En su libro El complejo de Telémaco, el psicoanalista Massimo Recalcati recurre a la figura mítica del hijo de Ulises, para dar cuenta de la situación de los hijos en el mundo contemporáneo, hijos que han visto a los padres quedar destituidos de su autoridad.
La situación de Telémaco es la del hijo que espera a esa figura de autoridad que venga a ordenar la casa que ha quedado en manos de los pretendientes, mientras que Penélope usa las suyas para tejer. “Si Edipo era la tragedia de la transgresión de la Ley, Telémaco encarna la invocación de la Ley”, continúa Recalcati, coordenada que permite entender muchas situaciones de los jóvenes de nuestra época, que andan desorientados, que a veces no saben bien a qué oponerse (o que se oponen a lo que sea con tal de poder vivir un conflicto). Esto no es necesariamente algo malo, ¿no hemos visto cómo los adolescentes actuales, en lugar de discutir con sus padres reales buscan padres simbólicos (la norma heterosexual, la autoridad del Papa, comer carne, etc.) respecto de los cuales diferenciarse? En buena medida, la discusión incluso respecto de aquello que se llama Patriarcado tiene a veces la forma de una revuelta adolescente, al menos en la medida en se puede creer que el Patriarcado no es un orden social complejo, sino que se lo reduce, de acuerdo con una fantasía lineal, a la idea de que el hombre (malo) domina a la mujer (buena), sin tener en cuenta las instituciones específicas de una organización que se reproduce, como en este caso, a través del ideal del amor materno: el joven machista, aquel que muestra celos posesivos con las mujeres, por temor a ser abandonado, es efecto de una relación temprana con una madre que lo amó de esa manera, es decir, que fue celosa y posesiva con él, temerosa de que la abandonase; entonces, ¡el Patriarcado también son las madres!
Sin embargo, pelearse con un fantasma puede ser un recurso válido cuando faltan los oponentes reales. La puesta en cuestión que los jóvenes están haciendo de las cuestiones relativas a la sexualidad (de ahí el ascenso veloz del feminismo en los últimos años y la difusión generalizada de los debates de género) sin duda llevará a nuevos derroteros que, desde mi punto de vista, sólo pueden ser auspiciosos. No estoy diciendo que el feminismo sea una actitud adolescente, tampoco que el Patriarcado no existe, sino que afirmo que las interpretaciones habituales que encontramos en jóvenes de estos fenómenos suelen estar cargadas del pensamiento binario y oposicionista propio de la adolescencia. Por ejemplo, los antropólogos no suelen definir los resabios del Patriarcado en la sociedad actual como una relación dual, en la que hombres y mujeres están enfrentados; asimismo, el feminismo reconoce formas mucho más complejas que la consigna “muerte al macho”.
Me interesa hacer esta reflexión porque muchas veces he visto que los padres responden con temor a las inclinaciones feministas de sus hijos, tanto de varones como de mujeres. Es el caso, por ejemplo, de unos padres que escuchaban a su hijo hablar de “deconstruir la masculinidad” y temían que fuera un “homosexual encubierto”; algo similar es el caso de una adolescente cuyos padres se asustaban porque, de acuerdo con la difusión del lenguaje inclusivo, ella los “retaba” por el modo machista en que hablaban. De estas dos observaciones se desprenden dos conclusiones: por un lado, respecto de la homosexualidad también encontramos una modificación significativa en la sociedad actual, que hace de la misma ya no un horror de (y contra) la naturaleza sino una orientación sexual más. En efecto, los jóvenes han comenzado a deshacer el género y no sólo a desdibujar la versión binaria del sexo, sino también a integrar sexualidades que eran marginales. ¿Quiere decir esto que avanzan hacia una mayor promiscuidad, como piensan muchos padres? Para nada. Simplemente están respondiendo a los valores tradicionales (que considerábamos naturales) con una revisión de los binarismos.
Esto es lo más interesante de la cuestión, que responden al binarismo con una interpretación binaria -como corresponde a un joven adolescente: para objetar diferencias falsamente opositivas (hombre-mujer, hétero-homo, etc.), asumen una actitud de oposición que cuestiona a quienes han elegido una orientación hétero-normada tradicional. Por ejemplo, para liberar a la mujer de su opresión social (por los varones), muchas jóvenes han pasado a plantear entonces que elecciones clásicas como la maternidad, la vida doméstica y el amor monogámico son “el mal”. Esta es la visión adolescente que preocupa a muchos padres: que el camino a lo diverso conduzca a través de desprestigiar elecciones que podrían ser tan válidas como las que la diversidad quisiera promover. Pero, ¡este es el conflicto adolescente! Por eso, como suelo decir a los padres, no deben preocuparse por este empeño juvenil, en la medida en que acompañen estas deliberaciones con un espacio en el que la palabra circule, porque de esta revisión que están haciendo los jóvenes sólo puede venir algo mejor, el acceso a una sexualidad más responsable y consciente y no la promiscuidad que tanto se teme.
Luciano Lutereau: Psicoanalista, doctor en Filosofía y doctor en Psicología (UBA). Coordina la Licenciatura en Filosofía de UCES. Este texto es un fragmento de su último libro, Esos raros adolecentes nuevos (Paidós, 2019).