Así como vivió, murió. El músico, compositor y luthier Elpidio Herrera hizo de su lugar en el mundo, Villa Atamisqui, un gentilicio reconocido y marca identitaria para el folklore argentino, proyectada a las diferentes regiones del país, y también al mundo. Fue también el creador de un instrumento, o más bien el encargado de recoger la cultura popular de su tierra para darle nombre y volverla creación: la “sacha guitarra”. El jueves, a los 71 años, el músico falleció en esa misma casa atamisqueña cuyo patio de tierra supo albergar maratónicas jornadas de chacareras, donde seguía atesorando las calabazas con las que construía sus instrumentos, donde seguía cocinando en su horno de barro. Murió como vivió, a causa de un accidente cardiovascular, rodeado de sus afectos, sus músicos y una familia numerosa que supo continuar la tradición musiquera. Y, por supuesto, rodeado de música y pensando en hacerla: mañana mismo, junto con su grupo de Las Sachaguitarras Atamisqueñas, tenía pensado interpretar la Misa Santiagueña y la Serenata al Santo en la misa del Señor de los Milagros de Mailín. Sufrió la descompensación mientras ensayaba en su casa para esta presentación.
Elpidio Herrera fue el personaje más popular de un pueblo de cuatro mil habitantes que también supo hacer popular, ubicado al sureste de la capital de Santiago del Estero, 116 kilómetros más abajo. “El Keith Richards de Atamisqui”, lo definió alguna vez León Gieco, quien supo “encontrarlo” y detenerse en su casa y su figura durante el proyecto De Ushuaia a La Quiaca, que encaró con Gustavo Santaolalla. La comparación trans género, sin embargo, no le hace del todo justicia: más que una figura asimilable a otra que pudiera otorgarle algún brillo desde otras tradiciones –acaso más reconocidas–, la de Elpidio Herrera fue la de un personaje absolutamente singular, portador y comunicador orgulloso de la propia tradición.
En Sachaguitarra, el sonido del monte, el documental de Lorena Josami que lo tiene como protagonista, Herrera traza las coordenadas de la creación cuyo nombre recogió de la tradición quichua: la sachaguitarra o la “guitarra del monte”, según la traducción de la lengua originaria. En el filme se lo ve a Elpidio en el amplio patio que rodea su casa, entre árboles de los que cuelgan calabazas de todos los tamaños. Con esos “porongos” cruzados por cuerdas él hacía las famosas sacha guitarras, que se tocan pulsando o con arco, como un violín, y que cruzan el sonido rústico del violín del monte con el del mandolín. “A Elpidio se lo va a recordar como el creador del último instrumento hecho en la Argentina”, dice León Gieco en el documental.
Entre otras virtudes, las sacha guitarras que hacía Elpidio Herrera (y sobre todo las que tocaba con su conjunto) eran capaces de imitar el sonido de la voz humana, del grillo, del sapo, del tero y de otros pájaros. En esos bichos se inspiraba el músico para crear temas como los que sorprenden en su disco Encuentro (producido, justamente, por Gieco, quien siempre fue un confeso admirador de su obra). Gieco participó de otros discos de Herrera: Los sonidos del monte, en los 90; Con acento provinciano, en 2011. Allá vamos; Santiago, guitarra y copla; A buen entendedor; Infancia del monte, son otros de sus registros.
Hay otras versiones de sachaguitarras, como la bautizada con ironía fina “X10”. Con ese modelo Manolo Herrera, el hijo de Elpidio, ha mostrado cómo suena el rock pesado del monte. Y ha acompañado a su padre en temas como el que surgió hace muchos años, tras una visita de Las Sachaguitarras a Alemania: “Trinken, aber nicht sich betrinken”. Algo así como “tomen pero no se machen, porque la fiesta va a continuar”, según sigue explicando la letra.
Durante algunos años Herrera interpretó su música junto a Sixto Palavecino, otra referencia de la musica santiagueña. Además de su hijo tuvo como socio musical a su hermano, Bebe Herrera, y su grupo anterior a Las Sachaguitarras fue Los Coyuyos Atamisqueños. “La Filosófica”, “La Tentación” y “Lágrimas”, son algunos de sus temas más conocidos. Desde el rock se lo quiso y respetó, entre otras cosas por cierta actitud vital ante la música, y así un grupo como Divididos lo tuvo como invitado, en un show en Santiago. También Gieco lo convocó a participar en Semillas del corazón, además del encuentro en De Ushuaia a La Quiaca. Y entre otras cosas supo cruzar sus sachaguitarras con los bombos y sintetizadores de un grupo como Tremor, por ejemplo.
De chico Elpidio ayudaba a su padre en el taller de orfebrería, y más tarde tuvo formación técnica, llegó a ser profesor de Matemáticas. Todo este saber lo volcó en su creación, según contaba: “Usé las matemáticas para la división de los trastes de la guitarra. Y no sólo para eso, calculé el largo del mástil donde va calado el diapasón, más las distancias del primer puente hasta el segundo donde se sostienen las cuerdas. Hay que entender que yo consigo el fruto, pero dependo del tamaño de su naturaleza. Luego llego hasta cerca del puente donde la tensión es mayor, las vibraciones más cortas, más el aire cerrado en la caja. Al terminarla, mi idea no era rasguearla sino buscar otra forma de ejecución y entonces llego al arco. Primero saqué sonido golpeando con una cuchara, raspando con las cerdas de un pincel. ¡pero parecía un gato pisao! Hasta que lo logré con un arquito largo como una birome, con doble cerda, llevándola al interior de la caja”, describía.
En la misma casa de Villa Atamisquin donde Elpidio vivió, celebró y tocó, y donde hoy hay un museo que exhibe los instrumentos utilizados durante más de cuatro décadas por las Sachaguitarras, fueron despedidos los restos del músico. Por supuesto, entre muchos músicos, amigos, parientes. Y con mucha música.