“No vamos a pedirle préstamos al FMI.” 
Mauricio Macri, marzo 2016.


El FMI sólo puede pedirle medidas a los países que tienen un programa de financiamiento y ahí empieza a marcar la cancha. Nosotros no tenemos programa con el FMI ni vamos a tener”, Nicolás Dujovne, marzo 2017.

El Bicentenario de la Patria fue una fiesta popular en mayo de 2010. Un millón de personas se volcaba a las calles a celebrar ese acontecimiento histórico. En mayo de este año se cumple otro aniversario: el regreso al Fondo Monetario Internacional a la Argentina. En este caso no hay nada para festejar. El 8 de mayo de 2018, el Presidente Mauricio Macri anunció “he decidido iniciar conversaciones con el Fondo Monetario Internacional para que nos otorgue una línea de apoyo financiero”. La corrida cambiaria, iniciada por el JP Morgan, había forzado al gobierno a utilizar la bala de plata. El 20 de junio, el directorio del FMI aprobó el stand by. Era el primer programa condicional otorgado a un país sudamericano después del acuerdo firmado con Perú en 2007.

Desde entonces, el Fondo tomó el comando directo de la economía argentina. Es cierto que no existían mayores diferencias con la hoja de ruta trazada por la Alianza Cambiemos. En ese sentido, la titular del Fondo, Christine Lagarde, declaró que “el Gobierno solicitó el respaldo del FMI para llevar a la práctica sus propios planes de política. La aprobación es una clara evidencia de la confianza de la comunidad internacional en la reforma argentina y un apoyo al plan económico respaldado por el Fondo”.

El rumbo neoliberal es compartido de los dos lados del mostrador. Aún así, las urgencias electorales generan periódicas tensiones en esa relación simbiótica porque -contradiciendo el diagnóstico oficial- el acuerdo con el Fondo no tranquilizó a “los mercados”. Los investigadores del Centro de Economía Política Argentina (CEPA) repasaron la evolución de un conjunto de indicadores económico-financieros desde la firma del stand by. El resultado es categórico: todos empeoraron (ver cuadro).

Por otro lado, el grave deterioro del cuadro económico se llevó puesto a dos titulares del Banco Central: Federico Sturzenegger y Luis Caputo. El “Messi de las Finanzas” apenas se mantuvo 103 días al frente de la entidad. El despido de Caputo, por orden directa del FMI, viene a cuento con lo que pasa en estos días. Como se sabe, la venta masiva de dólares del BC (en junio de 2018) disgustó al organismo. El enojo de Lagarde estaba en línea con que prescribe el Artículo VI del Convenio Constitutivo del FMI: “Ningún país miembro podrá utilizar los recursos generales del Fondo para hacer frente a una salida considerable o continua de capital, y el Fondo podrá pedir al país miembro que adopte medidas de control para evitar que los recursos generales del Fondo se destinen a tal fin”. En otras palabras, los dólares prestados no deben financiar la fuga de capitales. Ahora, el organismo autorizó una mayor intervención en el mercado cambiario. La explicación del viraje es política: una nueva disparada del dólar dejaría fuera de juego al macrismo. El mal uso de las reservas colocaría a la Argentina más cerca de la cesación de pagos. Si eso ocurre, el FMI será corresponsable

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