En clave bíblica: el peronismo es uno y es trino. En clave guevarista: hay dos, tres... muchos peronismos. El desafío de indagar sobre un movimiento político y social tan complejo no amedrenta al historiador Gustavo Nicolás Contreras, que desde hace varios años eligió enfocar sus investigaciones en el “primer peronismo”, aquella etapa fundacional de una doctrina que hasta la actualidad inquieta a la derecha en todas sus expresiones y genera desconfianza en algunos sectores de izquierda.
Director y autor de la colección de libros “La Argentina Peronista: política, sindicalismo, cultura”, coeditada por Grupo Editor Universitario (GEU) y el sello de la Universidad Nacional de Mar del Plata (Eudem), Contreras analiza esa etapa mítica de los dos primeros gobiernos de Juan Domingo Perón y enlaza el pasado con el presente. Una prueba irrefutable –azar mediante– de ese puente histórico: el mismo día –jueves 9 de mayo– y el mismo lugar –la Feria Internacional del Libro– elegidos para la presentación porteña de la colección, la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner lanzaba Sinceramente.
–La idea de que “los males de la Argentina” comenzaron hace 70 años –es decir, con el nacimiento del peronismo– se convirtió en un lugar común de la derecha liberal. Es un debate que pareciera no saldado. ¿Por qué ese “primer peronismo” sigue causando malestar en algunos sectores de la sociedad?
–Con el paso de los años, el primer peronismo fue ocupando un lugar cada vez más central en la historia argentina y, podríamos decir también, cada vez más mítico. Para todos, indefectiblemente, se convirtió en una referencia obligada, insoslayable. Para la derecha liberal argentina, en particular, es el momento en el cual el país se “desvía” del cauce “normal” que venía siguiendo, ese cauce que quiere presentar como “natural”, pero que no era más que la traza de una ruta que había proyectado la oligarquía agroexportadora en función de sus intereses, necesidades y deseos. Se pueden señalar varios aspectos importantes de cómo la derecha liberal percibe aquella “desviación”, aquel “equívoco” histórico, que le provoca un profundo malestar. Pero tal vez lo más persistente y tremendo, en su imaginario político, sean las ideas que postulan que a través de la demagogia le hicieron creer a los trabajadores y al pueblo que podían vivir mejor de lo que “realmente” podían vivir; que gozaron de ciertos derechos que “realmente” se sustentaban de forma artificial y, por lo tanto, no se pueden sostener; que tuvieron un lugar de enunciación como uno de los sectores más relevantes del país cuando “realmente” eran víctimas de la manipulación y el populismo. Es obvio que estas convicciones ideológicas de la derecha liberal son más que discutibles. Pero siguiendo este razonamiento, podríamos preguntarnos para quiénes y por qué empezaron los males de la Argentina hace 70 años. Sobre todo si quienes enuncian esta idea son los mismos sectores que critican las políticas del primer peronismo al mismo tiempo que defienden la última dictadura cívico militar del país o las privatizaciones del menemismo.
–¿Cómo intervino en los últimos años la historiografía ante esa mirada antiperonista?
–La historiografía no adoptó como tal una intervención unívoca. Podríamos decir que ella misma es uno de los principales campos de batalla donde se disputan los sentidos y las interpretaciones de la historia, y como tal tiene una dinámica propia, con múltiples perspectivas y una diversidad de corrientes analíticas. El debate es parte fundamental del mundo académico, aunque es inocultable que tiene un trasfondo que siempre es político. Esta relación se torna más evidente en el ámbito de la divulgación histórica. Allí es donde se ve con mayor claridad la proyección interpretativa y política de los resultados de las investigaciones. Podríamos decir que en los últimos años las intervenciones más fuertes que confrontaron ante la mirada antiperonista propia de la derecha liberal fueron aquellas que desnaturalizaron y reflexionaron críticamente sobre ciertas ideas subyacentes –más o menos explícitas– de esta visión, como la existencia de “un país normal”, de un estado intervencionista “en exceso” en lo económico y lo social, de un prototípico ser nacional preponderante blanco y producto de una descendencia eminentemente europea o de una sociedad contemporánea donde los trabajadores y el pueblo tienen “demasiados” derechos.
–¿Cuánto influyó la llegada de Macri a la Casa Rosada en la revitalización de ese discurso?
–Creo que la llegada de Macri a la presidencia influyó más en la revitalización de ese discurso en los medios de comunicación que en el ámbito académico, donde no obstante es innegable que mantiene un espacio. En este sentido, el crecimiento y la amplificación del discurso de la derecha neoliberal parece más una operación mediática apoyada por el poder económico concentrado. De hecho, el grupo de “intelectuales” y académicos que pudo reunir el macrismo no fue amplio y a su interior muy pocos tienen reconocimiento más allá de algunos de sus pares. En sentido inverso, pienso que en el contexto de una creciente crisis económica y social –que tiene su correlato en un recorte feroz sobre los organismos de ciencia y las universidades nacionales– no sólo se potenciaron los discursos académicos críticos de la derecha neoliberal, sino que una porción para nada desdeñable de investigadores y docentes que votaron de la alianza Cambiemos fueron modificando su parecer en estos últimos tres años. En este punto, esa incipiente revitalización del discurso de la derecha liberal no prosperó como hubieran deseado en los recintos académicos.
–En su último libro, El peronismo obrero (2018), ahonda en el mundo de los trabajadores de los frigoríficos durante el “primer peronismo” para desarmar otro lugar común en cierta historiografía y en sectores de la sociedad antiperonista: “la burocratización y el verticalismo” del movimiento obrero frente a la figura de Perón. ¿Cómo se puede cambiar aquella mirada simplista en pos de una nueva apreciación de nuestro pasado?
–El libro quiere hacer aportes para construir una mirada más compleja, es decir más precisa en términos históricos, sobre la participación obrera durante el primer peronismo. No pretende negar los elementos que pueden leerse en clave de burocratización y verticalismo, sino que busca ponderar otros aspectos generalmente relegados o invisibilizados que también estuvieron presentes en el accionar de las y los trabajadores, sus dirigentes y sus organizaciones durante todo el primer gobierno de Perón. Así, el libro rescata espacios de autonomía, diversas iniciativas tanto de las bases como de las cúpulas, diferentes tendencias internas, perspectivas propias de los y las trabajadoras, conflictos e incluso posicionamientos particulares del movimiento obrero peronista que en ocasiones colisionaron con lo que disponía el gobierno y el mismísimo Perón. Ahora, esto no sólo suma nuevos elementos a aquella historia, sino que, desde mi punto de vista, afecta significativamente las interpretaciones heredadas sobre el tema.
–¿Cómo puede alumbrar ese enfoque el análisis del sindicalismo actual?
–El sindicalismo de hoy no puede ser resumido a la burocratización y el verticalismo ni al accionar de sus cúpulas y sus vinculaciones con el poder político y económico. Menos aún debería ser apreciado desde una mirada muy actual que, impulsada por las clases dominantes, demoniza al sindicalismo en su apuesta por aumentar la flexibilidad laboral y la autoridad patronal en los ámbitos laborales. Para deslegitimizar la lucha y la organización sindical todo lo resumen al verticalismo, la burocracia, la corrupción, la obsecuencia, los negociados, los matones, etcétera. Obviamente que esto existe, pero claramente hay muchas más realidades en el gremialismo argentino, y de una importancia sustantiva, que no quieren poner de relieve ni ponderar en el debate. Cómo no reconocer que hay tendencias internas muy variadas, disputas sindicales y políticas, movilización de las bases, miles y miles de trabajadores y trabajadoras que generosa y solidariamente militan todos los días por sus compañeros y compañeras, distintos tipos de dirigentes, anhelos de un mundo mejor y más humano, resistencias anticapitalistas, iniciativas y coordinaciones múltiples, derechos nuevos que se adquieren, reivindicaciones que se sostienen en el tiempo, políticas culturales, etcétera. No reconocer esta complejidad y amplitud del sindicalismo no sólo es un error interpretativo; también alimenta las visiones de las clases dominantes que quieren sin mucho disimulo destruir a los sindicatos. Y quieren un país sin sindicatos no para terminar con la corrupción y la burocratización, sino para arremeter contra los derechos adquiridos y el poder logrado por los trabajadores y las trabajadoras a través de sus organizaciones gremiales. Lo cierto es que cuando los gobiernos neoliberales quieren acabar con los vicios de las cúpulas sindicales podemos sospechar con fundamentos que no están proyectando mejorar la vida de las y los trabajadores: pretenden generar mejores condiciones para la inversión y la reproducción del capital. Tal vez lo más interesante sea pensar que las acciones y las medidas necesarias para mejorar el sindicalismo serán obra de las y los propios trabajadores. La historia nos muestra que esta presunción tiene sustento.
– “El peronismo es uno y es muchos a la vez”, afirma en la introducción a El peronismo obrero para marcar la complejidad que ya existía en la conformación inicial del movimiento. Ese mismo enfoque podemos prolongarlo a través del tiempo hasta la actualidad...
–No son necesarios muchos esfuerzos para demostrar la diversidad del peronismo de hoy, como tampoco lo sean para visualizarla en los años 60 o 70 del siglo pasado. Lo más difícil es comprender cómo sectores tan disímiles se proponen –y se propusieron– articular dentro de un mismo espacio político. Entiendo que el momento en el que restrospectivamente menos asumida está la diversidad interna es en el primer gobierno de Perón, sobre todo en los años que transcurrieron entre 1946 y 1955. El apogeo de su figura, su ascendencia sobre las y los trabajadores y el avance de cierta regimentación institucional hicieron que se perdiera de vista la heterogeneidad de quienes se reconocían peronistas y coordinaban conflictivamente dentro de un mismo movimiento social y político. Desde sus orígenes y aún en su primera etapa de gobierno, el peronismo fue uno y muchos a la vez, soportando una amplia diferenciación interna y altos grados de conflictividad, que en ocasiones llevaron a escisiones, pero donde en definitiva primó una perspectiva de unidad más allá de la diversidad que lo habitaba, aun cuando ya no estuvo Perón. Por lo tanto, el peronismo combina una notable diferenciación intestina con una tendencia predominante en la mayoría de sus fraccionamientos a coordinar dentro de un mismo movimiento político. Esta matriz inicial nos permite entender algunos aspectos de la dinámica del peronismo actual, en el que llama la atención su heterogeneidad, pero también el constante interés de sus multifacéticos sectores en pos de construir la unidad en tanto peronistas.
–¿Por qué el yrigoyenismo, que también es considerado como otro movimiento nacional y popular de importancia, no provoca un debate similar al del “primer peronismo”?
–No lo tengo del todo claro, pero lo cierto es que cuando pensamos en un movimiento nacional y popular en Argentina recurrimos rápidamente a la experiencia del primer peronismo. Así lo hicieron los trabajos clásicos que a mediados del siglo XX se ocuparon de analizar este tipo de movimientos, como por ejemplo Gino Germani en sus tan reconocidas como criticadas investigaciones. Este sociólogo pensó los regímenes nacional-populares en clave continental y como consecuencia de cambios estructurales, principalmente asociados a la crisis del 30 y las migraciones internas que de ella se derivaron. Desde este enfoque, por lo tanto, el yrigoyenismo sólo podía ser un antecedente, una referencia previa. Por otra parte, otros estudios no han hecho hincapié tanto en su perfil nacional y popular como sí en la ampliación de derechos políticos –por ejemplo, el sufragio– y de reivindicaciones económicas y corporativas para ciertos sectores de los trabajadores y de la clase media. En esta mirada más institucionalista, que también admitía comparaciones sincrónicas con situaciones similares que se estaban viviendo en Chile y Uruguay, el yrigoyenismo emergía como un momento importante, pero dentro de un proceso ascendente de democratización política, económica y social que encontraría en el primer peronismo una profundización. Tal vez el revisionismo histórico, en particular aquel más emparentado al radicalismo –al estilo de Arturo Jauretche–, fue el que trató de recuperar con más fuerza al yrigoyenismo, partiendo de una genealogía nacional y popular que se construyó con las figuras de Rosas, Yrigoyen y Perón. Pero aun en esta apuesta, Yrigoyen era la antesala, el paso previo, la estación anterior al régimen nacional y popular más acabado. Esto parece haberse dispuesto de este modo, incluso más allá del anhelo de Jauretche de que las aguas no volviesen a su fuente y buscasen un nuevo cauce luego del golpe militar de 1955, para que el movimiento nacional y popular encontrara un nuevo conductor que lo llevara a un momento de superación. En este planteo, la construcción de lo “nacional y popular” tiene un sentido ascendente, y de nuevo el yrigoyenismo quedaba a la zaga del peronismo. Lo cierto es que, en las interpretaciones más difundidas, el primer peronismo es percibido en la historia argentina como la época consagratoria de lo nacional y popular. Es justamente este período con el que son comparados los gobiernos que se proyectaron con este mismo perfil, como el tercer peronismo, el menemismo y/o el kirchnerismo. Hay trabajos, y muy buenos, sobre el yrigoyenismo, pero desde una mirada panorámica siempre el primer peronismo emerge como el punto central de la consideración, tanto en términos positivos como negativos, o en perspectiva de balance. Entiendo que la historiografía no es ajena a esta apreciación que podríamos concebir como más extendida.
–¿Qué importancia le otorga a la historia oral en sus trabajos?
–La historia oral no es el sustento principal de mis investigaciones, pero considero que es de una gran riqueza e importancia. De hecho, disfruté mucho las entrevistas que pude concretar con diferentes protagonistas de la historia argentina. Aprendí mucho de ellos, más allá de las cuestiones específicas que pude aprovechar puntualmente para mis trabajos. La práctica de la historia oral es formativa y estimulante para el historiador. Por un lado, es un recurso interesante e imprescindible para llegar a varios lugares que de otro modo serían inaccesibles. Ciertos sucesos que no quedaron registrados en fuentes de información sólo pueden contarlos quienes los vivieron. Por otra parte, es nutritivo para nuestras pesquisas que algunos protagonistas de la historia al mismo tiempo que nos narran acontecimientos también nos van adelantando una interpretación de lo que pasó, y ese adelanto sobre lo que estudiamos es atractivo de por sí. De igual modo, nos permite recuperar la subjetividad de las y los partícipes de ciertos episodios o procesos, dándole de esta manera voz a aquellos que por distintos motivos no dejaron rastro en fuentes de información. Es más, incluso cuando conversamos con protagonistas que ya testimoniaron en otras ocasiones, podemos aprovechar la oportunidad para hacerles nuevas preguntas a partir de renovadas preocupaciones de época. Este punto es relevante, ya que muchas veces lo que se cuenta tiene que ver con dónde, cuándo y a quién se le cuenta. En este sentido, cada entrevista es una pieza artesanal única. Al hacer historia oral tenés que lograr que alguien te reciba, te cuente algunas cosas y que lo haga de la mejor manera que pueda; te tenés que ganar su confianza y su predisposición, y todo ello se convierte en un extraordinario desafío.