha se saca 50.000 kilos de uva, a nosotros nos pertenecen 15.000; el resto es para el dueño de la tierra que no ha trabajado nada”.
“Siempre he sido viñatera”, afirma. El trabajo de la uva es duro, en particular las áreas específicas que requiere la producción durante los meses de invierno. Al preguntarle cómo es un día suyo de trabajo, nos dice “el tipo de trabajo depende de las estaciones. En esta época del año, los viñateros y viñateras se dedican a la riega y se planta cebada como abono natural. Una vez que esté por florecer se la machuca toda en la tierra y se la usa de abono. Después viene la poda, cuando ya empieza a helar. Luego le llega el tiempo a la “tiroñada” que es sacar lo que no van a servir al próximo año, y que le sigue “la atada”, que es envolver cada cargador a un alambre para que esté firme para que cuando cargue la uva, no se caiga. Esos son los trabajos más pesados de la uva, porque se hacen en invierno, salís con 0 grados a trabajar y tenés poco tiempo para hacerlos. Luego viene la desbrotada. Es un trabajo de todo el año y se recauda en esta época, una sola vez al año”. Ella no ha tenido una tarea específica por ser mujer, de pequeña acompaña a su abuelo en todo el ciclo de la producción de la uva: “Al ser mi abuelo mayor, compartía conmigo todas las tareas”.
Gisela cuenta que las mujeres viñateras sufren una serie de exclusiones cuando lo que está en juego es la producción, la negociación de los porcentajes con los dueños de la tierra y el pago de la cosecha. Estas exclusiones no se restringen a la discusión sobre la producción, también se extiende a la vida cotidiana y las cuestiones de la reproducción de la vida. “Si la mujer le dice al patrón que necesita plata para el medicamento de los chicos, el dueño le responde ‘decile a tu marido que me llame’”. Pero no es esta la única exclusión, las mujeres también se quedan por fuera de los trabajos registrados que son pocos y por lo general son hombres.
En Beltrán, donde vive, hace apenas unos meses abrieron una base de la UTT, de la que participan 45 familias. Las bases son donde los campesinos y campesinas, chacareros y chacareras se reúnen para definir en conjunto cómo intervenir frente a las situaciones que afectan al sector. Nos cuenta que en Mendoza hay alrededor de 5 bases, en Guaymallén, Lavalle, Maipú y otros lugares. En la provincia se nuclean alrededor de 400 familias. “Nuestro principal objetivo es conseguir tierras para poder producir nosotros”.
Hace poco comenzaron a construir un espacio de género para poder primero brindar información a las mujeres en la zona donde vive, y también acompañarlas cuando enfrentan situaciones de violencia física o psicológica. Las estrategias son variopintas, de acuerdo al caso, que incluye intervenir puertas adentro, en la esfera la domesticidad. La construcción de confianza entre las campesinas y entre las chacareras es parte de esta estrategia, para que se animen a hablar, como punto de partida para transformar sus vidas cotidianas.