Desde Ciudad de México
El empedrado de una de las calles de uno de los barrios más románticos de México, Coyoacán, guía los pasos hasta la casa de uno de los intelectuales más brillantes de la lengua española: el mexicano Juan Villoro. Allí donde se posa su pluma surge un descubrimiento. Novela, cuento, literatura infantil, teatro, ensayos y una profusa e imperdible obra periodística componen el cuerpo de una obra llena de poesía y lúcida ironía. Ganador de una buena decena de premios en varios rubros, desde la novela hasta el periodismo, Villoro publicó su primeros cuentos en 1980 (La noche navegable),su primer libro infantil en 1985 (Las golosinas secretas) y su novela inaugural en 1991 (El disparo de argón). El éxito narrativo le llegó en 2004 con la novela El testigo (Premio Herralde). Su escritura no deja templo sin visitar, menos aún el de esa pasión planetaria y organizada que es el fútbol, deporte que Villoro ha elevado a la categoría metafísica y sobre el que ha escrito una joya de la literatura, Dios es redondo (Premio Vázquez Montalbán 2006). Ha sido, hasta ahora, el único escritor al que se la ocurrido contar no ya la imposibilidad de un autor para escribir sino el empeño de un libro para no dejase leer (El Libro Salvaje)
Juan Villoro es a las palabras lo que un saxofonista como John Coltrane es al jazz y a la música: un explorador inagotable de resonancias y sentidos. El México de Juan Villoro es ajeno a todo folklore: es la ciudad, la mirada de exploraciones infinitas que va desnudando un lugar donde “el carnaval se confunde con el apocalipsis”. Cuento infantil, crónica periodística, narrativa novelesca o relato breve, la obra de Villoro es un corpus reflexivo, cargado de humor, de gravedad y de ligereza. La elección de Donald Trump ha colocado a México en el blanco de la ira xenófoba del presidente norteamericano. En esta entrevista con PáginaI12, Villoro reflexiona sobre el lugar de la literatura en tiempos de crisis, profundiza la compleja relación entre México y los Estados Unidos, señala la casi soledad de un país que se cortó de su fuente natural, América Latina, y profetiza un mundo que se ha descompuesto y en el cual somos “como bárbaros de una nueva era”.
–Después de los atentados contra el semanario Charlie Hebdo y el supermercado judío, en 2015, el libro más vendido en Francia fue un clásico de Voltaire: Tratado sobre la tolerancia. Luego, en noviembre del mismo año, hubo la matanza del Bataclán y los bares de la capital francesa. A partir de ahí, el libro más vendido fue París era una Fiesta, de Ernest Hemingway. Ahora, en Estados Unidos, tras la victoria de Donald Trump, el libro más vendido es 1984, de George Orwell. La literatura parece conservar un valor refugio, una suerte de oasis para la comprensión de lo que nos ocurre.
–La literatura se parece un poco al paracaídas. En condiciones normales no todo el mundo ejerce la literatura, no todo el mundo lee ni se arroja en paracaídas por deporte. Pero en una circunstancia de apremio, la literatura y los paracaídas te salvan la vida. Esa es un poco la situación que tenemos. Un náufrago que sobrevive y encuentra un libro tiene algo en que entretener la mente. Lo mismo pasa hoy en día con la gente desesperada que trata de encontrar en la literatura un refugio o referentes para saber qué fue lo que pasó y cómo pudo pasar algo como lo de Donald Trump o los atentados de París. Pero desde luego, hay muchas claves en la obra de Orwell para comprender lo que está pasando en los Estados Unidos. El caso de una sociedad que se pretende democrática y que da cabida a un candidato racista, que niega la información, que dice mentiras, que falsea los datos es muy complejo. En suma, un gran charlatán, un gran bufón que pasó de ser una figura de segundo orden en la televisión y un magnate bastante cuestionado a convertirse en el hombre más poderoso del planeta.
–Lo que pasará con Trump ya está plasmado en la literatura en una suerte de anticipación que toma forma cada semana.
–Hace un tiempo escribí un artículo sobre una novela de Sinclair Lewis, Esto no podría pasar acá. La novela trata de un político norteamericano conservador, mesiánico, que imitando los liderazgos de Hitler y Mussolini en la Segunda Guerra Mundial presenta una agenda muy atractiva para el norteamericano descontento. Mucha gente liberal dice en la novela que ese candidato no puede triunfar en los Estados Unidos, que la democracia es muy fuerte. Luego, en la novela, las personas que votaron por el acaban decepcionadas porque, una vez que se instaura un gobierno autoritario, se pasa a una dictadura. Hasta las personas que lo respaldaron terminan arrestadas. Es entonces un esquema de lo que podría pasar en los Estados Unidos. Pero los presidentes no leen novelas y, por lo visto, la realidad tampoco las lee lo suficiente para estar advertida de lo que puede pasar.
–La desconfiguración del mundo no es una exclusividad norteamericana. En Europa está ocurriendo lo mismo con las pujantes extremas derechas. Hay como una propagación de esas utopías del mal.
–El populismo es un fermento que está latente en todos los pueblos. Hay una pulsión nacionalista que muchas veces parece la última respuesta ante una circunstancia desagradable. Lo vimos en Estados Unidos con Donald Trump, en Inglaterra con el Brexit, en Cataluña el separatismo ha aumentado con la crisis. El doctor Johnson decía: “el nacionalismo es el último refugio de los canallas”. O sea, la última oportunidad de encontrar una raíz válida para una realidad adversa. Esto seguirá teniendo brotes en todo el mundo. El fascismo italiano fue nacionalista, el nacional socialismo alemán también. No es un invento norteamericano. Creo que el gran problema de la clase política y de los medios fue la incapacidad de analizar el auténtico descontento de mucha gente en los Estados Unidos y, también, el agotamiento de un modelo político. Esto fue lo que hizo igualmente posible que una candidata tan deficiente como Hillary Clinton, miembro de un sistema totalmente obsoleto y cuestionable, se presentara como una alternativa a Donald Trump. Claramente no lo era.
–En esta situación, México está en primera línea. Su frontera con los Estados Unidos es una amenaza.
–Sí, en México está habiendo una reacción para potenciar a un candidato que sea el anti Trump. Se trata de Andrés Manuel López Obrador, el candidato de la izquierda. Obrador se mantuvo vigente por muchas razones. En dos ocasiones compitió por la presidencia. En la primera fue objeto de todo tipo de triquiñuelas y quedó como un candidato que había perdido a la mala. Desde entonces no ha dejado de luchar. Parte de su proyecto político tiene que ver con el nacionalismo que el gobierno del actual presidente Peña Nieto ha minado mucho. Las reformas que ha habido en México apuntaron todas hacia la famosa globalización. El Primero de enero de 1994, el Ejercito zapatista se levantó en armas para protestar por la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá. Ellos decían: “esto está vendiendo a México en un momento en que los pueblos originarios no hemos recibido ningún beneficio del llamado desarrollo”. Esa fue, en el 94, una llamada de atención muy importante. Desde entonces, los distintos gobiernos no han hecho sino articular una política dependiente de los Estados Unidos. Recientemente hubo una reforma energética que permite que se hagan inversiones de hasta el 100% por 100% con capital extranjero en aguas profundas para explotar petróleo. Se trata de la venta del patrimonio nacional. Un gobierno que no ha tenido una actitud de defensa a la soberanía es ahora desafiado por López Obrador, un candidato fuerte, carismático, que ahora recibe el impulso de los Estados Unidos. Parece ser la persona que podría enfrentar con más congruencia el proyecto imperialista norteamericano. El nacionalismo de López Obrador adquiere combustible. A los mexicanos nos preocupa que Donald Trump sea el presidente de los Estados Unidos, pero nos preocupa mucho más que Peña Nieto sea el de México.
–Al gobierno le ha faltazo solidez en su respuesta a las agresiones de Trump y se expuso a las provocaciones del presidente norteamericano sin opción de respuesta contundente.
–-Es claramente Trump quien fija la agenda y México no ha podido tener una agenda paralela. La respuesta mexicana ha sido muy blanda hacia los Estados Unidos y ha sido totalmente indiferente hacia América Latina. Ese es uno de los grandes problemas que tenemos.
–México se ha cortado de forma inexplicable de América Latina cuando, en realidad, supo ser un actor decisivo en otros tiempos.
–Si vemos los últimos foros que se llevaron a cabo en América Latina la participación mexicana ha sido muy escasa, o no asistió. No tenemos una verdadera política hemisférica con América Latina. Claro, ahora que estamos en un gran problema no hay un respaldo de la comunidad latinoamericana ni una unidad respecto a Trump, ni puede haberla. El problema es que México tiene con respecto a los Estados Unidos una psicología de hermano menor. Visualizamos al presidente de los Estados Unidos como al hermano mayor, impositivo, cruel, poderoso, arbitrario, pero que nos puede hacer algunos favores porque, al fin de cuentas, se puede considerar que nosotros somos su consentido, su favorito, su protegido. Esa ha sido desde siempre la estrategia de México ante los Estados Unidos: jugar la carta del favorito por tener una frontera muy grande y por ser el país con el que tenemos más comercio. La frontera entre México y los Estados Unidos es la más cruzada del mundo, ya sea con cruces legales o ilegales. En esta situación consideramos que Estados Unidos nos va a favorecer con algún tipo de privilegio. Por eso la política ha sido muy blandengue, ha sido una política que no puso las cartas sobre el asunto. Esto es muy grave porque desde hace décadas tenemos los mismos problemas. Barack Obama fue la cara sonriente de una política muy similar a la de Donald Trump. Obama rompió records de deportaciones, más de tres millones de mexicanos regresaron acá. En Medio Oriente Obama rompió records de ataques con drones, hubo muerte de población civil. En suma, no ha sido un presidente al que hayamos podido considerar como un socio de México. La situación es esquizofrénica. Los trabajos para los mexicanos están disponibles. En cualquier restaurante de los Estados Unidos las cocinas están llenas de mexicanos. Son ellos quienes lavan todos los platos del imperio. En esta situación en la que se necesitan tantos trabajos de mexicanos no se ha podido regularizar la inmigración. Eso algo gravísimo. Los mexicanos tienen que atravesar un auténtico safari en la frontera y sobrevivir de milagro para luego llegar a los trabajos que de cualquier forma están disponibles. Esta situación lleva ya 30 años. México no ha tenido una verdadera política hacia los Estados Unidos.
–Si usted ve la configuración de hoy desde el humor, la ironía o la literatura ¿estamos en un gran problema o con una gran oportunidad entre las manos?
–Las crisis son oportunidades. A mi me parece maravillosa la marcha de un millón de mujeres en Washington después del triunfo de Trump, pero esa marcha también hubiese podido llevarse a cabo si ganaba Hillary Clinton porque los problemas que se denunciaban allí nadie los resolvió hasta ahora. Trump tiene este efecto revulsivo que hace que mucha gente se implique por primera vez. Si Hillary hubiese ganado, para muchos habría sido como “podemos dormir en paz, la democracia ha triunfado, la democracia se impuso”. Pero es una democracia muy fallida y una razón cuestionable. Entonces, este efecto revulsivo es importante dentro de los Estados Unidos. Y a los mexicanos nos debe servir también para recapacitar, para reformular nuestra política y buscar alternativas a la dependencia que tenemos: el 85% de nuestro comercio lo hacemos con los Estados Unidos. En los años 80 México llegó a ser el cuarto productor mundial de petróleo. Hoy importamos de los Estados Unidos el 60% de nuestras gasolina. Y tenemos reservas comprobadas para cinco días. Si Estados Unidos cerrara el suministro de gasolina en diez días el país quedaría paralizado. Ese es el nivel de nuestra dependencia. Esto debe llevarnos a pensar en otro tipo de alternativas. Lo que no me parece bien es que esto nos conduzca a exonerar las responsabilidades internas y que, de allí, Donald Trump se convirtiera en el aliado más paradójico de Peña Nieto al hacer de nuestro presidente la víctima del continente, el hombre que quiso y no pudo del todo defender la soberanía mexicana.
–Muchos mexicanos, por su posición geográfica, se consideran norteamericanos. ¿No es una trampa en la percepción de la identidad? ¿Acaso México no necesita darse cuenta que es la inmensa cultura de la frontera sur y que pertenece a ese orbe de la identidad?
–Ese ha sido uno de nuestros grandes rezagos. México siempre ha tenido esta visión hacia el norte. Por ejemplo, en el lenguaje coloquial, cuando alguien dice voy a la frontera, se refiere al norte. No existe la frontera sur, aunque la tengamos. La obsesión mexicana es mirar al norte. Nuestra cultura ha sido lo suficientemente fuerte para viajar a los Estados Unidos sin perder tradiciones, para transformar las costumbres, la comida, los valores de muchas comunidades al interior de Estados Unidos. Fuimos fuertes como para no perder nosotros una identidad. Pero, al mismo tiempo, no hemos tenido una política latinoamericana fuerte. Hubo momentos en que la mayoría de los países latinoamericanos –todos– rompieron relaciones diplomáticas con Cuba, nosotros en México no, mantuvimos con Cuba una relación estratégica muy importante. Creo que cuando el levantamiento zapatista dijo “estamos entregándonos a los Estados Unidos”, de hecho tocaban una fibra mucho más fuerte de la que se pudo ver en ese momento.
–De todas formas, las relaciones entre México y los Estados Unidos son complejas. La frontera es, para los norteamericanos, mucho más que una división física: es al mismo tiempo la puerta del paraíso y del infierno.
–La percepción de ciertos norteamericanos respecto a México es muy curiosa. Recuerdo que en los años 60 había botones hippies en San Francisco que decían: “God is alive and well and living in Mexico City”. Dios está sano y salvo y viviendo en la ciudad de México. Esto era paradójico porque nuestra comunidad de entonces era bastante convencional, por no decir represiva, pero los hippies encontraban aquí la posibilidad de vivir tranquilamente. Aquí vino la generación beat, Kerouac escribió aquí su famosa novela En el Camino, William Burroughs vivió en México, mató a su esposa y salió sin ningún problema. A Burroughs le pareció que la justicia mexicana era maravillosamente sobornable. México era como la reserva de los excesos norteamericanos. El norteamericano que viene a México es un fugitivo o un exiliado o alguien que está a disgusto con un estado de cosas que hay en su país y que piensa comportarse en México de distinto modo. Este país le da la oportunidad. Nosotros hemos tenido la suerte de contar con ese tipo de norteamericanos. Pero es una relación compleja porque los mexicanos estamos perfectamente conscientes del papel que Estados Unidos ha jugado para nosotros. El presidente Porfirio Díaz solía decir “pobre de México. Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. Siempre hemos pensado que es el enemigo a vencer y a la vez el socio con el que debemos congraciarnos.
–Me queda la tentación de una última pregunta que formulo: muchos pensadores, periodistas o escritores están seguros de que el mundo se rompió, de que los moldes de antes no sirven más ni para comprenderlo, ni para narrarlo.
–Tengo la impresión de que somos los bárbaros de una nueva época. Algo está comenzando, hay un fin de ciclo, nuevas tecnologías, nuevas dependencias, nuevas adicciones, nuevos miedos, nuevas ilusiones. Todo esto configura un paradigma que todavía no acabamos de descifrar. Tenemos recursos e instrumentos que todavía no sabemos cómo usar. No es casual que la palabra de 2016 haya sido post verdad. Estamos apenas aprendiendo nuevos protocolos. En este mundo de espejismos tendremos que encontrar nuevos recursos, nuevas estrategias para recuperar la verdad. Sin ella no podremos vivir.