Será por el carácter rememorativo del espectáculo que compartimos con Margarita Bali estos días, que me propuso revisitar mi pasado, será el reciente encuentro con ex compañeras de la Escuela Nacional de Danza, pero me resultó inevitable viajar a los ´80 y gritar ¡Fame!

Esa película que proponía a un grupo de estudiantes de una escuela de artes neoyorquina tomar las calles bailando y cantando. Sí, corrían los ´80, corría mi temprana adolescencia y esa doble vida que me significaba concurrir por la mañana a un colegio privado monocromado de señoritas, y por la tarde a la pública heterogeneidad de la Escuela Nacional de Danzas, corrían las contradicciones y los sabores nuevos, las identificaciones y los deseos, y también empezaba a correr la democracia.

Y ese universo que proponía primero la película de Alan Parker, y luego la serie de televisión donde en los pasillos de esa escuela se mezclaban el sonido de un violonccelo, junto con la emblemática frase de la maestra de danza diciendo: “si quieres fama aquí es donde empiezas a pagarla” (o algo así), y el piano de una clase de ballet junto a testosterónicos saltos de un negro hermoso, y textos de Shakespeare, y sobre todo tanta energía, no lograban otra cosa que hipnotizarme frente a la pantalla y viajar con ese tema de Irene Cara donde habla de alcanzar el cielo y volar. Todos los condimentos indispensables para que un protozoo de bailarina soñara despierta con danzar hasta morir.

Como una inyección de adrenalina pasaban a nuestras venas esos gritos primitivos de la canción: I´m gonna live forever, I´m gonna learn how to fly high, porque en rigor de verdad, hay que vencer con fuerza la rutina repetitiva de la clase de danza, la disciplina ineludible de la práctica del ballet, las corridas entre una escuela y otra. Pero ese grito al aire le daba sentido a todo, y prometía Danza y Libertad. Valores claves para este grupo de adolescentes que compartía sus tardes en la María Ruanova.

Pero en nuestro país las realidades son diferentes y contamos otras historias. No salimos a gritar quiero Fama, sino quiero Educación. Por eso recuerdo un día que tomamos la calle Esmeralda, pero para reclamar por el estado de las aulas, el edificio, quizás el presupuesto (era chica, no recuerdo exactamente aunque lo puedo imaginar, una realidad no muy lejana a la de nuestro presente) y en una mezcla rara de militancia y evocación a Fama bailamos en esa calle lejos de Nueva York.

Pero ese mismo país tiene una Universidad De Artes única en Latinoamérica de la cual me siento orgullosa, donde se huele trabajo y perseverancia en sus pasillos también. Y seguimos tomando las calles pidiendo que se escuche a la danza entre otras artes y se haga cultura.

Ayeres y hoyes mezclados, repitiendo, mejorando, volando alto, no detrás de la Fama que sería un error del ego, sino más bien de reivindicar la libertad de expresarnos artísticamente en el contexto de nuestra cultura. En ese sentido prefiero otra canción ochentosa, “Let´s dance”, de David Bowie, pero eso sería desviarme a otro tema musical y artista admirado. Recomendación: a BAILAR donde sea!! Que la danza salva.


Gabriela Prado es bailarina, coreógrafa y docente investigadora. Nació en Buenos Aires. Ganó la Beca Guggenheim a la creación artística 2006, y de la Fundación Antorchas para estudios en el exterior: Viena, Nueva York, San Francisco, Berlín, Amsterdam, Bagnolas, La Haya. Integró el Ballet de Danza Contemporánea del TGSM y Nucleodanza, grupo con el cual participó de numerosos festivales y giras internacionales. Ha dirigido obras para el Ballet de Danza Contemporánea del TGSM recibiendo el premio Teatro del Mundo, la Compañía de la UNA, el CETC del Teatro Colón. Actualmente coprotagoniza la versión revisitada de Doblar mujer por línea de puntos, de Margarita Bali, estrenada originalmente en 1995. Se podrá ver todos los sábados de junio en el Teatro Payro, San Martín 766. A las 19.