Hay un desconcierto importante en el oficialismo y sus variantes de Alternativa Federal. Y hay una consolidación firme de Fernández y Fernández, sin que eso implique dejar de hacerse preguntas o formular advertencias.
La postulación del ex jefe de Gabinete en cabeza de fórmula corrió hacia el centro al espacio kirchnerista, por lo menos en términos electorales. Eso virtualmente acaba las chances de cualquier otro segmento que, por fuera de los cambiemitas, pretendiese disputarle con éxito a la movida de Cristina.
Si el peronismo y la izquierda filokirchnerista ya tienen fórmula abarcadora, y el gorilaje se expresa sin dudas a través del Gobierno, ¿cómo harían el Schiaretti resuelto a refugiarse en su cordobesidad y las ficciones Pichetto-Urtubey para colar cuál discurso atractivo, capaz de seducir a qué franjas que no estén ya alcanzadas por las opciones realmente existentes?
Roberto Lavagna, que con sus dilaciones interminables parece reencarnar la despedida de Los Chalchaleros, también se queda sin ámbito.
Cualquier alternativa que no sea testimonial, se sabe de largo, debe disponer de tres requisitos que hacen al todo de las partes. Proyecto, territorio y liderazgo.
El “proyecto” lavagnista surgió como operación mediática, cuando el derrumbe de Macri obligó a que la alianza oficial midiera variaciones.
Entonces, no es un proyecto como tal porque, sobre llovido mojado, Lavagna tiene que diferenciarse del Gobierno con unas imperceptibles alusiones productivistas, alejadas de mentar al ajuste como salida exclusiva. La candidatura de Alberto Fernández ya le ocupó, desde un sitio peronista que incluye al kirchnerismo o viceversa, el lugar que el ex ministro de Kirchner dice pretender.
Territorio no tiene ni de cerca y de ser por liderazgo solamente opera la PlayStation que le otorgan por descarte algunos radicales díscolos, que exhiben en modo lastimoso su inutilidad para haber trazado una edificación propia.
Alternativa Federal culmina, ergo, con una patética convocatoria a que se sumen Daniel Scioli y Marcelo Tinelli.
De fondo, ninguno de quienes orbitan en ese no lugar tiene vocación de poder.
El dúo antidinámico de Macri y Peña, mientras tanto, continúa emperrado en la creencia de que hacer política se remite a esperar el paulatino retorno de los sectores medios desencantados, una vez que la cotización del dólar no vuelva a escaparse. No tejieron nada de nada y ya no tripulan ni a la totalidad de los radicales. No tienen retorno de su táctica.
Subir a Heidi a la fórmula, que fue lo meneado nuevamente en estas horas desde Clarín y adyacencias, enfrenta entre otras la tremenda dificultad de con quién competirían en la provincia de Buenos Aires. Y si de última tuviera que ser eso, quedará un Presidente pato-rengo como remedio peor que la enfermedad.
¿Por qué, además, Heidi estaría dispuesta a la probabilidad de incinerarse con toda su carrera política por delante? Sólo si Macri se lo pide, dicen cerca de ella.
Respecto de Unidad Ciudadana y si es estrictamente por su camino a las elecciones, porque gobernar requerirá de una alianza sectorial mucho más amplia que nombres de candidatos, la decisión de Sergio Massa es incógnita prioritaria. Hace ya rato se dijo aquí que a la “unidad” había que nominarla en forma directa.
Nadie tiene data de lo que hará Massa. Y nadie es nadie, hasta el momento de escribirse esta columna. Pero todo indicaría su inclinación a negociar con F y F, antes que pegarse a unas variables macristas que no cierran por ningún lado. Se le acaba el tiempo. Y si acaso resolviera ir por afuera, no parece caberle otro destino que quedar atrapado en una composición tema antigrieta que –de vuelta– la candidatura de Alberto Fernández ya comenzó a saldar.
El aparato de propaganda del régimen, para usar la palabra que le endilgaban al kirchnerismo y que hoy le cabe al Gobierno mucho mejor, trató de disimular su estupefacción con CFK en tribunales.
Lo único que importó fue eso. La foto, la imagen. La honestidad y fundamentos republicanos sigo debiéndotelos, desde un gobierno cambiemita que aprieta a la Justicia como no se registra en tiempos democráticos. Incluso, hasta el punto de arriesgarse a que causas como la de las fotocopias se le vayan de las manos.
Bastaría, entre una lista fatigosa, citar las impactantes estrujadas sobre los fiscales Juan Pedro Zoni y Gabriela Boquin, para apartarlos de investigar el acuerdo del Estado de Macri con la famiglia del mismo nombre, por la deuda del Grupo en el caso del Curreo Argentino. El juicio a la empresa ya estaba ganado por el fisco, pero el Ente Nacional de Comunicaciones (Enacom) resolvió no pagarle. Otro chiche que no indignó, nunca, a los colegas independientes.
Si el modo en que se condujo la Corte en el expediente denominado Vialidad es simplemente deplorable, ¿qué adjetivo le cabe entonces a la actuación de fiscales y jueces que, respaldados en una protección y estímulo de prensa atroces, inventaron causas, hicieron un desastre en las etapas instructivas, extorsionaron a empresarios, se pavonearon con prisiones preventivas sin siquiera proceder a indagatoria, guionaron a falsos testigos?
No es que una cosa quite la otra. Sí resulta abominable que lo primero despierte indignación y lo segundo sea mostrado como el accionar impoluto de una justicia neutral.
Hay una nota imperdible de la abogada Graciana Peñafort en el sitio En Orsai. Con alta capacidad de síntesis resume historia, elementos probatorios y moraleja de ese expediente, que atañe a supuestas maniobras de corrupción en el manejo de la obra pública durante el gobierno anterior.
Los emprendimientos impugnados son 51, pero sólo peritaron 5 y se denegó comparar los precios y tiempos de ejecución en Santa Cruz con los aplicados en otras jurisdicciones.
Ahora, con un ninguneo mediático casi absoluto, al tribunal se le ocurrió pedir todos los papeles del Ministerio de Planificación durante los doce años de gobierno kirchnerista. Casi imposible de describir, pero cierto: ¡en medio del juicio! Significa que el tribunal que lo sustancia admite que juzga a Cristina y ex funcionarios por algo cuya prueba ni siquiera está ordenada. Nunca se vio, muy probablemente.
Tal lo señalado por Peñafort, ¿cómo hacés para defenderte si no te dejan probar?
La auditoría que hizo Javier Iguacel cuando era director de Vialidad Nacional, en 2016, determinó que no había sobreprecios en las obras ni tampoco demoras imputables en su ejecución. Pero aun así acusan a Cristina y a varios de sus funcionarios de lucro indebido, cuando resulta que la propia investigación encargada por el macrismo estipuló que no había ni sobreprecios ni tardanzas.
A pesar de eso, decidieron impulsar el juicio con el testimonio armado para Leonardo Fariña y, como también apunta la obviedad resaltada por Graciana, si no hay derecho a defensa no puede haber justicia. “Mañana podrías ser vos, porque te acusan de robarte algo en un súper y no te dejan probar que a esa hora de ese día estabas en otro lado. Y no estoy exagerando”.
Al Gobierno le resta esa estratagema política de Cristina enjuiciada para reflotar fantasmas. ¿Hasta dónde llegan, a esta altura de la crisis, esas armas mediático-judiciales? ¿Y hasta dónde que el dólar no vuelva a escaparse para reconquistar globertos? ¿Cuál agenda esperanzadora puede ofertar la proposición cambiemita que fuera, que no consista en el antikirchnerismo?
Salidos de las elecciones, que de todos modos primero deben ganarse en un país que jamás agota su imprevisibilidad, no hay manera alguna de pensar en otra cosa que un futuro módico, poner en marcha la economía, proteger fuerte y urgentemente a los caídos del sistema, controlar el tipo de cambio y renegociar la deuda a cara de perro porque, como dijo Kirchner, los muertos no pagan.
Es eso o deprimirse porque hay que sacar el medidor de sapos.
Cristina avisó que es lo primero.
Que este desastre no se arregla con restas.