Parece que Potestad siempre habla. Esta emblemática obra del teatro nacional, escrita por Eduardo “Tato” Pavlovsky, estrenó en los ochenta con dirección de su amigo Norman Briski. Es él mismo quien la retoma aquí y ahora, con dos condimentos que seguramente darán como resultado una puesta singular y la posibilidad de nuevas lecturas: uno es la ocurrencia de utilizar elementos estéticos del teatro noh; el otro es que una mujer –María Onetto– encarne al represor capaz de engendrar empatía. Para Briski, la obra opera actualmente como una “advertencia feroz”: “No queda en el pasado, en el revisionismo, sino en el ‘mirá lo que nos puede volver a pasar’, por una serie de acontecimientos que nos está llevando otra vez a un lugar de enorme peligro”. El estreno es mañana a las 21 en la sala Caras y Caretas 2037 (Sarmiento 2037).
“Creer que estos hechos han quedado en el pasado es la mejor colaboración para que vuelvan a suceder”, escribió Briski en el texto que presenta este material, al que definió como “devenir de una de las obras más significativas de la historia del teatro argentino”. Su nueva versión también reenvía al “primer genocidio, la eliminación fundacional de los pueblos originarios”. “Estos acontecimientos llegaron a las más íntimas relaciones de los hombres, mujeres y niños de este país. Están tan presentes estos hechos que Potestad todavía se debate en su latencia social”, concluyó.
Fueron Marcelo Melingo y Horacio David, del Departamento de Producción Teatral de Caras y Caretas, quienes propusieron a Briski que montara allí alguna obra de Pavlovsky. El “social histórico” lo inspiró a ofertar una versión de Potestad encarada por una única actriz que pudiese contener “la diversidad de género”. Luego, confió este rol a María Onetto. “Lo dije como chiste y terminó siendo un proyecto que me entusiasmó”, cuenta el actor. El fue el primer director del clásico escrito en 1987. “La volví a dirigir de vez en cuando, por razones de que Tato tenía su iniciativa con respecto a modificaciones y ocurrencias nuevas”, explica el director de La conducta de los pájaros, obra que se puede ver en el teatro Caliban.
Admite que no siente una admiración particular por el texto que aborda la represión, la tortura y la desaparición de personas desde la óptica de un ex represor. “En realidad, cada vez que hice una obra de Tato, los metejones que tuve con el material han sido encontrados en el trabajo. Al principio digo ‘esto debe ser interesante’, y después me meto en un aprendizaje. Para mí, es una sola la obra de Tato, que es atajarse de lo conceptual, no entregarse a la teoría, pero sí a lo imprevisible de la realidad. Llegó al teatro para desafiar el conocimiento. Y creo que él mismo se desafiaba, porque se aburría. El teatro no lo aburrió nunca. Se puede decir que murió sobre un escenario”, sostiene Briski.
Fueron nueve meses de trabajo los que derivaron en la nueva Potestad, que cuenta con vestuario de Renata Schussheim y se presentará los jueves a las 21 y los sábados a las 22.30. “Cualquiera que la haya visto se va a sorprender bastante”, dice Onetto, quien se puso muy “contenta” al recibir el llamado del director para sumarse a la propuesta. “Potestad es una bomba textual. Un material que tiene un destacado nivel de armado, reflexión y dramaturgia, sobre una cantidad de temas que nos determinan como argentinos y humanos. Es un honor para cualquier actor. El texto habla, entre otras cosas, de la humanidad que tiene la monstruosidad”, resume la actriz. Este es su primer unipersonal. En julio estrenará otro, con dirección de Daniel Veronese, La persona deprimida, texto de David Foster Wallace (Teatro San Martín).
El espectáculo produce un cruce entre una actriz de tendencia naturalista y un director que suele huir a ese registro. “Es una puesta en un escenario grande, dirigida por quien la dirigió siempre, por alguien que tiene un vínculo entrañable con Pavlovsky, y que inventa una nueva circulación de ese personaje, con ideas visuales y la técnica del teatro oriental, que hace que el trabajo se aleje de una puesta naturalista y a la vez con un texto que es completamente cercano, para nada hermético”, anticipa Onetto. No había trabajado en teatro con Briski; sí en televisión. “Norman es muy singular. Tiene una potencia creativa, una capacidad de asociación muy alta y una búsqueda formal y disciplinada que para mí fueron muy estimulantes.”
–¿Qué elementos tomaron del teatro noh?
N. B.: –La estética. Vendría a ser un teatro extremadamente dogmático, como la danza clásica, qué sé yo. La couch de Onetto (Daniela Rizzo) es especialista en teatro noh. Lo dogmático es la cartografía dramática de un tema extremadamente argentino. Tomamos el vestuario, la coreografía y el maquillaje. El teatro noh es extremadamente aristocrático, y la gente que iba a verlo tenía el libreto de lo que se iba a decir y los movimientos que se iban a hacer. Iba a ver lo que sabía que iba a ver, como en la ópera. Esta obra es leída, sabida, reconocible, pero con esta estética vuelve a significarse. Esa es la intención. Después los gansos se ven en el lago.
M. O.: –Lo que tomamos es la forma en que el personaje se traslada, algo de su vestuario, el tema del uso de las manos… casi no usan las manos. Hay una posición en la que el personaje se para frente al que lo mira con las piernas flexionadas, como en una pequeña sentadilla, con una especie de cosa hierática pero muy activa internamente. Aporta algo que viene de Norman, que es cómo hacerse cargo de ese gran escenario, bastante imponente en relación con los lugares en que se hacía Potestad. Aporta una organización a mi trabajo. Norman está muy interesado en lo formal y en que lo formal contagie un interior y no al revés. Yo no lo sabía, pero él fue bailarín, mimo… ha hecho un camino en relación a la formación técnica. Me fue muy desafiante. Yo soy una actriz de tendencia naturalista pero con hambre de aprendizaje. Todas las marcas eran muy novedosas para mí y me sumaron. Y a Potestad la mete en un clima inquietante. La saca de cualquier tentación costumbrista.
–¿Qué resonancias trae esta versión en relación con la temática de género?
N. B.: –Sería muy rebuscado encontrarle una conexión que no sea el desafío de que fuese una mujer, como si hubiera accionares masculinos o femeninos. Es otra de las dificultades creadas por el machismo. La mujer no puede ir a la guerra porque queda embarazada. Esos cánones muy instalados no permiten evolucionar. Es un tiempo adecuado para estos atrevimientos… no conociendo dónde está el final del túnel. Onetto es una actriz excepcional, al ratito ya no te importa mucho si es hombre o mujer. Podría ser también una revelación que el teatro se corriera de las calificaciones. Que pudiese hacer lo que hizo Shakespeare en su momento: descubrir conductas que no tienen sexualidad, órganos. La delincuencia de los Estados es el dominio sobre los otros a partir de la idea del pacto. Eso destruye la intimidad de los seres humanos.
M. O.: –También está la idea de la apropiación de algo. En este momento feminista siento que la obra también habla de lo que dice Rita Segato sobre la “dueñidad”, la idea del hombre con el mandato de adueñarse: “mi mujer, mis hijos…”. No digo que sea patrimonio de lo masculino solamente, pero hay algo del mandato de masculinidad de adueñarse de cosas como forma de construir consistencia o potencia. A veces es sobre los cuerpos de los demás. Es lo que se está modificando ahora. Si bien no hago de un hombre, estoy en la zona de lo masculino.
–¿Qué dice hoy Potestad sobre el presente político?
M. O.: –Hay 600 nietos todavía por aparecer. En nuestro país, cada dos minutos tenemos que salir a la calle porque hay que salir a defender el tema de los derechos humanos, que creíamos que era un tema ganado. Es como si no hubiera quedado claro el nunca más. Potestad no reflexiona sobre un hecho coyuntural, sino sobre uno central y constitutivo de la historia de nuestro país. Somos otras personas después de lo que nos pasó. Y además no es sobre lo único que reflexiona. El vínculo entre lo femenino y lo masculino está muy bien descrito; me resuena mucho.
N. B.: –Por los contenidos, tiene una enorme vigencia como advertencia feroz. No queda en el pasado, en el revisionismo, sino en el “mirá en lo que nos puede volver a pasar”. En una especie de aceptación de una serie de acontecimientos que nos están llevando otra vez a un lugar de enorme peligro: estas economías, las relaciones con el imperio, el reflote de las fuerzas armadas, el tema de la seguridad. Todo eso lleva a un lugar conocido. Esa cosa gradual está llevando casi al mismo paisaje. No nos damos cuenta porque el pescado al que le calientan el agua de a poco no se da cuenta de que lo están matando. O somos negadores sistemáticos porque tampoco vemos nada que aliente ni entusiasme. Hoy queremos ser todos iguales, pero no es la igualdad eso: queremos usar las mismas zapatillas, las mismas remeras, el mismo auto. Es la igualdad maléfica. No es la capacidad de una sociedad en la que todos tenemos las mismas posibilidades.