Ya no hay camisas pardas con brazaletes rojos, ni estandartes con runas, ni brazos en alto. Los de seguridad usan traje o una remera negra con el logo del partido y entre el público había hasta barbas, raros peinados nuevos y, algo inimaginable en los viejos tiempos, tatuajes faciales. El lanzamiento de la candidatura presidencial de Alejandro Biondini mostró que quien fuera candidato a fuhrer se corrió a un nacionalismo más criollo, malvinero y sobre todo carapintada. El cambio de eje incluye tribus urbanas, bastante más mujeres de lo esperable y un corte de edades novedoso, con canosos tratando de camarada a pibes bastante fierita. Biondini, que se hacía llamar Kalki como el destructivo dios hindú y lucía un neopaganismo muy 1930, hasta invocó la protección de la virgen.
El escenario del lanzamiento fue el palacio de Unione e Benevolenza, en el espléndido aunque un poco cachuzo salón de actos. Unas cuatrocientas personas esperaban al líder entre carteles del partido Bandera Vecinal y del Frente Patriota, que reúne grupos minúsculos afines, más uno que recordaba al crucero General Belgrano. En la puerta, los custodios hablaban con policías porteños, todavía excitados porque más temprano un grupo de encapuchados les había pintado el frente con consignas antifascistas y había roto un vidrio a pedradas. Uno de traje contaba que había cerrado los portones del viejo edificio “para que los chicos no persigan a los anarcos y se los coman crudos”.
Mientras llegaba Biondini, un grupo folclórico correntino animó con guitarra y acordeón, y luego se leyeron adhesiones de varias provincias, del conurbano y de “héroes de la gesta carapintada”, los más aplaudidos. Se supo que Kalki hacía tu entrada cuando se acomodaron contra los muros filas de muchachos con tacuaras con banderas argentinas y partidarias, un viejo ritual que subsiste. Biondini finalmente llegó, de traje gris, y tardó en cruzar el salón por darle la mano a medio mundo. Todos cantaban que “se siente, se siente, Biondini presidente”.
Pero el discurso fue largo, cuidadoso y con pocos momentos para aplaudir. La evolución de Biondini del Partido Nuevo Orden Social Patriótico al actual Bandera Vecinal parece en un punto el disimulo de la violencia de sus posiciones y la moderación de sus manifestaciones. Los pocos momentos en que se aplaudió en serio al líder fue cuando recordó a los “caídos por la causa”, mencionó a los “revolucionarios carapintadas” y atacó a la DAIA por “espiarme”, una acusación en la que no entró en detalles. El resto fue un vago discurso sobre la revolución de Mayo, la falsedad de la democracia, la evolución de “los corruptos K al actual virrey” y unos cuantos palos al Fondo Monetario.
Para entender mejor esta derecha local que busca salir de la absoluta irrelevancia electoral, hay que ver qué modelos de éxito puede tener. En Polonia como en Hungría, pero sobre todo en Brasil, los derechistas en el poder no usan uniformes ni brazaletes, esquivan con cuidado temas clásicos como el antisemitismo, y se concentran en temas ya instalados difusamente. La plataforma partidaria del Frente Patriota muestra esto con claridad, por ejemplo con lo concreto de ciertas propuestas y la vaguedad gaseosa de otras. Por un lado se promete soberanía, pleno empleo, planes de obras públicas y demás maravillas sin molestarse en explicar cómo se pagarían. Por otro lado, se explica en detalle que ningún extranjero podrá acceder a un plan social con menos de veinte años de residencia en el país, que se deportará a todo indocumentado sin apelación y que todo sospechoso de corrupto será legalmente considerado un traidor a la patria, único delito penado con la muerte. Y ni pregunten sobre qué le pasaría a un médico que practique un aborto... La comunidad judía y otros ogros del sector brillan por su ausencia.
Pero estas ferocidades quedan para un futuro en el que se tenga algo de poder. Lo actual es que la receta tan alemana, paganista y camisa parda desapareció ante la invocación a María Auxiliadora, el chamamé y la aparente tolerancia a militantes con barba, cabezas semirrapadas y caras con feroces tatuajes célticos, mezclados con gente de campo y un lumpenaje que miraba un poco desconcertado. Este desconcierto no se limitaba a ellos: el mismo Kalki no parecía muy seguro sobre para dónde ir a juntar votos para ser un Bolsonaro local.