Después de cuatro años y medio la foto de Lola Chomnalez volvió a aparecer en los diarios y en las placas televisivas de último momento. Después de cuatro años y medio hay un detenido y se reactiva la causa. El detenido, ángel Moreira Marín, “El Cachila”,  no es un desconocido, es un sospechoso de las primeras horas al que dejaron ir, no es el único. Los acuerdos de la impunidad borran o plantan huellas, y siempre callan nombres. A Lola la mataron y su cuerpo apareció semienterrado en la playa, en Valizas, Uruguay, en diciembre de 2014. Ahora, procesado como coautor de homicidio agravado por alevosía, el detenido, que en aquel momento había dicho que no había participado del crimen y que solo la había encontrado desvanecida, dice sin querer decirlo, otra cosa. Fue una perito semióloga quien apartó la crédula cadencia coloquial  y señaló  gestos restrictivos, ademanes y movimientos que solo aparecían en el acusado cuando respondía sobre el femicidio. El cuerpo habla. La autopsia determinó que Lola murió por asfixia por sofocación, y que tenía diferentes cortes hechos con un arma blanca en distintas partes del cuerpo. Los forenses descartaron el abuso sexual, Lola murió defendiéndose de ese abuso inminente. Murió guerreando como lo hizo ángeles Rawson y tantas otras víctimas a las que mataron para borrar el abuso. “De carácter determinado, puso resistencia, se defendió” dijo su mamá que cuando habla de Lola habla en presente: “Yo sigo siendo su madre, Diego sigue siendo su papá y ella sigue siendo nuestra hija”. “Es una bomba de luz”, completa entonces su papá cuando el fulgor consciente de la crueldad cruzada se hace visible mientras cuenta que Lola baila luminosa más allá del tiempo real en un jardín en una foto de su abuela. Mientras la causa está en reserva, los diarios dicen que hay dos personas en la mira de los investigadores. Alguien sabe, “más de alguien sabe”, dice su mamá convencida de que en las comunidades tan pequeñas hay un momento en el que el quiebre se produce. Alguien hizo y alguien ayudó. Detrás de tantas mentiras dichas, las verdades enmudecidas por el poder hablarán como habla a su pesar el cuerpo del detenido. Un ejercicio natural que no altera los recuerdos a pesar de la compra y venta de la insensibilidad seca del intento.      

“Tu sonrisa es nuestra guía”, dice la plegaria de su hermana que recorre todos estos años sin verdad ni justicia mientras buscan el esclarecimiento en las horas por venir cuando la Justicia uruguaya (ahora a cargo de Rossana Ortega, jueza subrogante de Rocha, y del fiscal Jorge Vaz) presenta algunas hipótesis sobre el femicidio y la posibilidad de que, “valiéndose de la indefensión de Lola y tras sufrir un primer ataque, la hayan tenido retenida en un sitio apartado entre Barra de Valizas y Aguas Dulces, en una zona de médanos  ubicada en un área boscosa”. Un verbo en plural nombra a asesinos, abusadores y cómplices. Una conjuración, un océano de eclipses que navega un protector por ahora sin cara ni nombre en los diarios. Las que sí dan la cara son las amigas de Lola que levantan un cartel que dice “No nací mujer para morir por serlo” y declaran que las salvó el feminismo.   

“El gran rubí dolor –oh místico– /me atregua levitando verde y lejos”, dice bella Amelia Biagioni. El dolor –y ya no el poético– es quizá la palabra que más se repite en las preguntas que se le hacen a una madre por su hija asesinada. “El dolor no es Lola, es la forma en que la obligaron a irse de acá”, dijo ella una vez cortando cada sílaba con el llanto que ante la cámara contuvo.