Boy Olmi y Osmar Núñez nunca habían compartido escenario, y ahora, gracias al nuevo proyecto que los reúne por primera vez, pueden hacerlo por partida doble. Porque de eso se trata Colaboración y Tomar partido, la jugada puesta que sube al escenario de la Sala Casacuberta del Teatro San Martín para ofrecer dos obras con espíritu propio pero articuladas bajo un mismo eje que exhibe los complejos cruces entre la política y el arte.
El escritor y guionista sudafricano Ronald Harwood fue quien pensó ambas historias, inspiradas en hechos reales y enmarcadas en el horror del nazismo, que se presentan en conjunto bajo la dirección de Marcelo Lombardero. Colaboración recrea el vínculo artístico y de amistad entre el músico alemán Richard Strauss y el escritor judío Stefan Zweig, que se disuelve con la llegada de Hitler al poder. La obra revela cómo el gobierno nazi intenta cooptar a Strauss, mientras Zweig debe exiliarse. Tomar partido, por su parte, transcurre en un contexto de posguerra, y pone la lupa sobre el compositor y director de orquesta Wilhelm Furtwängler, quien debe exponerse a los interrogatorios de Steve Arnold, un Mayor del ejército norteamericano que busca involucrarlo con el nazismo.
“Me pareció muy atractivo trabajar con un espectáculo que implica interpretar a dos personajes diametralmente opuestos. Sentí que era de esos proyectos que no me podía perder, más allá del esfuerzo monumental que implica”, asegura Boy Olmi, quien actúa por primera vez en el Teatro San Martín personificando a Zweig y Arnold.
“Ronald Harwood es un autor extraordinario”, subraya por su lado Osmar Núñez, quien tiene a cargo la interpretación de Strauss y Furtwängler, ambos sospechados de haber colaborado con el régimen nazi. “Creo que estas obras remiten a algo muy profundo como es la política, y como es ese momento crucial en la historia de Europa y del mundo que es el nazismo, pero además tienen una proyección al presente impresionante. Estas son cosas de las que nadie está exento, y necesitamos escuchar en un gran texto nuestros comportamientos, y nuestras luces y oscuridades”.
–¿Qué contacto tenían con la obra de Harwood?
Osmar Núñez: –Yo soñé toda mi vida con hacer su obra El vestidor, después de verla en el cine, a fines de los setenta. Pedí los derechos, pero jamás me los dieron. Hace poco se murió Albert Finney, uno de sus protagonistas, y el que interpretaba al personaje que siempre quise hacer. Por eso encontrarme con estas obras y con este autor es algo entrañable para mí.
Boy Olmi: –Yo también vi El vestidor, pero encontré otra resonancia en este proyecto, que tiene que ver con una investigación personal muy ambiciosa que inicié el año pasado con respecto a mis ancestros. En algunas líneas llegué hasta el año 1700 en Francia, pero donde menos pude avanzar fue arriba de mis bisabuelos por el lado judío, porque hay ahí mucha más reserva en lo que tiene que ver con los archivos. Yo tengo una enorme parte judía, como Stefan Zweig, quien decía que él era judío por sangre y tradición. Entonces encontré el sentido de todo este espectáculo en algo que tiene ver con integrar todas mis partes.-
–¿Cómo fue el proceso de trabajo de ambas obras?
B. O.: –Recién hace pocas semanas empezamos a transformar las dos obras separadas en un solo espectáculo, y estoy empezando a sentir que la primera obra me lleva a la segunda naturalmente, pero fue muy arduo y complejo el proceso de instrumentar todas estas piezas sueltas para que ahora el rompecabezas encaje.
O. N.: –Ensayamos primero Colaboración durante tres semanas a full, y luego empezamos con Tomar partido, y ambas se empezaron a mezclar, y ahí nos preguntamos cómo íbamos a llegar a la segunda obra en términos de energía, pero también cómo íbamos a lograr ser tan honestos en la segunda puesta de la misma forma que lo habíamos sido en la primera, porque teníamos que empezar de cero y preparar el instrumento para que la obra suceda. Ahora creo que estamos yendo por el camino que nos propusimos, y me llama mucho la atención haber llegado a eso en tan poco tiempo.
B. O.: –Lo curioso es que las obras tienen una propuesta estética muy diferente. La primera tiene algo de cinematográfico, de vodevil, de comedia ligera de los años cuarenta, pero con un trasfondo totalmente trágico, y en cambio la segunda tiene crudeza y salvajismo, y podés sentir la saliva de los actores que están al lado tuyo y que están viviendo algo muy descarnado.
–¿De qué manera trabajaron la composición de sus personajes? ¿Indagaron en su historia?
O. N.: –Estuvimos en contacto con material fílmico que nos pasó Marcelo, y sobre todo escuché a Richard Strauss, porque no soy un conocedor de la música. Mis personajes son muy diferentes. Strauss era un hombre más grande, pero con una gran vitalidad. Era casi un niño. Y en ese sentido Furtwängler era mucho más seco, y más duro, porque lo estaba pasando peor. De todas formas, Strauss lo pasó mal también porque cuando empezaron los juicios de desnazificación, ambos fueron absueltos pero lo pasaron mal económicamente y socialmente. No fue fácil para ninguno de los dos, porque esos juicios fueron muy carniceros, como se ve en la segunda obra a través del personaje de Steve Arnold que encarna Boy.
B.O.: –Uno no puede construir un personaje criticándolo, sino entendiendo cómo funciona. Al igual que Osmar, empecé a estudiar teatro siendo muy chico, y me doy cuenta que con los años, cada vez más, los métodos con los que hemos estudiado nos han llenado de cosas, pero hoy nos nutrimos de cosas muy arbitrarias e inesperadas. Por ahí aplicamos algunas que tienen que ver con nuestro método de estudio, pero de golpe también aplicamos otras que están más vinculadas a la intuición y al juego. En mi caso, leí la autobiografía de Zweig, y el otro día me detuve a leer un discurso que dio en el entierro de Freud, pero probablemente mi relación con estos personajes provenga de cualquier otro tipo de asociaciones que no tienen nada que ver con la época, ni con el nazismo, ni con la guerra, sino con mis propias resonancias que aparecen inesperadamente. En estos días estuvimos hablando y tomando un café con Osmar, y después en el escenario detectamos que hay algo que aparece ahí que es producto de un chiste que nos dijimos o un pensamiento que hicimos unas horas antes y eso enriquece una escena.
–Strauss sostiene en la obra: “Mi único partido es el arte”, y por su lado Furtwängler afirma que “hay que mantener la política separada del arte”. Aún hoy sigue siendo un tema de debate el vínculo entre los artistas y la política. ¿Qué posición tienen al respecto?
O. N.: –A mí la historia y las circunstancias en las que vivo me condicionan en mi trabajo, porque reflexiono acerca de lo que sucede políticamente con los gobiernos y con la sociedad. Por eso creo que la política no tiene que estar separada del arte, y en ese sentido no me siento identificado con ninguno de los dos personajes. Pero los entiendo, y también entiendo esa época.
B. O.: –En mi vida personal, hay momentos en los que he salido a la calle, he militado y he firmado solicitadas, y otros en los que evité opinar porque no he tenido ni las ganas, ni la claridad ni el conocimiento para hacerlo. Ser artista no quiere decir nada más que haber elegido una forma de trabajar con algo que tenemos todos los seres humanos, que es el ser creativo. De la misma manera, creo que quienes tenemos una vida pública tenemos una responsabilidad, porque a veces somos escuchados por mucha gente, y el uso que hagamos de esa responsabilidad depende de los principios y del equilibrio que tenga cada uno. Yo he tomado mucho partido y un compromiso muy riguroso con las emergencias que atraviesa la humanidad en términos sociales y ambientales, en la Argentina y en el mundo entero. Ese es mi compromiso hoy, porque estamos ante una problemática tan seria que si no la resolvemos entre todos los habitantes de la tierra estamos jodidos de verdad, y eso va más allá de la coyuntura eleccionaria de este año.
O. N.: –Antes que actores, somos personas. Y la realidad nunca se deja afuera del escenario.
–La opinión de los artistas sobre distintas problemáticas es especialmente demandada…
B. O.: –Sí, y creo que ahí hay que ser muy cuidadoso y evaluar si uno se hace caso a sí mismo, o si se deja arrastrar por la vorágine de la tecnología y de los medios de comunicación. Todos hablamos públicamente de cualquier cosa, en cualquier momento, y hay una especie de sobreinformación. Por eso, prefiero no participar excesivamente de las redes sociales ni opinar de todo, todo el tiempo.
O. N.: –Como dice Boy, hay etapas. Pero yo estoy permanentemente atento a lo que ocurre y me enfurecen ciertas cosas que suceden todos los días en el país y en la ciudad, como la muerte por gatillo fácil de los chicos de San Miguel del Monte. Todo eso me enerva, y me asombra que la sociedad entera, con la clase política incluida, no salga a escrachar eso. Me asusta el futuro cuando veo un presente tan difícil, crudo y violento. No puedo estar ajeno a eso, y necesito participar y opinar porque me duele profundamente la injusticia.