“En ese viaje, dejé de ser porteño y me convertí en argentino”, dice Sergio Barbieri, profesor de Bellas Artes, investigador en el campo del arte popular, autor de libros sobre patrimonio artístico nacional que son de consulta obligatoria. Y se refiere al viaje que hizo entre 1965 y 1967 como asistente de dirección y fotógrafo de Jorge Prelorán: juntos hicieron el relevamiento cinematográfico de expresiones folklóricas argentinas. “Yo tenía unos 20 años, recorrí todo el norte y ese trabajo maravilloso me modificó la cabeza. Conocí una auténtica realidad que en esa época no llegaba a Buenos Aires. Ahora es casi turístico, o muy turístico, pero entonces, cuando nosotros presentamos la película sobre la toreada en Casabindo en el Centro Cultural San Martín, en 1969, era algo totalmente desconocido. Fue un éxito total y todavía hay gente que se me acerca y lo recuerda”. Por entonces, Barbieri empezó a ver en las iglesias los exvotos y a partir de 1972 empezó a documentarlos, trabajó que terminó en el libro Exvotos argentinos: un arte popular, de 2007.
En los 70 empezó su trabajo de barrida por las provincias, documentando todo el patrimonio artístico, el que podía encontrarse en catedrales o el que estaba en taperas. Lo acompañaba su esposa, Iris Gori, y juntos hicieron un inventario fundamental que los llevó a vivir en Salta, Jujuy, Corrientes, Entre Ríos, Córdoba. Entonces empezó a documentar el material que forma parte de esta muestra. Son fotos de sus recorridas por cementerios de pueblo y también de ciudad en búsqueda de esos tesoros sin firma, lejos de las bóvedas neogóticas, las esculturas de artistas famosos, la arquitectura funeraria más cara y elegante. Es otra la elegancia que busca: la de un arte hecho con afecto y creatividad. Hay imágenes tomadas en San Pedro, Jujuy; Porteña, Córdoba; Goya, Corrientes; Mburucuyá, Corrientes; Federal, Entre Ríos; San Luis, Tucumán, muchos lugares más. “En aquellos viajes”, cuenta Barbieri, “conocí a Hermógenes Cayo, sobre quien hicimos un documental con Prelorán. Era un artesano que hacía arte para la gente de su comunidad, arte que pedía y le gustaba a la gente, es decir, arte popular. Recuerdo que, de chico, mi abuela, ya en silla de ruedas, decoraba con un tenedor un banco de cemento que le habían hecho en su jardín-huerta-gallinero y, cuando le pregunté por qué, me contestó, ‘lo importante es la estética’. Lo de mi abuela fue una semilla, lo de Cayo una revelación. Y dediqué mi vida a encontrar este arte como un explorador”.
La documentación fotográfica de cementerios se dio casi en paralelo con la de los exvotos y la de patrimonio pero, cree Barbieri, es momento de darle su lugar, por su especificidad. “Quise rescatar la mano anónima. La arquitectura espontánea: artistas que huelen estilos y los modifican con total libertad. Riquezas en remates en Tilcara, roleos en mampostería, detalles art nouveu en cementerios con calles de tierra. Las coronas de zinc o de hojalata, las cruces de hierro forjado, que son mis favoritas. Las cunas, que se llaman técnicamente enrejados”. Hay algunos tesoros magníficos en su colección de fotos que abarca casi cinco décadas, armada en recorridos por cementerios que hacía con la familia al mediodía, cuando en los pueblos se duerme. Un club de bochas en San Francisco, Córdoba, que enterraba a sus socios y los distinguía con un bajorrelieve de, justamente, un señor jugando a las bochas. Una serie de nichos en Mendoza, sobre una superficie de apenas 60 x 40 en los que se construyó una verdadera arquitectura en miniatura: columnas, capiteles, escaleras, balaustres, un remedo de mesa de altar y todo en una profundidad de, como mucho, 15 centímetros. Casi juguetes. Tumbas pintadas por completo de naranja, en Corrientes. Una enorme bóveda de lata en Entre Ríos, de 1909, que emula la opulencia de las tumbas señoriales. Cruces con pájaros y lanzas: interpretaciones del corazón herido de la Virgen María. “Los artistas y arquitectos de estos cementerios, como con los exvotos, no se quedaban con hacer una cruz: querían personalizarla. Para agradecer, un exvoto sencillo es suficiente. Pero tanto el promesante como el platero le agregaban toda esa creatividad que tienen los exvotos argentinos, que los destacan en Latinoamérica, donde se usa mucho molde. Lo mismo pasa con los escultores y albañiles y herreros de estos cementerios. Hay tumbas en Tilcara, en lugares casi aislados, que tratan de imitar detalles muy sofisticados de arquitectura: roleos, pináculos, capiteles, quien sabe dónde los vieron. Por supuesto, son artistas sin nombre, que trabajaban para su comunidad”. Barbieri advierte que, a propósito, dejó afuera las tumbas de artistas y santos populares, porque son un rubro aparte. Quizá otra muestra, quizá un libro. Todavía no tiene confirmado un volumen donde publicar esta investigación sobre los artistas anónimos que trabajaron en estas tumbas rescatadas del olvido.
Una mirada al arte funerario de la Argentina, fotografías de Sergio Barbieri, se puede visitar hasta el 14 de junio en Espacio Cultural OEI, Paraguay 1514.