Cuando se analiza el crecimiento del movimiento feminista en nuestro país durante los últimos años, suele dársele a la primera manifestación masiva del movimiento Ni Una Menos el valor de puntapié inicial. El 3 de junio de 2015 me encontró en la calle, rodeada de mis compañeras de la secundaria, de militantes políticas de distintos espacios, de mujeres en grupo y sueltas. Muchas de ellas llevaban carteles con retratos de sus hijas y sus amigas, víctimas de femicidios. Cuatro años después volveremos a cruzarnos; ellas seguirán llevando los mismos carteles y se habrán sumado otros. Porque siguen matándonos y los responsables de la Justicia continúan regalándole impunidad a los femicidas.
Cuando nos enteramos de las absurdas sentencias impartidas por estos jueces nos miramos entre nosotras y nos preguntamos: ¿Cómo es posible? ¿No ven lo que está pasando? Pero claro, los pasillos de los juzgados son sensibles al panorama político: quienes deberían representarnos en el Senado nos niegan vergonzosamente el derecho a abortar; Milagro Sala sigue presa; continúan cerrando espacios estatales de ayuda frente a la violencia misógina, vaciando y despresupuestando la salud pública, ignorando la ESI; y la crisis económica que nos están haciendo sufrir patea en el piso a quienes han sido históricamente empobrecidas.
El primer Ni Una Menos abrió un camino de concientización que seguimos recorriendo. No somos las mismas que hace cuatro años y me gustaría pensar que hoy es imposible no reconocer en el femicidio la expresión más extrema de una cultura entera de violencia machista. Durante estos años nos encontramos, hicimos circular información, tejimos redes y discutimos lo indiscutible, lo más profundo, lo más sutil. El resultado de estos fértiles procesos es la inclusión de otras reivindicaciones, de pedidos que se suman al grito de que dejen de matarnos. Hoy el abuso sexual y los abusos de poder forman parte de la agenda de los medios televisivos (hasta los ignorantes más obstinados de los medios de comunicación masivos tuvieron que ceder el espacio a compañeras que ocuparon esos canales privilegiados para aclarar algunos puntos); y en este año electoral, ningún candidato presidencial puede evitar posicionarse frente a la legalización del aborto. Creamos agenda política. Me gustaría pensar que cada vez es más difícil para los responsables de tanta violencia gubernamental lavarse la cara sosteniendo un cartel con una consigna. Porque son tantos los reclamos, tantas las consignas y tan indivisibles. Una conciencia compartida nos une en un movimiento que hoy reconoce sin dudarlo múltiples manifestaciones de la opresión patriarcal, antes más veladas. Personalmente, creo que la capacidad de escuchar, comprender, empatizar e incluir se ejercita; y me emociona ver que las banderas se amplían para llegar a las reivindicaciones de colectivos heterogéneos de mujeres y disidencias en todas partes del país. Este 3 de junio seremos menos, porque se llevaron a muchas y seremos más porque siguen llegando. Las que estemos en las calles pediremos con más fuerza, con el impulso que nos da el camino recorrido, que dejen de matarnos. Porque nos siguen matando. Seguir encontrándonos para luchar por nuestros derechos es indispensable.
Lola Romero: Estudiante de Dirección de Fotografía en la enerc.