El gobierno de la Alianza PRO lo hizo de nuevo. Un anuncio pomposo y un supuesto “Plan de desarrollo” para una extensa región geográfica. La barita mágica del marketing perpetuo se posó ésta vez en la Patagonia; fue “al sur, al frío”; como le gustaba repetir a un viejo líder, mentor involuntario de muchos de quienes en 2015 ayudaron al regreso del neoliberalismo. Como está grabado a fuego en el manual PRO: “Gobernar es anunciar”. Otra vez se asistió a una reunión con aeronaves que arribaron desde distintos puntos del país, con la foto a posteriori “todos juntos”, con el hijo de Franco Macri con su clásico elegante sport, quizá un poco alterado por la interrupción de sus vacaciones cordilleranas, también ya clásicas. Esta vez la escena fue menos glamorosa. Los mandatarios provinciales se reunieron en un patio con carpa de lona blanca montada para la ocasión. Se añoró el verde del pasto tan caro a la estética oficialista.
El contenido del Plan, la gran incógnita para los periodistas a los que se dejó ingresar al finalizar el encuentro, resultó un arcano tan insondable como la cueva de ñoquis VIP denominada “Plan Belgrano”. El asunto es conocido. El Plan Belgrano estaba destinado a ser, según lo dicho en campaña, el programa más ambicioso de desarrollo de infraestructura para “el abandonado y olvidado” norte argentino. Si se miran los números previstos en el Presupuesto 2017 se observa en cambio una abultada partida para mega-salarios junto a volúmenes prácticamente inexistentes para obras. Más que un plan de infraestructura, el Belgrano parece un plan de retiro dorado para quienes ayudaron a sumar en campaña, como el mal perdedor y denunciante de fraudes José Cano.
Pero regresemos a la Patagonia, que allí estábamos. Resultó por lo menos triste escuchar las respuestas de los gobernadores sobre el contenido del Plan: un pastiche discursivo entre las potencialidades infinitas de la región, trabajar juntos y pensar para el lago plazo. Pura sarasa, ningún contenido y ninguna idea. La única realidad del gobierno de la Alianza PRO para las provincias patagónicas fue bajar el ajuste, comprometer a los gobernadores para recortar gastos y ofrecer la zanahoria de la aprobación nacional para la colocación de deuda en dólares. Si se mira a vuelo de pájaro la situación de Río Negro, la provincia anfitriona, la economía regional frutícola está destruida y en retracción, el turismo será afectado por la eliminación de los feriados puente. La firma provincial INVAP ya no fabrica satélites y otras empresas provinciales, como el ferrocarril, seguirán sufriendo el recorte de partidas. Las obras de infraestructura que estaban en marcha en diciembre de 2015 están semi paradas, como el emblemático asfalto de la ruta nacional 23 que une la cordillera con el mar, de la que el gobierno anterior terminó más de 400 kilómetros. En Neuquén los gravísimos errores de política exterior hicieron caer el financiamiento ruso para la presa de Chihuido, sobre el Río Neuquén. Lo mismo sucedió con los acuerdos con China para las presas sobre el río Santa Cruz. Quizá el mejor “Plan Patagonia” hubiese sido limitarse a no destruir lo que ya estaba en marcha.
Permítaseme un breve uso de la primera persona del singular. Servirá para situarse. Llevo en mi memoria la imagen de un técnico en riego israelí cuando vio por primera vez el río Negro. Frente a ese torrente de aguas cristalinas de más de 1.000 m3/seg. permaneció absorto y en silencio. Luego de un momento dijo “pensar que toda esta agua se va al mar”. Había sido criado en un kibutz y ayudado en su país a desarrollar los sistemas de riego por goteo que hoy se exportan a todo el mundo. Esta imagen sintetiza las limitaciones y potencialidades de la Patagonia norte. Río Negro es una gigantesca estepa desértica entre la cordillera y el mar cruzado por un inmenso río. Buena parte de la zona este de la provincia, la de menor altitud sobre el nivel del mar, resulta apta para los cultivos de clima templado, como cereales y oleaginosas, pero también para frutas y vides. El problema es que por el clima desértico son inviables los cultivos de secano.
La provincia se desarrolló a comienzos del siglo XX a partir de la construcción de una extensa red de canales que toman agua del río Neuquén e irrigan unas 65 mil hectáreas frutícolas en el Alto Valle del Río Negro. Gracias a las obras de infraestructura existen oasis verdes que cortan el desierto y en los que se extendieron las ciudades. Lo mismo ocurrió a fines de los ‘60 y comienzos de los ‘70 cuando un Estado nacional con visión desarrollista impulsó las obras hidroeléctricas del complejo El Chocón - Cerros Colorados, lo que transformó a la región, junto con el petróleo, en potencia energética. Hoy más que nunca se necesita retomar el espíritu de los pioneros para seguir transformando el desierto en oasis. Sólo se trata, como lo advirtió el experto israelí especializado en cuidar cada gota de agua, en evitar que todo el río se vaya al mar. Existen algunos estudios, el más interesante se desarrolló en los años ‘80 y es altamente probable que los responsables de la secretaría de Planificación de la provincia de Río Negro, un área olvidada del estado provincial, ni siquiera lo conozcan. Consiste en derivar un canal de 400 m3/seg. del rio Limay inmediatamente después de la presa compensadora de Arroyito, a 300 m.s.n.m. y, recorriendo el cauce prehístorico del río negro, llenar los bajos centrales de la provincia en los departamentos de El Cuy, Avellaneda y Valcheta, para finalmente continuar con un canal, potencialmente navegable, hasta la zona de San Antonio Oeste. Este “segundo río” y los nuevos lagos esteparios en los bajos de la zona más desértica de la provincia serían atractivos turísticos, pero también permitirían la generación de energía hidroeléctrica y los asentamientos humanos. Por la vía de la construcción de canales se podrían poner fácilmente bajo riego más de medio millón de hectáreas hacia el este y hacia el sur. Las obras se repagarían con la energía a generar y la revaluación de las tierras que se volverían productivas para la agricultura. También para el desarrollo de una ganadería con capacidad de abastecer, hacia el sur, a toda la Patagonia. Se trata de ideas extrañas para cerebros neoliberales, que sólo piensan la política en términos contables, pero es la forma en que se desarrollaron las potencias. Hace falta soñar y recuperar el espíritu de nuestros abuelos colonos. Hace falta estudiar y planificar, y sobre todo hace falta entender la gestión del Estado como algo más que el sostenimiento de un aparato que paga salarios. ¿Habrán estado estos sueños sobre la mesa macrista de los gobernadores del No Plan Patagonia?.