Roberto Goyeneche es un artista inimitable. Su riqueza técnica sumada a su fraseo singular, capaz de subrayar palabras, estirar silencios y multiplicar emociones y significados, edificaron a un cantor que trascendió los límites del tango. Con Troilo, Salgán y Piazzolla, entre otros, o como solista, enriqueció un repertorio popular y universal. Cuando están por cumplirse 25 años de la muerte del Polaco, Caras y Caretas lo homenajea con una edición especial que estará mañana en los kioscos, opcional con PáginaI12. 

María Seoane escribe un recuerdo tanguero de la niñez sobre la predilección de sus padres por el tango clásico en detrimento de Piazzolla. “Un día, dispuesta a todo para zanjar esta discusión con mis padres, los invité a comer. Y, en la sobremesa, puse ‘La última curda’ cantado por el Polaco Goyeneche con Piazzolla en el bandoneón. ‘Papá, ¿bailamos?’, pedí. Lo hicimos. Cuando pudo contener su emoción, mi madre se dispuso a dar la última batalla: ‘Ese no es Troilo’. ‘No –dije–, es Piazzolla.’ Y entonces ambos lloraron sin vergüenza. De alguna manera estaban zanjando años de ausencia y distancia sufridos por mi exilio. ‘Tenés razón’, dijo mi madre. ‘Todo es tango. La vida es un tango, bailado o no.’”

“El Polaco –escribe Felipe Pigna– impuso un estilo único y, como decía Gardel de sí mismo, no cantaba los tangos, los interpretaba, pasaban a través de él y nos los traducía con toda su magia, claro que como le pasaba al Mudo, algo se le quedaba dentro, esa magia intransferible.”

Desde la nota de tapa, Diego Fischerman sostiene: “Si algo distinguió a Goyeneche a lo largo de su carrera fue la manera en que se apropió de algunas canciones. La forma en que sus interpretaciones quedaron para siempre como el único modelo posible. Todo lo que cantó lo hizo suyo”.  

Sergio Pujol escribe sobre el Polaco y su época y señala un punto de inflexión en su carrera: “Al emanciparse de las orquestas canónicas Goyeneche devino solista, dejando así de ser un ‘cantor de orquesta’ para ingresar a la condición de ‘cantante con orquesta’. En términos cronológicos, podría decirse que destacó en el peor momento del tango, cuando, arrinconado por otras músicas, el género se convirtió en un réquiem de sí mismo hasta terminar refugiado en Grandes valores del tango”.

Ignacio Varchausky analiza la extensa obra de Goyeneche y Vanina Steiner recopila testimonios de músicos y periodistas que trabajaron con él, como José Colángelo, Víctor Lavallén, Oscar del Priore, Esteban Morgado y Daniel Binelli.

Mariano del Mazo escribe sobre los grandes cantores del tango, entre los cuales, “profundamente gardeliano y moderno, con una gran sentido de la melodía y fraseador visceral a partir de los 80, profesional y bohemio, Roberto Goyeneche aparece como una soberbia síntesis de una tradición exquisita que se encuentra, ya en el siglo XXI, en plena reformulación”.

Si en los 90 la escena del tango estaba en crisis, “múltiples deseos individuales, espacios como la Escuela de Música Popular de Avellaneda y un cambio cultural que comenzó a desarticular aquella absurda rivalidad entre el tango y el rock alimentaron un escenario muy diferente. No sólo surgieron nuevos músicos y proyectos, también una genuina avidez por reencontrarse y aprender de un legado riquísimo y, al mismo tiempo, la voluntad de apropiárselo y extenderlo a su manera”, relata Sebastián Feijoo en su nota sobre voces contemporáneas del tango. 

Eduardo Berti escribe sobre la relación del Polaco con Aníbal Troilo, y Fischerman sobre la relación con Piazzolla. Sobre Goyeneche y el rock, Gabriel Plaza cuenta que el Polaco “fijó postura frente a esa nueva generación, que venía inventando un nuevo lenguaje urbano desde fines de la década del 60. ‘Para mí fue un padre espiritual’, repitió en varias oportunidades Fito Páez. El rosarino se hizo amigo de la familia y llevó al Polaco a pasearse por salas rockeras. La popularidad del cantor creció entre los jóvenes de los 80, que se identificaban con la bohemia, la sabiduría barrial y la autenticidad de los tangos que cantaba”. Damián Fresolone recopiló testimonios de artistas que retoman el legado de Goyeneche, como Peteco Carabajal, Teresa Parodi, Ariel Ardit, Patricia Malanca y Hernán de Vega.

Diego Igal escribe sobre las incursiones del Polaco en cine y TV y Alejandro Fabbri cuenta la relación de Goyeneche con Platense, el club de sus amores. Mientras que Irene Amuchástegui se dedica a desarrollar la proyección internacional del artista. En la página policial, Ricardo Ragendorfer escribe la crónica de un imitador de Nito Mores que terminó sus días trágicamente. Esta edición se completa con entrevistas con Adriana Varela (por María Eugenia Rossi Gallo) y Litto Nebbia (por Virginia Poblet): un número imprescindible, con las ilustraciones y los diseños artesanales que caracterizan a Caras y Caretas desde su fundación a fines del siglo XIX hasta la modernidad del siglo XXI.