Mientras escribía Después de Casa de muñecas, Lucas Hnath se preguntó qué final podría dar a su obra para que fuera tan impactante como el que pensara Henrik Ibsen a fines del siglo XIX, cuando escribió una de sus obras cumbres: Casa de muñecas. En aquella recordada última escena, Nora, la protagonista, decide separarse de Torvaldo Helmer, su marido durante ocho años, y abandona el hogar conyugal y a sus tres hijos. Ese gesto de rebeldía hacia los mandatos sociales de la mujer, y hacia las convenciones de la institución del matrimonio, constituyó no sólo un desenlace inesperado, sobre todo para la época, sino que además consagró al texto como la primera obra teatral feminista de la historia.
Por eso, el joven dramaturgo norteamericano pensó, más de un siglo después, en 2017, qué final podría ser tan disruptivo como aquel, y para ello pidió la opinión de varias académicas. Y la respuesta llegó: si la obra de Ibsen se escribiera en el tiempo actual, ese mismo final seguiría siendo hoy “algo absolutamente impensado”. Que una mujer abandone a su marido y a sus hijos causaría hoy la misma sorpresa que causó en 1879. El mismo Hnath puso, finalmente, esa reflexión en boca de Nora: “Los hombres dejan a sus familias. Sucede todo el tiempo una madre sin padre. Ahora, si lo hace una mujer, es un monstruo, y los hijos están arruinados”. Ese argumento es, sin duda, uno de los motivos que hacen que Casa de muñecas se mantenga vigente y que incluso otros autores y autoras se lancen a crear nuevas piezas basadas en la original.
Después de Casa de muñecas, recientemente estrenada con dirección de Javier Daulte, es una de estas secuelas que destaca no sólo por esa vigencia, sino también por el contexto local en el que se representa, en el cual el movimiento de mujeres se consolida con sus reivindicaciones y acapara la mirada del ojo público. Y a esto, además, se suma el efecto de poner sobre el escenario una propuesta de contundente contenido político en el circuito comercial, donde es frecuente encontrarse con ofertas más livianas y risueñas.
Lucas Hnath imagina a Nora volviendo a su antigua casa familiar quince años después de su partida. En su nueva vida se convirtió en una escritora feminista que escribe para empoderar a sus lectoras, pero eso la mete en problemas legales y es por eso que vuelve para pedir la ayuda de su ex marido. Pero las cosas no se ponen fáciles para Nora, quien debe dar algunas explicaciones antes de demandar favores.
Paola Krum asume el desafío actoral de ser Nora, personaje que carga con el peso de la historia que hizo de él un ícono del teatro universal. Y en ella el paso del tiempo que inventa Hnath no se produce en vano, porque ahora es una mujer independiente y segura, y muy lejos quedó aquella Nora que creó Ibsen, sumisa y complaciente a los deseos de Torvaldo, quien a su vez también tuvo su propia transformación. Jorge Suárez es el encargado de interpretar a ese hombre igualmente maduro, que acepta la realidad que le tocó y ya no trata a Nora entre algodones, como si fuera una muñeca frágil, inmadura e ingenua. Desde el primer encuentro, luego de su separación, ambos intentan saldar sus cuentas, y en ese duelo verbal es donde se lucen Krum y Suárez sacando a relucir las virtudes y miserias de sus personajes. No es el intercambio clásico de una víctima y un victimario, ni de un vencedor y un vencido, sino un encuentro en el que exponen y defienden sus razones y creencias, y del cual ambos salen ganando.
El elenco se completa con un personaje que Ibsen no desarrolla en profundidad en su obra original, como es Ana María, la niñera, y otro que apenas nombra, como Emmy, la hija de los protagonistas. Ambas mujeres encarnan, a su manera, posiciones antagónicas a las ideas rebeldes de Nora. Interpretada por una siempre infalible Julia Calvo, Ana María, quien había cuidado a Nora en su niñez y asumió también el cuidado de sus hijos, es el prototipo de mujer abnegada y maternal a la que jamás se le ocurriría cuestionar su rol subalterno. Por otro lado, Emmy es la joven hija de Nora, a quien Laura Grandinetti logra imprimir la frescura e inteligencia necesarias para poder interpretar otro de los grandes momentos de la puesta, cuando ella, quien prácticamente no tenía recuerdos de su madre, se enfrenta a Nora para recriminarle su ausencia y defender los motivos por los cuales ella sí reivindica el matrimonio. Y es en ese contrapunto donde la historia se enriquece.
Enmarcado en una puesta escenográfica minimalista, donde se destaca el vestuario de época de Ana Markarian, el texto es el principal elemento, junto con las sólidas actuaciones, que hace que la obra logre una atmósfera propia sin dejar de lado la esencia ni la historia de la pieza en la que se inspira, de la cual recupera diversos diálogos y situaciones. En ese sentido, si Casa de muñecas es, en definitiva, una metáfora de la libertad, esta segunda parte que crea Hnath opera como refuerzo de esa metáfora, que dialoga muy oportunamente con la realidad actual, en tiempos de conciencia y deconstrucción.
* La obra puede verse de miércoles a viernes a las 20, sábados a las 20.15 y domingos a las 19 en la Sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza (Corrientes 1660).