La noche del 4 de septiembre de 1970 no fue una noche más para Ernesto David Rojas. Sus amigos le decían Ranga y estuvieron pendientes de él. En Chile, ese mismo día Salvador Allende iniciaba su camino hacia el socialismo en democracia. Se imponía de manera reñida en las elecciones a Jorge Alessandri, aunque en Jujuy la atención estaba puesta en la Bombonera. Gimnasia jugaba su primer partido de la historia por un torneo de la AFA: el Nacional. Boca le haría sentir el peso de su poderío y la condición de local. Le ganó 3 a 1 y tres meses después se consagraría campeón con José María Silvero como director técnico. Ese viernes de asombro en el gran estadio, Ranga, bajito y delgado, fue titular en el Lobo jujeño como wing izquierdo. Igual que en el último partido del torneo Regional que le había dado el ascenso al equipo contra Patronato de Paraná. Pero con la diferencia de que aquella tarde marcó un gol que se festejó en toda la provincia.
Después de esa victoria, el plantel se reunió en el barrio La Viña para celebrarlo hasta la madrugada. Aquel momento cumbre en la historia del fútbol jujeño, quedó eternizado en la esquina de Rivadavia y 18 de noviembre del barrio Sarmiento. Ahí se conserva desde hace décadas un mural que hizo perdurar la hazaña y que con el tiempo transformó al lugar en un centro de peregrinación futbolera. Es el principal punto de atracción del restorán que en esa esquina atiende Daniel Quevedo, el autor de otro gol en aquel encuentro contra los entrerrianos (el 3 a 1 lo completó Luis Siacia). Ranguita y sus compañeros quedaron retratados para la posteridad.
“Fue así que los equipos grandes de Buenos Aires tuvieron que venir a jugar a Jujuy por los puntos y ya no por mera visita en las fechas patrias de aquella época” dice la crónica del sitio Jujuy al momento que evoca la consecuencia deseada de aquel triunfo contra Patronato logrado el 17 de agosto del 70. Ranga Rojas tenía 24 años. Había nacido el 21 de marzo de 1946. Pero tres días antes de que cumpliera los 30 y cuando ya estudiaba abogacía en la Universidad de Tucumán, el 18 de marzo de 1976 su vida ya no sería una vida porque la Concentración Nacional Universitaria (CNU), un sucedáneo de la Triple A, lo decidió así.
El futbolista de Gimnasia ya no estaba en su San Salvador de Jujuy, sino a 1.550 kilómetros de distancia, en la morgue judicial de La Plata. Jesús Oscar Arabel, el padre de sus amigos, los hermanos Gerardo y Raúl –también asesinados por una patota de civiles que no escatimó balas para ellos– tuvo que identificar el cuerpo de los tres jóvenes jujeños. Había un cadáver más, el de Eduardo Julio Giaccio fusilado en el mismo camino vecinal sin nombre de la localidad de Gutiérrez, partido de Berazategui. Lidia –la mamá de los Arabel– y su esposo Jesús habían viajado antes del cuádruple homicidio para visitar a sus dos hijos. Pero se los devolvieron en un cajón.
El Pregón de San Salvador tituló la noticia el 20 de marzo del 76: “Tres estudiantes universitarios jujeños cayeron víctimas de la violencia subversiva en La Plata”. La causa que se generó y llevó adelante el juez Carlos Ramón de la Colina aporta datos concretos sobre los últimos momentos de Rojas. Había viajado a La Plata para acompañar a los Arabel, que estudiaban la carrera de Medicina y trabajaban en el hipódromo de La Plata. Tenía que operarse de una lesión de rodilla con el doctor Miguel Fernández Schnoor –célebre médico del plantel de Independiente– y coincidió con ellos la noche de su secuestro y asesinato. Los tres fueron llevados desde un departamento en la calle 61, nº 229 de la capital bonaerense, donde había dos compañeras más de la Facultad. A ellas las dejaron irse. Pero a los hombres les ataron las manos por la espalda y se los llevaron en la noche del 17 al 18 de marzo a la madrugada. Según la instrucción, Ranga se resistió a que lo metieran en el baúl de un Ford Falcón –el vehículo arquetípico de la represión ilegal– y habría sido muerto en el acto. El parte policial firmado por el comisario inspector de la Bonaerense, Francisco Wojciekian, decía que la patota utilizó armas calibre 45, 11.25 y escopetas Itaca.
Cuando el cuerpo del futbolista fue encontrado en Gutiérrez, presentaba según el informe forense “múltiples perforaciones de arma de fuego que le han ocasionado lesiones incompatibles con la vida”. Hay otros detalles que por truculentos no merecen mencionarse. Están en las pericias médicas y las fotografías del expediente radicado en el Juzgado Federal 3 de La Plata que investiga los cuatro asesinatos de la patota paramilitar de la CNU en esa ciudad, 43 años más tarde. Sus integrantes más notorios, Carlos el Indio Castillo y Juan José Pipi Pomares, tuvieron suerte distinta en otros juicios por delitos de lesa humanidad. El primero fue condenado a prisión perpetua y el segundo absuelto en noviembre de 2017.
Un día antes del golpe de estado del 76, el martes 23 de marzo, los restos de Ernesto Rojas y los hermanos Arabel llegaron a Jujuy en medio de una multitud que los fue a recibir. María Angélica, la hermana del futbolista que lo sobrevive hasta hoy, estaba en el cementerio del Salvador. Ranga, que también trabajaba en la policía de la provincia, apareció mencionado en casi una docena de avisos fúnebres del diario local. Su club, Gimnasia y Esgrima, “participa el fallecimiento de su ex jugador e invita a todos sus asociados y simpatizantes al sepelio de sus restos”, decía el texto acompañado por su fotografía de saco y corbata (la única que se conoce de él). También sus muchos amigos dejaron condolencias públicas: el Negro Calvetti, Chueco Ojeda, Gallo Cáceres, Gato Alvarez, Cóndor Chagra, Chingolo Di Pietro y Hugo Conde más otro grupo de la pizzería Belgrano. Sus compañeros de la promoción 1965 de la Escuela Normal mixta. Su novia Nelly Menéndez. Su cuñado y sus sobrinos.
Aquel futbolista que con sus compañeros habían llevado a Gimnasia al torneo Nacional regresaba seis años después a su provincia envuelto en una mortaja. En ninguno de los testimonios conocidos hasta hoy o en la instrucción de la causa judicial se le atribuye militancia como a los hermanos Arabel, del peronismo de izquierda. Lo confirma Angel Chingolo Di Pietro, uno de sus grandes amigos: “Se lo aseguro, Ranga no militaba. Yo era amigo de los Arabel que sí participaban. Los presenté a ellos tres”. También ratifica la no militancia de Rojas el libro de Reynaldo Castro Con vida los llevaron (memoria de madres y familiares de detenidos-desaparecidos de San Salvador de Jujuy) publicado por la editorial La Rosa Blindada en 2004.
En él se explica que los hermanos Gerardo y Raúl Arabel de 26 y 24 años, respectivamente “estudiaban Medicina en la Universidad Nacional de La Plata, eran militantes comprometidos. A mediados de marzo, se reunieron en Tucumán con Ernesto David ‘Ranga’ Rojas (29 años) –conocido futbolista de Jujuy que integraba un equipo profesional tucumano– quien no tenía ningún interés por la política. Debido a que el jugador iba a operarse una rodilla en la capital de la provincia de Buenos Aires, aceptó la invitación de los hermanos y partió con ellos”. Se acercaba el final.
Rojas jugó diez partidos en aquel campeonato Nacional de 1970 donde debutó Gimnasia entre los equipos profesionales de la AFA. Le tocó ser titular en aquella noche de la Bombonera del 3 a 1. El técnico Marcial Acosta lo reemplazó cuando terminó el primer tiempo, pero después jugó nueve partidos más de ese torneo corto. Dos los completó, fue sustituido en tres y como suplente ingresó en otros cuatro. No pudo convertir goles, aunque ya había hecho el último del 3-1 a Patronato en la final del Regional para clasificar a aquel Nacional de 1970.
Su equipo terminó noveno entre diez en su zona, pero él ya había disfrutado del ascenso. Sobre todo, por compartir el juego con compañeros que se destacarían también en otros equipos. Como Daniel Quevedo que pasó a Lanús y fue figura en Peñarol de Montevideo o René Taritolay, quien siguió su carrera en Ferro y Vélez.
El rastro futbolístico del delantero jujeño se perdió en Tucumán. Después de abandonar Gimnasia se fue a jugar a Central Norte de aquella provincia que no debe confundirse con el club homónimo de Salta. “De ahí pasó a Atlético Tucumán en 1972 y salió campeón de la liga local después de varios años sin títulos, pero se lesionó mal. Ranga estudiaba al mismo tiempo abogacía en la universidad tucumana. El era una excelente persona y muy buen amigo. Creo que jugó hasta el 74 y si no me equivoco también lo hizo en All Boys de Tucumán” recuerda Di Pietro. En Atlético, uno de los dos grandes tucumanos, no llegó a integrar el plantel en el campeonato Nacional de 1973. Hubiera sido su segunda participación en el fútbol grande de la AFA. Rojas estuvo todo el año lesionado. Una rodilla lo tenía a maltraer. Cuando viajó con los Arabel a La Plata “su idea era que lo operara Fernández Schnoor en Buenos Aires”, cuenta Chingolo Di Pietro, el amigo jujeño que turbado por la noticia de su asesinato abandonó los estudios.
Junto a Antonio Piovoso, el arquero de Gimnasia y Esgrima La Plata que jugó tres partidos en el campeonato Metropolitano de 1973, Ranga es uno de los dos futbolistas víctimas del terrorismo de Estado que llegaron a Primera en un torneo profesional de la AFA. El platense continúa desaparecido. A Rojas lo asesinó la CNU seis días antes de que la dictadura genocida diera el golpe del 24 de marzo del 76. Fue un preludio de lo que vendría.
* Capítulo extraído del libro Deporte, Desaparecidos y Dictadura, de Gustavo Veiga, editorial Al Arco, 3ª Edición, 2019.