Desde Barcelona
UNO Ahí fuera, todos se desafían. Unos a otros. Ha pasado apenas una semana desde las elecciones europeas y autonómicas y municipales, y un mes desde las generales, y un año desde la moción de censura que eyectó a Rajoy de su cómoda presidencia inocurrente, y todo vuelve a estar como en el epicentro del más inmóvil de los terremotos. Quién va a pactar con quién para conseguir los votos para ser investido y gobernar y todo eso. Horas y páginas en televisores y periódicos donde se arriesgan uniones fugaces y posibilidades inciertas y todos los “actores” se muestran como dueños de la pelota que sólo prestarán a cambio de que los otros no cambien de equipo y no jueguen con estos o con aquellos. La sensación es la de un recreo feroz donde sólo se divierten los alumnos mientras los ciudadanos (que deberían ser los maestros a los que se atiende y obedece, pero no) los contemplan, desconsolados, jugar y hacer trampas y contradiciendo lo que dijeron apenas hace unas horas. Así es: la fragmentación del voto, el fin de las mayorías abultadas que permitían gobernar con apenas una ayudita de los amigos de siempre, el desorden coreográfico en lo que hace poco era un disciplinad minué bipartidista donde se alternaban reverencias cada cuatro años que ha dado lugar a una especie de desenfrenado pogo de codazos y escupidas donde todos se pelean por quién se sienta o no con ultraderechistas o revolucionarios mientras juran ser de centro con apenas ligeras inclinaciones a derecha o izquierda. Y aúllan por intentar conseguir las mejores y –si no cómodas– ubicaciones a la hora de posicionarse respecto al cada vez más estúpidamente complejo “Tema Catalán”, donde los empresarios locales empiezan a desafiar al president de la Generalitat Torra para que se deje de tanta independencia y gobierne un poco porque las cosas económicas no van bien y Torra (quien acaba de fundar un paranoide escuadrón policial para su “seguridad personal”, una Guardia PreTorrana de setenta y un efectivos, sin dar mayores detalles) los desafía a que apoyen su gesta indigesta y...
Así que ahora, otra vez, el Rey volverá a abrir su ronda de conversaciones para la investidura (para colmo de bienes, a Felipe “El Preparado” VI su padre el emérito Juan Carlos “Campechano” I le envió sentida cartita real y mágica donde le informa que a partir del pasado domingo ya no se prestaría más a esas simbólicas actividades de circunstancia anecdótica y que se retiraba del ruedo y ruido cortesano sin que eso signifique perder su condición de “inviolable” o el no seguir percibiendo sueldo a costa de los presupuestos del estado que, aseguran, será debidamente rebajado, aunque no se entró en detalle al respecto). Y se volverá a comprobar que, para los demócratas españoles, hay tan sólo tres stages perfectos e ideales: ser candidato, ser jefe de la oposición, o –lo mejor de todo– ser ex presidente. Gobernar es demasiado complicado y nadie parece muy a gusto ahí salvo que te llames Pedro Sánchez y que parezcas haber nacido para ello y morirte por eso y quien, de seguir así las cosas, no sería raro que acabe siendo Emperador. Seguro que Sánchez lo vive como un desafío profesional, piensa Rodríguez.
DOS Por debajo de todos ellos está el pueblo, la gente, los protagonistas de tantos otros desafíos tarareando. Los que apenas levantan la vista de las pantallas de sus teléfonos, los que día tras día leen noticias informáticas como la de que Google Deepmind logra que “sus agentes artificiales” se organicen a por su propia voluntad e intuición –sin “conocerse” ni “hablarse” entre ellos– y le ganen a aquel humano que los desafió a jugar. O algo así. Y Rodríguez se acuerda de Skynet y de Matrix pero, ah, esas son fantasías épicas y heroicas con desafiantes resistencias contra el poder tiránico de máquinas súper-inteligentes. Porque todo parece indicar que el Apocalipsis será –aunque on-line– mucho más tonto y autodestructivo. Ahí, la idea fija de desafiarse los unos a los otros a hacer cosas tan estúpidas como peligrosas para la preservación y continuidad de la especie humana.
TRES Así –en el nombre de Momo y mirándose al black mirror al que se le pregunta no por la hermosura sino para la capacidad de hacer el más peligroso de los ridículos– todos esos imbéciles desafíos como forma más infradotada del exhibicionismo. Rodríguez leyó sobre el asunto la semana pasada en La Vanguardia. Un informe que daba cuenta de los peligros de “relacionar actos arriesgados con la éxito y el reconocimiento social” y de entender como “entretenimiento a las miserias de otras personas”. Nada nuevo desde tiempos del Circus Maximus pero a toda hora y en todas partes vía videos. Y, así y ahí, listado de desafíos varios: Tide Pod Challenge (tragarse cápsulas de detergente), ShellChallenge (comer frutas y verduras y huevos sin quitarle las cáscaras), Flaming Cactus Challenge (masticar un cactus en llamas), Balconing (saltar de un balcón a otro), Juego de la Muerte (estrangularse hasta el penúltimo aliento), Vodka en el Ojo (verter vodka sobre las pupilas para emborracharse más rápido), Knockout (pegarle a un peatón escogido al azar), Hot Water Challenge (arrojarle agua hirviendo a alguien que, claro, no se lo espera), Fire Challenge (empaparse en alcohol y encender un fósforo), Condom Snorting (aspirar un preservativo por la nariz y sacárselo por la boca)... Y, claro, todo eso y mucho para ser grabado y enseguida subido a YouTube y conseguir comments y likes. Y ser alguien por ser tan desafiante.
CUATRO Agotado por todo lo anterior, Rodríguez se metió al cine a ver a un desafiante de verdad y extremo: John Wick (Keanu Reeves haciendo como nadie puede hacerlo de Keanu Reeves) en su tercera entrega que no difiere mucho de las dos primeras. Tiros y líos y cosas muy gordas y está claro que no hay que meterse ni con el perro ni con el auto de Wick. Así, el mega-sicario ahora “excomunicado” (es decir violable) y perseguido por los suyos por desafiar el rígido protocolo de la High Mesa y del Continental Hotel y metiendo una bala entre los ojos a todos los que se cruzan en su camino sin que ni la policía o habitante de la ciudad parezca inquietarse demasiado. Y, por si todo lo anterior fuera poco, Wick hasta consigue en el acto un taxi libre en una New York en hora pico y con diluvio.
Rodríguez sale de allí satisfecho y saciado y se desafía a sí mismo a no pensar en esa mujer que se suicidó porque un video sexual suyo se “viralizó” en su lugar de trabajo ni en ese joven que se filmó ofreciéndole galletas rellenas de dentífrico a un mendigo porque “seguro que no se lava los dientes desde que se volvió pobre”. A la primera, ahora todos los compañeros de trabajo la lloran. Al segundo, le ha caído multa de 20.000 euros y –acaso lo más doloroso– la prohibición de utilizar cualquier plataforma de internet durante cinco años.
Pero algo le dice a Rodríguez que, como de costumbre, va a salir perdiendo en semejante desafío porque ya no se puede salir de allí a no ser que se salga disparando a quemarropa y a BangBang Challenge mientras –en las altas esferas de la política– todos los cuadrados se desafían, cada vez más retorcidos, para ver quién tiene sus ángulos más rectos.