Desde Cannes
Por primera vez en los 72 años de historia de Cannes, el festival más influyente del mundo, la Palma de Oro fue para un film coreano, Gisaengchung (Parásito), del gran director coreano Bong Joon-ho. Cinematografía poderosa como pocas, plena de talentos muy diversos, la coreana es una presencia constante en Cannes, pero nunca hasta ahora había conseguido el premio mayor. El propio Bong había estado antes en el festival con The Host (2006) en la Quincena de los Realizadores, con Madeo (2009) en la sección Una cierta mirada, y dos años atrás en competencia oficial con Okja (2017), la película producida por Netflix que generó un conflicto todavía no resuelto entre el gigante del streaming y Cannes, por la negativa de la N roja a estrenar el film en salas, algo esencial para el festival francés. Pero para demostrar que en Cannes siguen pesando los autores y no los productores, Thierry Frémaux, delegado general del festival, volvió a convocar a Bong con la que quizás sea su mejor película y que acaba de ganar con toda justicia la Palma de Oro.
Gisaengchung es una película que –en la mejor tradición del cine coreano, que suele jugar muy libremente en una misma película con distintos géneros– se permite entrelazar la comedia negra, el suspenso y hasta el cine de terror para dar una visión descarnada de la lucha de clases en la sociedad coreana de hoy. No parece caprichoso que en sus palabras de agradecimiento, Bong haya mencionado la admiración que siempre tuvo por el cine francés en general y por dos de sus directores en particular: Henri-Georges Clouzot y Claude Chabrol. De hecho, aunque en la superficie son muy distintas, es posible encontrar lazos de sangre entre esa obra maestra que sigue siendo La ceremonia (1995), de Chabrol, y estos “Parásitos” de Bong, cuyo título refiere al modo en el que las clases acomodadas y económicamente exitosas del neoliberalismo consideran a la clase prestadora de servicios, ya sea en Corea o en la Argentina.
El segundo premio en importancia, el Gran Premio del Jurado, fue para Atlantique, opera prima de la realizadora franco-senegalesa Mati Diop, que aborda de manera muy original el tema de los emigrantes africanos que se aventuran por ese inmenso océano en busca de oportunidades de trabajo que no tienen en sus propios países. Un aura espectral rodea a los personajes, que parecen poseídos por una suerte de fiebre zombi, como si hubieran sido exhumados de una película de Jacques Tourneur. No hay nada de exotismo, sin embargo, en Atlantiques. Todo es orgánico y tiene ese raro misterio que solamente el cine es capaz de conseguir.
Y tuvo que ser su amigo e intérprete de tantos años y tantas películas, Antonio Banderas, quien al ganar el premio al mejor actor le impidió una vez más a Pedro Almodóvar llegar a la Palma, que no se puede compartir con otros galardones. Pero Banderas, que en Dolor y gloria está verdaderamente extraordinario componiendo a una suerte de alter ego del director manchego, sobre el escenario sólo tuvo palabras de reconocimiento para Almodóvar: “lo respeto, lo admiro, lo quiero y lo mejor de él todavía está por venir”.
El premio a la mejor dirección para los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne es, por decir lo menos, excesivo, considerando que El joven Ahmed seguramente es su película menos lograda. Y finalmente los directores belgas ya tienen en su haber dos Palmas de Oro (por Rosetta y El niño), un premio al mejor guión (El silencio de Lorna) y el Grand Prix du Jury (El niño de la bicicleta). “En un momento de crispación religiosa, nuestra película es una celebración de la vida y de las diferencias, que es lo que debe ser el cine”, señalaron los Dardenne, con su nobleza habitual.
Ese premio, en todo caso, podría haber sido para el rumano Corneliu Porumboiu o el mismísimo Quentin Tarantino, autores ambos de sendas películas que fueron omitidas del palmarés, a pesar de su notorio virtuosismo: La Gomera y Había una vez… en Hollywood. O para que subiera algunos peldaños It Must Be Heaven, notable realización del palestino Elia Suleiman, a quien el jurado presidido por el director mexicano Alejandro González Iñarritu le otorgó apenas una Mención especial.
Y si de menciones se trata, no se puede dejar de consignar que en la carrera por la Palma de Oro al mejor cortometraje, un film argentino de diez minutos ganó también una Mención especial, otorgada por un jurado presidido por la rigurosa cineasta francesa Claire Denis. Se trata de Monstruo Dios, de Agustina San Martín. Porteña de apenas 28 años, la directora se formó en la carrera de Imagen y Sonido de la Universidad de Buenos Aires, tiene ya un par de cortos previos que estuvieron en los festivales de Cartagena y Berlín y está finalizando su primer largo, Los abismos. Onírico, por momentos incluso hermético, Monstruo Dios sin embargo deja ver con toda claridad a un talento que brota.