La foto es una bofetada. Es el día del ejército, el presidente ha concurrido, se ha sentado para ser visto y luego escuchado, y los militares ocupan sus asientos con la prolijidad rígida que los caracteriza. Hasta aquí nada raro y todo bien. Pero sucede que a menos de dos metros del presidente se ha sentado con gran comodidad un personaje robusto, algo ampuloso, de alta visibilidad, que se ha vuelto célebre en la escena nacional. Se trata del fiscal Carlos Stornelli, personaje sinuoso, sin duda temible, con mucho poder que sabe usar discrecionalmente, y que el viernes debería haberse presentado en el juzgado de Dolores ante el juez Ramos Padilla. No lo hizo y fue la quinta vez que no lo hace. Tal desacato tiene que tener una o varias explicaciones. El fiscal rebelde desconoce la incumbencia de Ramos Padilla en las cuestiones en que pretende –al menos– interrogarlo. El fiscal rebelde es el hombre fuerte de Comodoro Py, lugar desde el que el gobierno nacional ha decidido perseguir a sus opositores. La punta de lanza de esta persecución es el fiscal rebelde. Junto, claro está, con el juez Claudio Bonadio, un hombre obsedido por ver a Cristina Fernández de Kirchner entre rejas. Todo esto tiene que ver con el Presidente de nuestra devaluada república, que es quien da las órdenes y busca afanosamente ser reelegido para un próximo mandato en el que hará lo mismo “pero más rápido”. O sea, en lugar de destruir el país en tres años y medio lo hará en seis meses, completando su devastadora tarea. De aquí que el fiscal rebelde le sea funcional y ampliamente necesario. De aquí que el Presidente del ajuste lo haya ubicado a menos de dos metros de su autoritaria persona, que confiere poder e impunidad, ya que el poder es la garantía infalible de la impunidad. Ahí, entonces, a menos de dos metros del Presidente el fiscal rebelde se siente impune. Esto es lo que busca trasmitir la foto. Y esto es, en verdad, una bofetada. 

Nos dicen: “A nosotros no nos importa nada lo que ustedes piensen o hagan. ¿Lo quieren preso a Stornelli? Olvídense. Protegemos a los nuestros y él es uno de los principales”. Así, aquí lo vemos, rodeado por la simbología del poder militar –del cual por linaje familiar es parte– y cálida y firmemente respaldado por el ajustador serial que detenta la presidencia y no está dispuesto a perderla, cueste lo que cueste. 

Los pretendidos republicanos han devaluado la república. Primero porque han hambreado al pueblo, y una república que hambrea a los suyos no es tal. Segundo porque la Justicia, lejos de ser justa, se ha transformado en una fuerza de choque, siguiendo una tendencia vigente en nuestra desdichada América latina de la segunda década de este siglo, que pareciera haber advenido a la historicidad para castigar a la primera. Tercero porque a la represión judicial se suma, con fervor, la de un Ministerio de Seguridad que quiere ver armados a los habitantes del país, que elogia a policías que matan por la espalda, que le ha entregado el clima histórico a una masacre como la de Monte, que ha honrado –estrechando su mano en la Casa Rosada– a un matarife que ultimó a un delincuente que huía. Todo esto es para que el Presidente del ajuste gane las elecciones de octubre. Porque como dijo el jefe de Gabinete: “No nos vamos en octubre”. Y hay gente que admira a la ministra de Seguridad, porque cree que hay que matar, reprimir de cualquier forma el delito, que ellos aumentan cotidianamente con sus políticas de ajuste.

Ante este panorama desolador, ante una importante cantidad de argentinos que piensan que este gobierno es lo mejor que nos puede pasar ante el avance del odiado populismo –odio que los medios de comunicación más poderosos fogonean día a día–, la respuesta tiene que ser amplia y patriótica, es decir, generosa. No parece ser así hasta el momento. La convención radical decidió seguir en Cambiemos, hundiendo a ese partido en un seguidismo histórico que recupera –no al primer Alfonsín tan elogiado en estos días– sino al del “Felices Pascuas” y el Pacto de Olivos, que le permitió otra presidencia al infausto Menem. La izquierda insiste con su constante histórica de ser funcional a la derecha. Se ha visto a Myriam Bregman criticar a Alberto Fernández con tanta saña como Mariana Zuvic, que ya le está inventando causas. Y Sergio Massa, el político de la duda shakesperena, sigue vacilando entre una unidad con las mayorías del peronismo o vegetar en esa “avenida del medio” que sólo podrá aumentar las posibilidades del Gobierno –del que no se sienten alejados– de ganar en octubre. Será deseable que inicie un inmediato diálogo con Alberto Fernández, que está ahí para eso, para dialogar, para sumar, para evitar la pesadilla de la pesadilla: que Macri gane las próximas, decisivas elecciones. No.