El jueves 29 de mayo de 1969 la ciudad de Córdoba amaneció envuelta en mil tensiones, sin embargo, nadie imaginó lo que estaba por ocurrir. La dictadura de Juan Carlos Onganía era feroz, y durante las semanas previas dejó una estela de muertos en los enfrentamientos con los trabajadores de Corrientes, Tucumán y Rosario. Ese fue el motivo desencadenante de las dos centrales sindicales: la CGT liderada por Augusto Timoteo Vandor, y la combativa CGT de los argentinos liderada por Raimundo Ongaro, para declarar una huelga general de 24hs para el viernes 30, sin movilización. Las medidas de ajuste y recorte de derechos impulsadas por el ultraliberal ministro de economía, Adalbert Krieger Vasena, estaban haciendo crecer el descontento, pero la férrea mano represiva parecía tener bajo control la protesta social.
No obstante, en Córdoba las cosas fueron distintas. Dejando las diferencias de lado, consientes de que el gobierno operaba sobre las divisiones, los dos principales líderes sindicales de la provincia: Agustín Tosco, de Luz y Fuerza, y Elpidio Torres, del SMATA, decidieron unirse y propiciar una radicalización de la huelga para que sea de 48hs y con movilización al centro de la ciudad.
Todos sabían que hacerle una huelga a una dictadura era muy peligroso y costoso. Las experiencias del año anterior habían terminado mal, no solo por los costos en vidas humanas, sino porque las organizaciones sindicales terminaron siendo intervenidas y los dirigentes detenidos.
Los ojos del país estaban puestos en la provincia mediterránea. Ongaro decidió viajar dos días antes para intervenir en persona en la organización, y el gobernador interventor, Carlos José Caballero, lo detuvo ni bien piso el territorio.
Córdoba era una provincia muy industrializada y también un tradicional centro universitario. Una gigantesca asamblea de estudiantes, que nucleó a muchísimas facultades, decidió acompañar la huelga y la movilización. Exactamente un año antes, en París, el llamado Mayo Francés se convirtió en un símbolo de lucha y unión de los obreros y estudiantes. Quedaba sepultado por la historia ese divorcio que tan gráficamente expresó la vieja consiga: "Alpargatas si, libros no". Un largo trabajo previo de actividades conjuntas entre sindicalistas y estudiantes estaba por coronarse. En las universidades el recuerdo de La Noche de los Bastones Largos todavía estaba fresco. También la muerte en 1966, en esa provincia, del estudiante Santiago Pampillón.
Todos conocían el peligro, las cartas estaban echadas, pero la bronca y la asfixia subían desde las bases.
El 28 de mayo a la tarde la Comunidad Informativa (Inteligencia del Ejército, Aeronáutica, Policía provincial, Ministro de Gobierno y los rectores de la Universidad Católica y del Estado) estimó que la concentración del día siguiente podía ser masiva y podía ser controlada por la Policía. Así se lo comunicó al gobernador y al comandante del Tercer Cuerpo, general, Eleodoro Sánchez Lahoz.
Desde muy temprano se supo que los trabajadores de las fábricas FIAT no iban a poder participar masivamente porque fueron amenazados con despidos. Pero desde IKA Renault salió una columna de más de cinco mil trabajadores que a medida que avanzaba a la zona céntrica hacía las veces de un imán al que se iban adhiriendo otros trabajadores como las columnas de la UOM, gente suelta, comerciantes, y vecinos con demandas propias. Desde otro sector de la ciudad avanzaron las columnas de muchos otros sindicatos que hacía mucho que no se movilizaban, el grueso lo formaban las huestes de los trabajadores de Luz y Fuerza y a la cabeza de ellos se dibujaba la silueta de Tosco. Todo estaba organizado, nada fue librado al azar, el lugar de cada sindicato, de los estudiantes, los modos de defenderse de los matones del gobierno, las motos que iban a la vanguardia para informar la ubicación de los policías y posibles emboscadas. Así supieron que la ciudad estaba militarizada. El trabajador Arístides Albano- según cuenta James Brennan en su libro El Cordobazo- vio a estudiantes que soltaban cientos de gatos vagabundos para distraer a los perros de la policía, y arrojaban rulemanes para entorpecer a los caballos de la Montada. El choque entre las columnas y las fuerzas de seguridad era inminente. Ni bien empezaron a tirar los primeros gases lacrimógenos los manifestantes respondieron con bombas del mismo gas hechas por los estudiantes de química. Pero en ese intercambio empezó cierta dispersión, hubo corridas y finalmente lograron llegar al centro. Algunos creyeron que allí acabaría la jornada como un día más de protesta y se volvieron para su casa, pero la mayoría siguió la marcha. Cuando la policía vio las columnas y sintió que podían ser superados comenzó a desesperar y abrió fuego. Máximo Mena cayó muerto de un balazo. Era un joven trabajador mecánico de 27 años y junto a él muchísimos heridos. Es un momento de inflexión, el punto exacto en donde una jornada de protesta se convirtió en una rebelión. Por la calle Velez Sarfield una mentalidad colectiva se lanzó en una especie de grito de guerra contra los uniformados ¿Cómo es que un trabajador, o un estudiante, gente tranquila, se juega la vida, no piensa en los riesgos y carga a todo o nada?
La policía retrocede primero, huye en desbandada después. Durante la tarde el centro y gran parte de la ciudad quedó en manos de los manifestantes. El plan y el orden originarios se salieron por completo de libreto. Las cámaras de televisión y los corresponsales de radio relataron en vivo lo que estaba ocurriendo: autos y locales de multinacionales incendiados, edificios humeantes, francotiradores con armas comunes en los techos del barrio estudiantil, fogatas por doquier, las imágenes de una ciudad en guerra. Todo ello mezclado con un clima festivo, en la sensación de estar hiriendo de muerte a una dictadura, la fuerza de sentir que todo era posible. Por la noche Tosco y Torres sabían que estaban metidos en un tremendo problema, pero a esa altura ya no manejaban la situación. El gobierno envió al Ejército, justo en su día aniversario, a tomar el control de la ciudad. Tosco sabía que para tener posibilidades de resistencia exitosa, necesitaban organizarse. Las fuerzas represivas fueron recibidas por un gran apagón generado por los trabajadores de Luz y Fuerza. Si bien es evidente que dentro de los sectores populares reinó una cuota de confusión y sorpresa; más fuerte era el estupor del gobierno que creyó que todo estaba organizado y fue en forma directa a encarcelar a Tosco, Torres, Atilio López y los demás dirigentes sindicales a los que se les inició un tribunal militar. La calma que llegó por la noche fue producto de tantas horas de protesta y tensión. Muchos volvieron a sus casas, la mayoría no sabía cómo seguir. Según los relatos posteriores, esos trabajadores recién en ese momento empezaron a tomar conciencia de la dimensión de lo que había pasado.
Al anochecer, la protesta empezó a asumir un carácter diferente, a medida que la iniciativa pasó de los trabajadores a los estudiantes. El relato de Jorge Sanabria, universitario activo aquella noche, es elocuente en cuanto a la perplejidad que sintió al ver en el Barrio Alberdi, no solo a estudiantes sino también a amas de casa, trabajadores infrecuentes en la zona, comerciantes y personajes de clase media devenidos activistas.
El ejército avanzó en las primeras horas del día viernes con firmeza, intervino los teléfonos y medios de comunicación, y rastrilló cuadra por cuadra. Aparecieron barricadas por toda la ciudad, la gente común y corriente tiraba piedras y se exponía, otros no dudaban en darle refugio en sus casas a los que huían.
Alrededor de las 18hs del día 30, el Ejército lanzó su ofensiva final, los principales barrios estudiantiles y el centro estaban en manos de las FFAA y la resistencia se corrió a las afueras. Al anochecer el Cordobazo estaba terminado. Muertos, heridos, miles de detenidos, la ciudad destruida y un país entero viendo como a la férrea dictadura le había nacido una hendidura. Nadie había imaginado lo que sucedió, por más que luego vinieron cientos de análisis y explicaciones, nadie lo previó.
El primer coletazo de la rebelión fue la salida del gobernador Caballero, quien formaba parte de "Ciudad Católica", un grupo de derecha que acompañó a Onganía. Esta organización, surgida en Francia en 1959, se inspiraba en las doctrinas de la guerra anticomunista francesa. Seguidores de Charles Maurras y adherentes del gobierno de Petain, llegaron a la Argentina en 1960 de la mano del capellán del ejército francés Georges Grasset. Su explicación de los hechos nos hace acordar a una ministra de seguridad de origen patricio como él: "El Cordobazo es resultado de la manipulación de organizaciones marxistas entrenadas en el extranjero". Para fines de año cayó el ministro de economía Krieger Vasena, fue señalado como una especie de fusible para un descontento que empezó a expandirse por todo el país. Un mes después del Cordobazo fue asesinado a balazos Vandor, en su oficina de la UOM.
Onganía no solo perdió el respeto y el miedo de los sectores populares. Para el comandante en jefe del Ejército, Alejandro Agustín Lanusse, la revuelta cordobesa fue un severo llamado de atención: "Yo intuí, ese difícil 29 de mayo de 1969, que algo estaba pasando en el país (…) Esa mañana, en Córdoba, reventaba todo el estilo ordenado y administrativo que se había venido dando a la gestión oficial (…) El 29 de mayo es el instante crítico que marca el fracaso político de la Revolución Argentina". El 2 de junio de 1969 declaró en La Prensa: "Córdoba ha vivido ayer un día terrible que pasará a la historia. El 17 de octubre es pálida sombra de lo ocurrido ahora".
Un año exacto después, hizo su aparición pública la organización Montoneros, asesinando al simbólico General Pedro Eugenio Aramburu. La gobernabilidad se le iba de las manos a los militares y la suerte de Onganía quedó sellada una semana después. Un ciclo histórico se terminó a partir del Cordobazo que cincuenta años después conmemoramos en medio de una nueva huelga general contra políticas de ajuste, pérdidas de derechos, y centrales sindicales que se unifican en una medida de fuerza.