Cuando se cumplen casi cuarenta años -faltan dos meses y medio-, de la detención ilegal y la tortura del militante de la Federación Juvenil Comunista Sergio Schilmann, en 1979, él volverá a declarar ante la Justicia Federal. Serán 40 años también de su denuncia ante quien era juez, Ramón Carrillo Ávila, de los tormentos a los que fue sometido en el Servicio de Informaciones, pero esa Justicia, en una decisión tan cómplice como tributaria con la patota, lo devolvió a sus manos. Sergio se presentará el miércoles, a las 10, ante el tribunal oral que preside Lilia Carnero e integran Eugenio Martínez y Aníbal Pineda y luego y en sucesivas jornadas llegarán 19 testigos convocados por quienes son abogadas por la querella, Gabriela Durruty, Jésica Pellegrini y Julia Giordano junto a Federico Pagliero.
Sergio había sido detenido ilegalmente, casi en la puerta de su casa el 22 de agosto. Mientras escribo estas líneas las imágenes se suceden: ese día se cumplían dos años del secuestro y desaparición de otro dirigente del PC, Rubén 'Tito´ Messiez, y siete de la masacre de Trelew. Estamos parados delante de una habitación del entonces Sanatorio Cami, en Pellegrini 1353. Por turnos cuidamos la habitación de Sergio Schilmann que ya salió de terapia. Allí estará hasta que los médicos, sus padres y el PC resolvieron que era conveniente sacarlo. Iba a declarar ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que llegó al país por las denuncias de asesinatos, secuestros, desapariciones, apropiación de bebés y torturas y, entonces, la patota lo quería otra vez. Sin embargo la Comisión tomó el de Schilmann como un caso testigo de parte de lo que ocurría ocurría en el país.
Ese 22 de agosto lo llevaron al Servicio de Informaciones de la policía donde le esperaba la 'parrilla' y 242 aplicaciones de picana con una jauría que aullaba a su alrededor y recibía las órdenes de Rubén 'El Ciego' Lo Fiego, el mismo que a la noche siguiente tecleaba e inventaba una suerte de confesión para llevarle a Carrillo Ávila y en la que incluyó nombres de militantes por todos conocidos en la vida universitaria como el de Jorge Kohen. S. S. pudo escuchar la voz de Lo Fiego, era la misma que controlaba que no se 'cortara' durante la tortura y pudo ver un pedacito de su saco a cuadritos por una hendija del vendaje que tenía sobre sus ojos.
La organización del Partido había podido dar con el lugar del secuestro y cuando en Jefatura se recibió la llamada del abogado Alberto Jaime, fue el ´Ronco' Julio César Nast quien entró gritando, 'hijo de puta, hay que matarlo'. Lo llevaron hasta esa justicia fantoche sostenido entre dos: ya casi no podía caminar, estaba quemado, golpeado, sin poder comer por su boca rota y llagada. Lo Fiego llevaba su 'declaración'.
En la declaración ante la CIDH, Sergio señaló que el juez le dijo que estaba a disposición del fuero federal y que lo que se le achacaba era haber violado la ley que suspendía la actividad de los partidos políticos. Pero S.S. contó todo lo sucedido, aunque Lo Fiego se había encargado de las 'advertencias' y amenazas. Mostró sus heridas pero el juez Carrillo lo devolvió a sus captores. Entonces llegaron la revancha y más golpes brutales.