Al modo de una investigación visual, Facundo de Zuviría ha venido tomando imágenes de la vida urbana, especialmente de Buenos Aires, desde hace 37 años. En estos días, el fotógrafo presenta, en el Centro Cultural Kirchner, “Indicios de la vida urbana”, una gran muestra antológica y retrospectiva de sus tomas porteñas, con curaduría de Alexis Fabry –a su vez uno de los tres curadores de la importante exposición “Géométries Sud”, de arte latinoamericano, en la Fundación Cartier, en París, que incluyó a de Zuviría, y de la cual dimos cuenta en estas mismas páginas a fines de enero pasado, cuando quien firma estas líneas tuvo la oportunidad de recorrerla–.
La exposición abarca sus series Estampas de los años ochenta y noventa, en color y blanco y negro; La Siesta Argentina, de 2003 (en blanco y negro), la nueva serie Frontalismo (en color), publicada recientemente en el libro del mismo nombre y un conjunto en el que está trabajando actualmente, Enrejados. En total son 200 fotos.
Quizás sin proponérselo, de Zuviría desplegó algo así como un programa futuro desde sus primeras fotos de los años ochenta. Porque casi todo el recorrido de las siguientes casi cuatro décadas de obra estaba inscripto, contenido o bocetado, en las primeras series de fotos en blanco y negro que tomó. Allí mismo, podría decirse, estaba el germen de otras series por venir. Pero el obsesivo mapa de imágenes que ha venido desarrollando de Zuviría no sólo devela una trama sino que dentro de esa trama revela las geometrías de la arquitectura porteña, tanto como cierto tipo de construcciones, fachadas y pequeños comercios (bares, peluquerías, tintorerías) cuya existencia se rescata como anacrónica o, en todo caso, como sobreviviente de modos y tiempos que se han ido o están en vías de extinción. Sus fotografías siempre expresaron un presente con menos de presente que de pasado. Así es que su programa futuro siempre contuvo una enorme carga pretérita.
La textura urbana –calles y edificios, pequeños negocios y vidrieras, carteles y anuncios; los barrios y el centro, los transeúntes y los parroquianos– no sólo puede ser vista y observada sino también leída y descifrada: es lo que hace Facundo de Zuviría con sus fotografías, desde los años ochenta hasta el presente, para captar las imágenes y los textos que caracterizan la trama de una ciudad elocuente.
Como una idea progresiva e inagotable, la mirada del fotógrafo recorre la ciudad de manera más o menos metódica y planificada (donde por supuesto también está incluido lo espontáneo), para encuadrar, en cada recorrido, los fragmentos de esa trama.
“La foto para mí –explica F. de Z. en el libro Estampas (2015)– es sobre todo recortar, encuadrar, sacar de contexto. Fotografiar es establecer una relación de ritmos, de balances, de formas, de geometrías. La forma es crucial”.
Las fotografías de F. de Z. tienen al menos una doble temporalidad: la lógica y literal, es decir la que marca el paso del tiempo desde la fecha de la toma, a la que se suma un anacronismo implícito en la imagen.
Una de las series más potentes de la muestra es La siesta argentina (2003), un conjunto de fotos frontales, en blanco y negro, de típicos frentes de negocios pequeños o medianos –generalmente proyectados por un maestro mayor de obra–, que se repiten: puerta doble central y dos ventanales laterales, con sus respectivas cortinas metálicas. En esa serie el fotógrafo sumerge la mirada en un tiempo suspendido de imágenes simétricas, detrás de las cuales se ocultan historias asimétricas, porque retrataban la onda expansiva de la gran crisis argentina del 2001.
La frontalidad del punto de vista, la nitidez de las imágenes, el contraste de luces y sombras que genera el pleno sol del día, producen un efecto del más puro y literal suspenso. En esa suspensión entramos y allí comienza la compleja estructura conceptual de esta serie de tiempos superpuestos.
En La siesta argentina se aísla y recorta una arquitectura específica, una mirada que establece un largo presente, un estado de deterioro y al mismo tiempo de duración, de persistencia, de memoria que se centra a mediados del siglo veinte, pero que también remite a décadas anteriores y muy posteriores. En estas fotos se puede ver una ciudad detenida y arrasada, luego de la bomba neutrónica que estalló en diciembre de 2001.
Estén altas o bajas las persianas de los negocios, la serie muestra un límite difuso entre la actividad y la inactividad: los bolichitos abiertos no exhiben mucha vida: salvo excepciones, casi no hay personas en estas fotos. Y si las hay, están agazapadas en la penumbra apenas visible del interior de algún barcito. En varios de los locales (supuestamente) abiertos tampoco hay señales de vida, porque lo que se ve es un interior desordenado, semidesierto, sin tiempo, con algún grado de abandono.
En cada una de las fotos, la disposición clara en el plano de tres partes bien diferenciadas (ventanales laterales, puerta central) ejerce un ordenamiento y una serialidad que determina un sentido rítmico, maquinal, repetido. Tal estructura establece un juego de las diferencias, dado que, en principio, siempre se trata de una misma configuración formal (3 aberturas), explotada hasta el infinito.
En este punto, de Zuviría introduce un componente obsesivo, donde cada foto puede superponerse con la siguiente hasta constituir una sucesión ininterrumpida de micropaisajes urbanos, una suerte de partitura coral de la ciudad, donde cada imagen es un capítulo de una misma historia. Lo individual y lo colectivo se entrelazan en una politización (etimológica y semántica) de la imagen fotográfica que pasa del documento visual al monumento arqueológico (de una arqueología del presente) y de ahí a la narración.
Por allí desfilan barcitos, carpinterías, tintorerías, escuelitas de fútbol, básquet y voley, ventas de maniquíes, reparaciones de televisores; gasistas matriculados, marmoleros, parquetistas, electricistas. En ese relato de estructura e imagen simétrica se cuenta la historia asimétrica del pequeño comerciante y de los oficios, arrinconados a una economía de subsistencia.
De algún modo la inercia temporal a la que nos introduce la serie, ese estado entre el suspenso y el sopor –donde parece que ha sucedido o está por suceder algo siniestro; o bien que no ha pasado nada– es uno de los efecto que produce la economía neoliberal.
La exposición se completa con una sala en la que se exhibe material gráfico en cuatro vitrinas.
* En el CCK, Sarmiento y L. N. Alem, de miércoles a domingos, de 13 a 20, con entrada libre y gratuita, hasta el 23 de junio.