“A los cuatro años me hago amiga de Camila, a los cuatro o cinco años las dos nos hacemos amigas de Michelle; durante el jardín de infantes y los primeros años de la primaria conformamos un trío inseparable. Después, por algún motivo, Camila y yo nos distanciamos de Micha y, a los nueve años, nos hacemos amigas de Josefina. A los diez años, en quinto grado, Camila se va de viaje con su clase por dos semanas. Cuando vuelve, Josefina se había hecho nuevas amigas: ‘las estrellitas’. Chicas que jugaban con chicos, tenían novios y rompían las reglas del colegio. Rebeldes, populares, visibles. Desde los nueve hasta los doce años, somos Camila y yo, solas. A los doce, Camila se hace amiga de una de las chicas más populares; al mismo tiempo, yo me hago una nueva amiga: Sofía. Es una brisa de aire fresco. También me vuelvo a hacer amiga de Josefina, de Michelle, e incluso me hago otra nueva amiga: Victoria, ex estrellita. A lo largo del secundario, Sofía, Camila, Josefina, Victoria y Michelle se fueron haciendo amigas mutuamente. Desde ese entonces, nada cambió mucho”. La voz de Melisa Liebenthal acompaña las imágenes de su infancia, de sus amigas, de aquellos años que, en realidad, no son tan lejanos. El comienzo de su ópera prima Las lindas, estrenada en estos días en el Malba, es el reencuentro con su historia reciente desde otra perspectiva, tal vez más adulta, seguro más reflexiva. Ahí están sus amigas, los videos y fotografías caseras que atesoran momentos compartidos, anécdotas, algunos desencuentros. Pero su mirada está mediada por la cámara, por momentos es parte de ese universo, y en otros se aleja, interviene desde el fuera de campo iluminando zonas, despertando secretos, reflexionando sobre su propio lugar en ese grupo, sobre la misma idea de pertenencia a colectivos y clasificaciones que, aunque inevitables, resultan mucho más complejos que su mera apariencia. 

Melisa tiene poco más de veinte años, realizó dos cortometrajes en sus años en la Universidad del Cine, y con Las lindas asomó con fuerza propia en un escenario no siempre tan abierto a la imprevisión: primero en Rotterdam –donde recibió el premio Bright Future–, luego en el Festival Asterisco, el Bafici, y ahora llega el esperado estreno en el Malba. Las lindas crece en cada nueva imagen, se emancipa de ese apego inicial a la historia de un grupo de amigas, de sus encuentros iniciáticos, de los vaivenes de su adolescencia y el tránsito conflictivo al inicio de la vida adulta, para indagar sobre ideas que lo trascienden. La voz grave de Melisa hace que la confundan con un varón, su pelo corto afirmó esa equívoca identidad durante un tiempo; su amiga Victoria se pinta los labios de un intenso rojo como una especie de afirmación pendiente, como la conquista de algo que, antes, su novio o algún extraño pudor le negaba; Josefina se convirtió en modelo, hizo de su cuerpo desgarbado de los 13 el bastión de su crecimiento y autoconfianza. Ideales de belleza, exigencias sociales, etiquetas culturales, todo ello se conjuga en Las lindas en un recorrido libre y exento de toda solemnidad. Melisa nunca arriba a conclusiones ni parece buscarlas. Su mirada no deja de ser curiosa, exploradora, conectando pasados y presentes casi contemporáneos, jugando con sus propios miedos y sus tímidas seguridades. 

Las lindas tiene como punto de partida el autorretrato. Hay material de archivo, ideas de cine ensayo, un formato híbrido que conjuga varias aspiraciones sin nunca traicionarlas: la primera persona como experiencia, la construcción de la identidad en términos de género, lo que implica ser mujer en las sociedades contemporáneas, las exigencias de definiciones, de categorías. Melisa conecta la experiencia del afuera y las restricciones internalizadas, y logra que la mirada sea distante e íntima al mismo tiempo, inmersa en infinidad de dudas y descubrimientos. Melisa se ve reflejada una y otra vez en sus fotos de pubertad, observa aquellas muecas que apenas intentaban ser el simulacro de una sonrisa. ¿Por qué esa incomodidad? ¿Por qué la sonrisa se vuelve una meta imposible, una farsa de una verdad que se torna elusiva e inaprensible? La sonrisa en las fotos, esa que a todos nos demandan a la hora de los cumpleaños, las vacaciones, las reuniones familiares, se convierte en la clave de una reflexión sobre aquellas demandas que nos modelan en un momento de la vida, que nos impulsan a la rebeldía o al conformismo. 

“Las estrellitas, por ser las populares, tenían que ser medio putitas”, asegura Victoria sobre sus tiempos de celebridad adolescente. Melisa escucha del otro lado de la cámara, pregunta, se queda pensando en silencio. “No le podías negar un ‘rojo’ –ese beso ofrecido como prenda de un juego– a los chicos populares, estaba mal visto”. Esas reglas tácitas, que quienes están en el ojo público cumplen aun con cierto disgusto, son una especie de contracara de las otras normas, las escritas, las que el colegio impone y esa “popularidad” autoriza a subvertir. Los juegos amorosos de las “estrellitas”, lo que implica ser popular y “visible”, la mirada de los padres, el narcisismo juvenil, los lugares de autoridad, nada queda exento de la búsqueda de Melisa. Las lindas recupera cierto espíritu de collage, una cruza entre la irreverencia de la hoy ya vieja vanguardia y un cine formalizado, y se combina con ese desafío infantil a las pautas de las tareas escolares. Las lindas encuentra su forma en la sala de montaje, como las fotos de la infancia que adquieren significado por su lugar en los álbumes que aparecen en un cajón perdido; es en esa instancia posterior donde esas piezas finalmente encastran, o chocan, donde esos planos de encuadres en permanente redefinición evitan el preciosismo y decantan en una forma impensada de antemano. 

“Los hombres son cazadores –cuenta Melisa que le decía su mamá, no sabe bien en qué época– y a ‘esas chicas’ las quieren para divertirse, para casarse quieren una chica seria”. Diversión, seriedad, casamiento, expectativas masculinas, maquillaje, depilación, sexualidad. Las lindas es todo eso. Es el diario de Melisa sobre el recorrido de su vida, es el descubrimiento del montaje como instancia creadora, el peso de su propia voz, las marcas indelebles de las sentencias de los padres, los secretos con las amigas. Es una película que se descubre, que descubre a sus personajes, y que crea su propia forma en ese proceso.

Las lindas se puede ver los viernes de febrero a las 20 en Malba, Avda. Figueroa Alcorta 3415. Entrada general: $ 60.