Desde Río de Janeiro
Dos semanas después de la primera gran manifestación en defensa de los recursos para la educación, los estudiantes brasileños volvieron a salir a las calles de todo Brasil para desafiar al gobierno de Bolsonaro. Este, sintiéndose tocado, ha convocado a su gente el domingo pasado, para atacar al Congreso y al Judiciario, que conforme a los sectores mas radicalizados del gobierno, impedirían al presidente gobernar.
Los análisis han revelado que las manifestaciones fueron mucho mas chicas que las que la extrema derecha lograba convocar hasta hace algunos meses, además de ser compuesta básicamente por hombres blancos, de mediana edad y nivel educacional universitario, esto es, de los sectores mas privilegiados de la población. Las concentraciones han reunido al grupo que originalmente apoyaba a Bolsonaro, aquellos que justifican todo lo que hace o deja de hacer el gobierno, con marcados rasgos fundamentalistas, a favor de la liberación de armamentos y de los recortes de recursos para la educación pública.
La primera manifestación fue en respuesta al recorte del 39 por ciento de los recursos de las universidades públicas, pero que se extendió a todos los niveles de enseñanza. Es una guerra abierta que el gobierno lleva adelante en contra de los profesores, de los estudiantes, de la educación. Que confluye en una guerra en contra del conocimiento, de la cultura, de la enseñanza. Propone clases dadas por las familias en sus propias casas. Busca desarticular las comunidades estudiantiles, demonizándolas frente a la opinión pública, inventando que son espacios de prácticas de liberación sexual, y denunciando que escuelas infantiles excitan niños de tierna edad.
El tema de la tierra plana encuentra cada vez más adeptos dentro de las elites militares del gobierno. El mas importante militar en el gabinete de Bolsonaro afirmó esta semana que ya no lee libros, sino que mira su WhatsApp. Se busca desacreditar Darwin, Freud, Einstein para destruirla credibilidad de las investigaciones en universidades públicas, y así justificar el recorte de sus recursos. Esta semana el ministro de Salud intentó cuestionar una investigación del mas importante centro de salud pública de Brasil, la Fiocruz, que había concluido que no hay una situación de epidemia de drogas en el país, a lo que el ministro opuso su observación callejera para cuestionar el carácter científico de la investigación. Como corolario de esa guerra, el ministro de Educación pidió al Supremo Tribunal Federal autorización para que la policía pueda ingresar normalmente en los campus universitarios, supuestamente para investigar irregularidades. Al mismo tiempo que buscan constituir comisiones parlamentarias para investigar las universidades públicas, sus manejos presupuestarios y otras acciones de sus autoridades.
Declaraciones de exaltación del obscurantismo, sobre temas como el medio ambiente, la educación infantil o la violencia se multiplican, como homenajes a la ignorancia. Errores de ortografía en textos de twitter y en los breves discursos de Bolsonaro ya son parte del folclore brasileño y hacen las delicias de los humoristas. La misma TV Globo tiene dos programas de gran audiencia con ridiculizaciones de ministros del gobierno, incluyendo la caracterización del presidente como “el payaso Bozonaro” (foto).
Así, las manifestaciones del día 15 y del jueves tienen también el sentido de rescate del conocimiento, de la investigación, de la cultura. Desde muy temprano, a las 13 horas TV Globo ya consignaba que las manifestaciones ya eran mas grandes que las de los que apoyan al gobierno.
Bolsonaro apeló a los que lo sostienen, porque vive el peor momento de su gobierno y de su popularidad. Todos los editoriales de los grandes medios han perdido la esperanza de que él pueda gobernar. Se desesperan con la capacidad que él y sus hijos tienen de profundizar conflictos dentro del mismo gobierno, de concentrar sus esfuerzos en esos conflictos, que debilitan la capacidad de acción del gobierno. Mientras tanto, la economía brasileña es declarada en recesión, se han perdido las esperanzas de cualquiera retomada del crecimiento, que estará cercano al cero, con las miradas volcadas ya al 2020.
Prefieren abiertamente al vicepresidente, Olimpio Mourão, militar que, aun proviniendo de posiciones de ultraderecha, juega el rol del realista y flexible. Hace poco estuvo en China, donde fue recibido por el presidente chino, para discutir la posibilidad de que Brasil ingrese a la Ruta de la Seda. Al mismo tiempo, se realizará en noviembre en Brasilia una reunión de los Brics, en la que Brasil asumirá la presidencia, al mismo tiempo que se ha instalado en San Pablo una sede del Banco de los Brics. Todo esto va a contramano de las declaraciones de Bolsonaro respecto a los EE.UU. y de sus ministros de Relaciones Exteriores y de Economía, que suelen criticar públicamente a China.
Cinco meses de streaptease de un gobierno instalado como último recurso para impedir el retorno del PT, lo revela absolutamente incompetente hasta para poner en práctica las políticas elementales de la derecha brasileña. El país está sin control, sin dirección, nadie se arriesga siquiera a predecir como estará a fines de este ano, que ya parece un lejano largo plazo.