El miércoles 8 de mayo viajó a la noche a Córdoba para dar, a la mañana siguiente, una conferencia magistral –titulada “Defender y juzgar con perspectiva de género”– en las IX Jornadas Nacionales de Abogadas organizadas por la Federación de Asociaciones de Colegios de Abogados. Una semana después, volvía a subirse a un avión pero esta vez rumbo a Francia para teñir de verde la alfombra roja del Festival Internacional de Cannes, en Francia, en el estreno mundial del documental “Que sea ley”, del cineasta argentino Juan Solanas. Así es ella: va y viene, con sus militancias a cuestas.
Es experta en Derecho de Familia. Pero sobre todo, a punto de cumplir noventa años, Nelly Minyersky es una todo terreno: milita causas de derechos humanos y feminismo, en la calle, en ámbitos legislativos y en organizaciones de abogadxs, además, sigue al frente de su estudio, y da clases en la Facultad de Derecho de la UBA, donde dirige el posgrado interdisciplinario de Políticas Sociales Infantojuveniles. Desde 2017 es también presidenta del Parlamento de las Mujeres de la Legislatura porteña.
Al son del crecimiento de la marea verde, se convirtió en ídola de las pibas, que la escuchan como a una vieja sabia. “Me ven como pieza de museo”, dice divertida y no deja de sorprenderse por su repentina popularidad. Se hizo famosa cuando se la vio entre miles de jóvenes que participaron en la vigilia del histórico día en que la Cámara de Diputados dio media sanción al proyecto de ley de legalización del aborto, en la mañana del 14 de junio y saltó de alegría y emoción entre esa multitud que festejaba. Hoy, aunque no lleve el pañuelo verde, la gente la reconoce y la felicita, le agradece o le desea que le vaya bien en Cannes. Cuando va a congresos, donde suele ser expositora, le piden selfies. “Por favor Nelly, cuídate, te necesitamos”, le dijo una mujer, días atrás, cuando salía de una farmacia. Entre sus múltiples ocupaciones, fue una de las redactoras del proyecto de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, que vuelve a presentarse.
A lo largo de su vida batalló por acceder a lugares de poder, históricamente ocupados por varones. Y fue abriendo camino. Fue la primera mujer que presidió la Asociación de Abogados de Buenos Aires (ABBA). “Siempre los cargos importantes que tuve me los dieron, creo, a pesar de ser mujer. Lo que me di cuenta es que les molestaba mucho que como mujer, pudiera ser presidenta de una institución como la AABA, y al mismo tiempo seguir con la academia, el estudio jurídico, y tener militancia gremial. A los hombres les cuesta desdoblarse así, como estamos acostumbradas las mujeres”, dice. Sigue trabajando en las comisiones de la Mujer de la AABA, y de la FACA. Este año, después de diez años de lucha, lograron la reforma del estatuto de la FACA para que se incorpore la paridad de género en los órganos de conducción. “En 2012, en la asamblea de la FACA había 50 hombres y dos mujeres, pedíamos un cupo del 30 por ciento y perdimos por amplia mayoría”, recuerda. Los tiempos cambiaron.
No hace tanto, cuando accedió a la presidencia del Tribunal de Disciplina del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal , mientras la felicitaban, le comentan que había habido un acuerdo por el cual ella tenía que ser vicepresidenta el primer año y recién en el segundo, presidenta.
–No podía creerlo. Me negué. ‘O asumo o me voy. Mi nombre estaba en los papeles’, les dije. Ese arreglo había sido hecho a espaldas mías. Por ser mujer, nunca me consideraban para las roscas políticas. Yo tampoco pude penetrarlas. Es una discriminación larvada. Pienso también en los comportamientos en congresos de Derecho… muchas veces tuve que escuchar: “A ver Pila y las chicas … siempre con el tema de alimentos”. A ningún abogado varón le dirían así. Pero no reaccionábamos. Es lo que Gramsci dice en relación al sometimiento… estás segura con el sometimiento. Hay ahí algo que también sentí como tesorera y vicepresidenta del Colegio Público de Abogados. Los lunes yo no existía en toda la sesión del Consejo Directivo porque sólo se hablaba de fútbol. Eso unía mucho más, fuera de la corriente ideológica que fuera. Había un entramado entre los hombres hablando de fútbol, que me dejaba afuera, muy afuera, porque yo no sabía del tema. Recuerdo que cuando fui tesorera del Colegio Público de Abogados, un día viene a verme un colega muy aristocrático, con tradición de abogados en su familia y me pregunta, cómo había hecho para llegar a ese cargo… No me lo dijo directamente pero estoy segura de que le llamaba la atención que una mujer, judía y de izquierdas, ocupara ese lugar. Voy recordando situaciones… Hace algunos años, un miembro del Tribunal de Disciplina del Colegio de Abogados, un radical de derecha, nos invita a todos los miembros a una reunión de fin de año en su casa. En el brindis, celebra todo el año de trabajo y dice que cuando supo que yo también iba a integrar el Tribunal, pensó que se iba a encontrar con “una especie de vieja abortera” y se sorprendió que podíamos encontrarnos en el Teatro Colón, hablar de literatura, y que no tenía pelos en el bigote. Le respondí que no podía ser abortera porque era abogada y no médica, que si hubiera sido médica, hubiera sido abortera. Pero en su cabeza no podía concebir que con mis ideas, pudiera ir bien vestida, también hablar de ópera, conocer a Mozart e ir al Colón.
Se casó muy joven, a los 18 años, tal vez para irse de su casa materna, piensa.
–Me casé con mi primer novio, sin saber qué era ser mujer, cómo era el placer … Al poco tiempo quedé embarazada de mi primer hijo. Estaba ya estudiando Ingeniería, pero tuve rubeola durante el embarazo, y mi hijo nació con muchos problemas de salud. Y tuve que dejar la facultad para cuidarlo. Había elegido Ingeniería, creo, por admiración a las ciencias duras. Quería ser ingeniera hidráulica, en las ciencias duras estaba el progreso, pensaba entonces.
Su primer hijo nació cuando ella tenía 19, y con 20 años, tuvo a su segunda hija. Su marido era ingeniero, 16 años mayor que ella.
–Para mí era una gran frustración no estudiar. Así que a los 27 años, ya casada y siendo madre de dos hijos pequeños, decidí que iba a ser abogada. Empecé la carrera de Derecho en 1957. Mi pensamiento era que tenía que elegir una carrera que me permitiera cuidar a mis hijos. Y eso que tenía un marido colaborador. Pero en aquel momento a las mujeres no se nos ocurría compartir las tareas de cuidado. La crianza solo estaba en la cabeza de la madre. Me gustaba también Biología, pero pensaba que me iba a insumir más dedicación, por trabajos prácticos y esas cuestiones, y me iba a quitar tiempo para estar con mis hijos. Hay conductas que una asumía sin darse cuenta.
Se separó y algunos años después se puso en pareja con Alberto Pedroncini, un incansable luchador por los derechos humanos. Estuvieron juntos desde 1975 hasta el 2017, cuando falleció a los 94 años.
Hoy, cuando puede ella se escapa de viaje con su hija, Marcela, que vive en Bariloche, y con alguno de sus tres nietos. Siempre lleva en la valija un juego de scrabble. En su último viaje, a Cannes, lamentaba haberlo olvidado. Pero en sus ratos libres aprovechaba para leer a la escritora nigeriana feminista Chimamanda Ngozi Adichie.
Sus abuelos maternos tenían un almacén de barrio, en la ciudad de Tucumán.
Su padre, inmigrante judío, llegó en 1923 desde Rusia empujado por la miseria, y se afincó en Tucumán, donde nació ella. Al principio, salía en pijama en bicicleta a vender cosas. Llegó a ser un comerciante bastante exitoso.
–Papá me contó que él nunca se podía olvidar la sensación de hambre. Murió muy joven, a los 66 años. Y antes de morir me tomó la mano y me hizo prometerle que ningún descendiente suyo iba a pasar hambre. Mamá nació en Buenos Aires y vivió en Tucumán. Ahí se conocieron. Delante de nuestra casa, mi papá tenía su negocio. En mi familia se contaba que mi papá se enojó por tener otra vez una hija, era la segunda; pero cuando nació mi hermano, me acuerdo de mi padre gritando “¡doña Rebeca, nació un varón!”, para que se enterara la vecina. Yo tenía 4 años. Y recuerdo esa alegría, ese festejo.
Graduada en 1961, empezó a dar clases en la facultad. Pero después de la Noche de los Bastones Largos, en julio de 1966, abandonó la universidad con un grupo de profesores en solidaridad con los estudiantes y docentes apaleados. Volvió en 1973, pero en la última dictadura militar la dejaron afuera de los claustros. Regresó con la reinstauración democrática.
Su círculo más cercano la llama Pila, un apodo que trae desde que era pequeña. Se lo pusieron en su familia, porque su madre la quería con rulos, y le cortaba el pelo una y otra vez, con la esperanza de que aparecieran. “Eso era bullying”, comenta, con cierta ironía. Pila viene de pelada, revela entonces. Pero en realidad, hace honor al sobrenombre: quién podría dudar que responde a su incansable energía.