Ya lo sabíamos pero ahora se puede ver y compartir: las ficciones no terminan en los créditos finales de una película, ni en la última página de un cómic. Tampoco se nos va el personaje favorito apenas termina una serie, o al ganar el nivel más difícil de un videojuego. Desde que surgió el cosplay, que consiste en interpretar a un personaje disfrazándose de él, esta práctica estética invadió convenciones, festivales y las cuentas de Instagram. El cosplay logró un imposible: muchos personajes de ficción nacen pero jamás cuelgan el traje.
Estamos hablando de un fenómeno que en Argentina crece año a año. La última edición de la Argentina Comic Con, que sucedió el fin de semana pasado en los pabellones de Costa Salguero contó con 70 mil personas. La primera edición de esta fiesta había tenido 13 mil, que no es poco. No es casual que los eventos se hayan multiplicado en los últimos diez años. El crecimiento se relaciona directamente con el aumento de consumo de cultura pop japonesa, mayormente en un público de jóvenes y niñes. Se lee tanto manga en los recreos que hoy en día se venden en los puestos de diarios, sumando cada vez más títulos que editan Ovni press y editorial Ivrea. Al fanatismo de las películas de Ghibli se le agregan los estrenos de films nipones que si bien se exhiben en muy pocas pantallas lo hacen siempre con una sala llena de fanáticos devotos. Les millenials argentines se han alimentado episodio a episodio por “Dragon Ball Z”, “Ranma ½”, “Los caballeros del Zodíaco” y los “Supercampeones” en Magic Kids en los años 90. Pero hoy el animé pasa en gran medida por Netflix, plataforma que además de difundir material clásico se encarga de producir sin parar.
¿Que pasa en una convención cosplay?
Un evento de cosplay es nada más ni nada menos que una piñata de enormes dimensiones que reúne a Harley Quinn, Maléfica, Thanos, Daenerys, Raven, Mario Bros, Ash Ketchum y Harry Potter, y muches más en el mismo espacio. ¿Quién dice que la vida real es más importante que la ficción? ¿Cuál es el límite entre ambas cosas? En una Comic Con, como la que se celebró en Buenos Aires este último fin de semana, hay actividades simultáneas durante los tres días: autores firmando libros, artistas dibujando en vivo, invitados internacionales que dan conferencias, venta de cómics y muñecos, estrenos de trailers muy esperados, charlas sobre cultura pop, presentación de proyectos audiovisuales, sectores de videojuegos para que los gamers dejen todo en la pantalla, la oportunidad de bailar arriba del escenario con el Just Dance y, lo mejor de todo, el concurso de cosplay. Este año los ganadores de la copa CCFM fueron Rodrigo Julián Navarro (conocido como rn.cosplay), con su traje de Jack Sparrow, sombrero, rastas y trenzas en la barba, el pequeño Santy Rios que vistiéndose del temido y carismático Predator enterneció al público, y Nicolás blanco (en IG deiviid_white), con un impactante y detallista traje de Maiev, salido del universo Warcraft. Personaje coyuntural que se suma a tantos otros que hacen cuerpo un videojuego, desde Cuphead hasta Fortnite.
Pikachu presente
Una de las atracciones más esperadas de esta Comic Con, después de que el protagonista lo anunciara el sábado por Instagram, red que usan muchos cosplayers para generar expectativa ante el estreno de una nueva performance, era Dhyzy (Estanislao Fernández) qye multiplicó sus seguidores luego de que se supo que además de cosplayer y drag queen es el hijo del candidato a la presidencia. Alberto Fernández. Con un traje de Pikachu personalizado y pegado a la piel llegó despampanante a la convención. Celular en mano transmitiendo su glamour a todos sus seguidores, sin importar la distancia o lo lejos que vivan de Capital Federal, Dhyzy pisa fuerte con cada traje y mantuvo contacto con sus fans en red durante toda la fiesta. Sea de “League of Legends” o “My Hero Academia”, hace rato que demuestra que tiene pasión y estilo redoblando la apuesta al diseño original del personaje elegido a base de brillo y fosforescencia. Invitado por la organización de la Comic Con el tercer día de la convención, Dhyzy se hizo notar entre los stands no solo a través de su entallado enterito de Pokemon sino en lo que en el idioma cosplay se llama “darlo todo”, : la entrega que le otorga a cada interpretación y que genera fascinación en los visitantes que no pararon de sacarse selfies con él durante toda la jornada de domingo.
Tela para cortar
El cosplay es un estilo de vida. Una sub cultura donde no existe tope de edad para ponerse una calza ajustada, una armadura, casco, peluca azul marino y encarnar a la súper poderosa Widowmaker, francotiradora del videojuego Overwatch. Los trajes se confeccionan a mano o con máquina de coser, haciendo uso de cualquier técnica artesanal o herramienta disponible. El ingenio y las habilidades se multiplican a la hora de meter las manos en papier mache para fabricar una máscara, aprender lecciones básicas de carpintería, fundido en goma o trenzar alambres con el objetivo de construir un corset. Tanta dedicación como aquellos ratoncitos y pájaros cantores que confeccionaban el vestido de Cenicienta para el baile mientras la malvada madrastra estaba en el quinto sueño.
Es tan explosivo el auge del cosplay en Argentina en los últimos años que del “Hágalo usted mismo” surgieron los “cosmakers”, personas que se dedican a confeccionar piezas o la totalidad de los trajes de algunos cosplayers. Quien puede dar cátedra de cómo hacerse y hacer para otros aluscinantes trajes es Fran Gigena (Colorme), cosplayer de 25 años de Zona Oeste que en la semana trabaja de maquillador y peluquero. “El primer cosplay que hice fue de una Geisha Robot, personaje de Ghost in the Shell. Me atraen mucho los personajes que tienen abanico. Fue muy arduo el trabajo de construir su imagen en mi cuerpo. Busqué muchas referencias en cuanto a detalles, vi videos de quienes la hicieron para entender cómo hacerla. El mayor sacrificio fue que tenía que usar una máscara que está compuesta por una planchuela de metal que encierra mi cabeza, y por encima de eso la peluca va pegada a mi piel. No fue fácil llevarla encima, y menos tantas horas. Ahora también soy cosmaker y hago para otros corsets de ajuste y caderas extras”.
Slia Lilandra, cosplayer y drag queen que este año, además de encandilar al público con su personificación de la mujer despiadada de “Game of Thrones” Cersei, es jurado del concurso de cosplay de la Comic Con, se caracteriza por hacer “cosplay drag”. Hacer una versión de un personaje de ficción y draguearlo sin grises, otorgándole rasgos más exagerados y una personalidad más elevada del modelo original. “Los desafíos son cada vez más grandes. Uno cuando empieza hace lo que puede con lo que tiene, pero a medida que te vas metiendo más en el ambiente te vas perfeccionando más, incluís más detalles. Hubo cosplays que tardé diez años en hacerlos porque aún no tenía las herramientas. No hay techo en esto”.
Mi personaje favorita es...
Pero el cosplay también puede trascender la cultura pop inmediata: si bien en cada evento pueden predominar cosplays de personajes del momento, topándonos con una reunión de consorcio de Capitanas Marvel o con un sequito de payasos Pennywise agitando el globo rojo, la elección de a quién interpretar es tan personal y sentida que la atemporalidad gana peso. Abriendo paso a la nostalgia, o permanencia, de estrellas ficcionales que brillaron en la era del walkman. No todos los elegidos tienen que haber sido protagonistas ni siquiera haber contado con el fervor de un gran público. También es una buena oportunidad para rendirles homenaje a esos personajes que quedaron atrás yo que no tuvieron demasiado impacto, porque si a un solo espectador, lectora o gamer lo marcó, se amplía la chance de que se haga presente en un evento.
Kilometro 0:
El Parque japonés.
Consiente de la cantidad de metros cuadrados que ocupa hoy la cultura otaku (término ligeramente denostativo que aplican los japoneses a los fanáticos, rescatado y reverttido por el fanatismooccidental), el Jardín Japonés realiza, hace ya doce años, el concurso anual de cosplay Anime & Manga TAIKAI. Certamen donde participan muchísimos cosplayers, con la ilusión de ganarse el premio mayor: la posibilidad de viajar a ese Japón que cada cosplayer siente como hogar propio de tanto leer historietas. A este concurso le siguieron el paso otros: el Animé Friend, que en 2018 se amplió a Animé Expo en Costa Salguero, celebrando los 120 años de la embajada de Japón en Argentina. Está el Anicomix, feria muy concurrida que se hace en el colegio San José en Caba. Y ampliando los modelos de representación, en Rosario una vez por año se organiza la Crack Bang Boom. La maravillosa convención de historietas que recibe a más de 40.000 personas desde bebés a ancianos de todo el país, y que durante diez años le dio y le sigue dando un lugar primordial a los cosplayers, quienes ingresan al predio gratis si llevan puesto un buen traje hecho a mano.
¿Cómo empezó esta hermosa locura? ¿Cuándo y dónde nace esta disciplina que demuestra que la cultura popular nos atraviesa como flechas revitalizantes? El relato que se transmite de boca en boca dice que el fenómeno se inicia en 1970, en Japón, en los Comic Market de Odaiba (Tokio). Ritual que se sigue realizando hasta el día de hoy, donde grupos de japoneses se visten de sus personajes favoritos. El término “cosplay” se instala en 1984, cuando un periodista japonés llamado Nobuyuki Takahashi escribió un artículo donde usaba esa palabra inventada luego de asistir a una convención, la Worldcon de Los Ángeles. Sin embargo, algo que suele ser pasado por alto es que esta sub cultura no hubiera nacido sin el aporte de Forrest J. Ackerman, el fundador de la revista “Famous Monsters of Filmland” que a finales de la década del 30, en Estados Unidos, irrumpió en una convención de ciencia ficción con un disfraz futurista. Era el único disfrazado de todo el evento, pero esa acción contagió al resto de los visitantes para que los años siguientes ya no vayan de civil, apareciendo así los primeros premios en convenciones a “mejor disfraz”. Estudiantes universitarios japoneses, envalentonados con la serie de manga “Urusei Yatsura” y la serie de televisión “Mobile Suit Gundam”, tomaron prestada la práctica estadounidense, aplicándola a su propia cultura pop. Hoy ambas culturas se cruzan y hasta se funden: los Avengers son elegidos por cosplayers japoneses, y los protagonistas de “One Punch Man” se vuelven tridimensionales en los cuerpos de niños estadounidenses que se pasean por la Comic Con de San Diego. La ficción no tiene fronteras, el cosplay tampoco.
Vestidx para mutar
El cosplay, abreviatura de costume (disfraz) play (jugar), es la respuesta al amor más grande que puede generar un personaje. Amor que se representa con el propio cuerpo. Pero, y aquí está uno de los hallazgos de esta experiencia: un cuerpo que no se amolda al personaje, es el personaje quien se adapta a la singularidad de cada cuerpo. La diversidad anula los rígidos patrones. En el mundo cosplay Supergirl puede ser petisa, gorda, negra, lesbiana, cis o trans. No hay límites para la imaginación ni espacio para la censura por parte de la organización del evento. El o la fan se apropia del personaje, proponiendo una nueva versión. Un varón puede transformarse en la suave Blancanieves con sus mangas princesa y una mujer ponerse la capa para interpretar al viril Batman. Conocido con el nombre de crossplay, el arte de meterse en la tela de un personaje de un género que no coincide con el asignado al nacer es una decisión que sigue molestando a más de uno, salpicando muchas veces a un evento de homofobia. “Me siento una diva propiamente dicha. Es como tomarse una licencia aunque sea por un día de la ropa de varón, porque suelo hacer personajes femeninos como Jessica Rabbit, Hiedra venenosa u Ophanimon. A veces, cuando se dan cuenta de que en realidad soy un hombre, siento las miradas discriminadoras pero eso no me importa. Me divierte mucho la ilusión de vender que soy mujer. En el cosplay encontré el camino por el que quiero dedicarme de por vida”, relata Fran Gigena (Colorme), quien además deja boquiabiertos a quienes lo cruzan por las facciones que crea en su rostro a través del maquillaje.
El género puede ser totalmente difuso, ambigüedad que enfurece a quienes no toleran dudar a qué género corresponde el cosplayer andrógino. “Puede pasar que cuando hacés crossplay te ataquen fans acusándote de que manchás al personaje. También nos pueden gritar 'trap' de forma despectiva si no reconocen que sos del género de tu personaje. Pueden llegar incluso a ponerse violentos. Yo me muevo con mi equipo de cosplay, y nos cuidamos entre nosotros”, me cuenta Dino, chico trans de 22 años que varía el color de la peluca para encarnar a las distintas chicas de preparatoria que se convierten en Idols en el manga “Love Live”, haciendo cosplay mes de por medio, entre Buenos Aires y Entre Ríos.
Dentro del vocabulario del cosplay, también está el Gender bender: cosplayers que invierten el género de su personaje favorito. Bob Esponja puede ser chica y usar vestido en vez de esos shorts cuadrados de cartón, y Sailor Moon reemplazar la pollera de tablas por unos hot pants. La creatividad por encima del purismo. Si bien la esencia del cosplay es expresar la pasión por un personaje determinado, trasladando una ficción hasta la piel, esta disciplina gana una textura adicional muy rupturista: tener una identidad móvil. Un día se puede ser la Princesa Mononoke, con su pintura de guerra, y al otro convertirse en la despiadada Úrsula, la villana con tentáculos y labios rojos de La Sirenita. Los gustos mutan. El cuerpo también. El cosplay te permite ser quien querés ser, sin necesidad de quedarte a vivir para siempre en un solo traje. Con un poco de goma eva y otro poco de tafeta uno puede experimentar ser otra persona por un par de horas. Un hechizo donde es uno la propia hada madrina. Si cada cuerpo es único, cada traje también. Mientras los locales de talles grandes de Av. Santa Fe venden sábanas para cubrir los rollos, el cosplay propone modelos atractivos y vistosos, donde la gordura se exhibe con sensualidad a través de la lycra de nylon tatuada a la piel.
Cuando el actor estadounidense Robert Picardo compartió cómo fue interpretar a un hombre lobo en “The Howling” (o Aullidos), película de culto que dirigió Joe Dante en 1981, contó con emoción que, a pesar del desafío de que te llenen la cara de látex, tener una máscara puesta genera mucha libertad. “Puedes soltarte mucho más porque no enseñas tu cara, es una especie de liberación”, explicó en un aniversario de la mítica obra. Un efecto similar ocurre al hacer cosplay, en esa oportunidad de jugar a ser alguien distinto para conocerse mejor uno mismo, rompiendo tabúes y contornos establecidos. “El hacer cosplay me ayudó a perder la vergüenza, superar algunos miedos. Aprendí a los ponchazos a hacer mis trajes, pero vale la pena cuando al usarlo la gente sonríe al reconocer mi personaje y me pide fotos”, me cuenta Arashi Dono, de 32 años, quien este año en la Comic Con eligió vestirse de Reaper Kawaii.
El cosplay es una manera de comunicarse con el mundo a través del refugio que cada uno edifica por protección y fortaleza interna. Es una forma de vincularse con el otro a partir de lo que uno más ama. Venciendo la timidez de tener que exhibir el rostro. El traje nos hace sentir seguros, incluso empoderados. Uno de los acontecimientos más emotivos en una convención o evento sucede cuando un cosplayer se choca con otro que está interpretando a un personaje perteneciente al mismo cómic, película, serie o videojuego. Finn puede encontrar de casualidad a su perro Jake, Dipper toparse con su hermana Mabel, o incluso reunirse espontáneamente los cinco Power Rangers o las tres Crystal Gems de “Steven Universe”. Y sin conocerse previamente, atravesar los pasillos del pabellón juntos, y hasta incluso desfilar a dúo o en equipo en la pasarela. ¿Quién dice que somos más genuinos de civil que con un traje de Thor? La ficción crea lazos y el cosplay une personas dando puntadas con hilo.