Hinchas que se juntan en Navidad para cantar villancicos, que donaron sangre para recaudar fondos o que trabajaron sin cobrar para levantar el estadio donde juega el equipo: pocos clubes pueden exhibir una química mayor con sus socios y aficionados que el Union Berlín, el equipo que superó al poderoso Stuttgart en la promoción y ascendió por primera vez en su historia a la Bundesliga alemana. Por eso se puede entender el festejo alocado que incluyó un invasión al campo monumental después del 0-0 en casa que valió el ascenso gracias al 2-2 de la ida o el paseo en barco por el río Spree para un club abonado a la derrota y que desde sus inicios lucha contra el sistema y la desigualdad, con una final de la Copa Alemana perdida ante el Schalke en 2001 como mayor logro hasta el martes.

Apodados Die Eisernen (Los Metalúrgicos) por su origen obrero en el barrio Köpenick, al sudeste de Berlín, el Union Berlín tuvo su nacimiento en 1906, pero su gran historia comienza a partir de la refundación de 1966, cuando adoptó su actual nombre y comenzó a participar en la Oberliga, el torneo de fútbol de la antigua República Democrática Alemana. Rebeldes y soñadores, a los hinchas del Union no le importaban demasiado los títulos y triunfos del Dynamo Berlín, su eterno rival, que gozaba de todos los beneficios de ser el equipo de la Stasi, el servicio de inteligencia secreto de Alemania Oriental. Bajo la mano dura de Erich Mielke, el ministro de la Seguridad del Estado por más de treinta años, hasta el colapso de la Unión Soviética, el Dynamo se consagró campeón durante diez temporadas seguidas (78/79 hasta 87/88), mientras que los tres torneos anteriores y los dos posteriores los ganó el Dynamo Dresde, el club de la policía de esa ciudad. ¿El Union? Terminó cayendo a la segunda división, aunque sus hinchas se contentaban con cantar "Wir wollen keine Stasi schweine" (No queremos cerdos de la Stasi) cada vez que jugaban contra sus odiados rivales o “Die Mauer muss weg” (El muro debe desaparecer) en cada ocasión que tenían un tiro libre a favor y los adversarios armaban la barrera.

Con la reunificación alemana no le fue mucho mejor. Reinsertados con los clubes del Oeste, sólo el Dynamo Dresde y el Hansa Rostock quedaron en la Bundesliga, mientras que el Union cayó a la quinta división. En condiciones económicas imposibles de igualar con los rivales occidentales, los Metalúrgicos estuvieron a punto de desaparecer, pero el amor de sus hinchas pudo más. Christian Arbeit, director de comunicación del club, recordó que en 2004 se llevó a cabo la campaña masiva "Sangrar por Union", que consistía en donar sangre y que todo lo recaudado sirviera para ayudar a las alicaídas arcas del club que ya presidía Dirk Zingler, el mismo dirigente que ahora los guió al ascenso y que pronunció una frase ya célebre: “Esperé cuarenta largos años para este día, así que escuchar Union y Bundesliga en la misma frase suena cómico”.

Otra gran muestra de fidelidad se dio en 2008, cuando el equipo llegó a la segunda división y necesitaba reacondicionar la cancha para ese desafío. Sin dinero para afrontar la obra, fueron los propios hinchas los que pusieron el cuerpo para llevar adelante la reconstrucción del llamado “Der alten Försterei”, un estadio en el que hay que atravesar un bosque para llegar. “Unos 2500 aficionados pasaron aquí 140.000 horas de trabajo, de manera gratuita”, explicó Arbeit, que tras los dos empates ante el Stuttgart que le dieron el ascenso dejó atrás su larga cabellera de años para cumplir la promesa que había hecho durante la pretemporada en España. “Todo el mundo comenzó a pasar aquí sus vacaciones y sus días de descanso. Otros llegaron los fines de semana. Fue absolutamente asombroso”, recordó el director de comunicación sobre aquella colaboración que le valió al club ahorrarse unos cinco millones de euros.


Construido el estadio, que sólo tiene 3700 asientos y más de 18.500 lugares para estar parado, el siguiente paso fue venderlo. Pero a diferencia de los grandes clubes de Europa que los dejan en manos de magnates o empresas multinacionales, los socios del Union llevaron adelante una acción para ser ellos los propios compradores. “Vendemos nuestra alma, pero no a cualquiera”, era el lema de la campaña que se hizo durante diciembre de 2011, con afiches que llevaban fotos de todo lo que no querían ser: Joseph Blatter, por entonces presidente de la FIFA; Silvio Berlusconi, en aquel momento dueño del Milan, y una lata de “Red Bull”, la marca que compró al Leipzig en una privatización encubierta y que, a fuerza de billetera, lo llevó a la primera división. La modalidad de la venta fue de 10.000 títulos de propiedad, a un costo de 500 euros cada uno, y sin posibilidades de comprar más de 10 por cada socio. El estadio tenía que ser de todos y para todos.

Con tanta identificación, en el Alten Försterei se sienten como en casa. Así lo demostraron durante el Mundial 2014, cuando los hinchas llevaron sus propios sillones al estadio y siguieron así, desde el campo y en pantalla gigante, los partidos de la selección de Joachim Löw que se consagró campeona del mundo. O como lo hacen en cada Navidad, cuando la celebración incluye un recital de villancicos a estadio completo, donde concurren jugadores, dirigentes, hinchas y turistas de diferentes partes del mundo. Habrá que ver si en la máxima categoría, con millones en danza y rivales como el Bayern o el Borussia Dortmund, el modesto Union Berlín puede mantener la mística que lo llevó a la Bundesliga.