En “La música”, el primer cuento de ¿Alguien será feliz? (Blatt & Ríos), Marina Yuszczuk introduce a lxs lectorxs en la relación de una chica con el piano. No es la historia con “su” piano la que se narra –al principio del relato todavía no ha conseguido convencer a sus padres de que le compren uno propio–, sino la conexión vital con el instrumento que elegirá como herramienta de expresión durante una década –hasta que, impulsada por un sueño epifánico, se decida a estudiar Letras y emprender un camino como escritora–. “Marina, no te preocupes por la música. Ni por el piano, el Conservatorio, los conciertos y las carreras. Lo que te toca es bailar. Hay una forma de música superior que se realiza en las palabras, las de todos los días. Las que todos usan para decir las cosas, con un ritmo, con variantes siempre nuevas. Que significan pero al mismo tiempo cantan. La música es antigua, te toca perseguir lo nuevo”, la entusiasma la voz.
Aunque el relato está escrito en tercera persona, no es difícil detectar en él ciertas trazas biográficas de su autora. Es imposible saber qué clase de pianista nos hemos perdido con aquella decisión, pero huelga agradecer el consecuente nacimiento de una escritora con voz y mirada propias. En los cuentos que siguen al primero, Yuszczuk trae mundos habitados por gente que se parece a la mayoría de nosotrxs, sus lectorxs: personas comunes con vidas que alguien podría catalogar como sencillas, aunque a esta altura sepamos que a ninguna vida puede caberle por completo esa definición.
Además de aquella niña enamorada de la música, lxs personajes que aparecen en ¿Alguien será feliz? son entre otrxs una mujer joven que viaja con su padre por las rutas del sur argentino (y se pregunta: “¿de qué se puede hablar con un papá?”), una joven periodista que asiste a un accidentado encuentro con una escritora famosa, un obrero que construye una casa que no se entiende muy bien si está destinada a ser habitada por su familia o será un refugio para él solo, una joven que vuelve a la casa de sus progenitores después de años de vivir en otra ciudad. A la inversa de los libros de autoayuda, que contienen fórmulas de felicidad sempiterna, en los cuentos de este libro ese ideal aparece de manera esporádica, más bien en forma de pequeños destellos, casi siempre cuando se está en compañía de otrxs con lxs que no es necesariamente fácil convivir. Y entonces, devuelta la misma pregunta: ¿quién dijo que los vínculos más valiosos tenían que ser también fáciles de construir?
A diferencia de otros libros de Yuszczuk (La inocencia, Madre soltera, Los arreglos), en estos relatos hay espacio para lxs narradorxs omniscientes y para protagonistas que no necesariamente tienen un link directo con su autora: incluso aparecen las voces masculinas. También hay aguafuertes contemporáneas (en “Mc Donald´s”, a propósito de un cumpleaños infantil al que debe llevar a su hijo, la narradora no solo pone el ojo sobre el lugar sino que describe su propia historia con ese lugar) y pequeños ensayos sobre nuestro vínculo con los objetos más cotidianos, por ejemplo, el dinero (“Diez dólares”). Lo que persiste es la voluntad de narrar pensamientos más que acciones: idas y vueltas mentales, recuerdos, reflexiones. Puede sonar a lugar común decir que si hay algo que vuelve fuerte y poderosa la voz literaria de Yuszczuk es su capacidad de poner el ojo ahí donde nadie -o pocxs- miran. Pero leerla es constatar ese don: la escritura, el instrumento expresivo que la autora descubrió pasada la adolescencia, no es tanto una herramienta para describir el mundo sino para compartir una forma de habitarlo, y el disparador suelen ser esos objetos o escenarios menos pensados. Esa forma de habitar el mundo incluye dudas, roces, dolores, cuestionamientos constantes. Por suerte, Yuszczuk no baila sola su danza neurótica: quedamos todxs invitadxs.
¿Alguien será feliz?
Marina Yuszczuk
Blatt & Ríos