Pibas es una antología de historietas producidas por autoras jóvenes. Originalmente fue una exposición curada por el equipo de In Bocca al Lupo, para un evento en Nueva York. El sello local Hotel de las Ideas lo transformó en un libro que da cuenta de buena parte del movimiento que se hizo visible en el sector desde hace algunos años.

A primera vista, la heterogeneidad y abarcabilidad parece ser la regla del volumen. Una puesta en contexto con el panorama global de historieta producida por mujeres, en tanto, permite percibir las inevitables selecciones y recortes curatoriales de cualquier antología. En principio, se trata mayormente de autoras jóvenes y formadas por fuera del canon o del circuito historietístico ya establecido. Desde luego, ahí están Sole Otero o Paula Andrade –treintipicos y firmas conocidas del ambiente hace rato–, pero en su mayoría se trata de dibujantes emergentes que ni siquiera intentan romper con la generación del ‘90 o sus antecesoras. Son artistas que trabajan desde sí y para sí, al punto que muchas de ellas reconocen en sus biografías que recién están haciendo su primeras armas en la disciplina. Si para las anteriores camadas hacer historieta era un acto de amor hacia el lenguaje de la narrativa dibujada, para buena parte de la generación que asoma el dominio de su gramática no es una preocupación central. Para ellas (y sus congéneres varones), el noveno arte es apenas un medio para expresarse, un medio que bien podría ser otro y fue –apenas coyunturalmente– la historieta.

Las diferencias generacionales son patentes hacia el interior del libro. La comprensión del lenguaje historietístico de figuras como Sole Otero, Paula Andrade, Daniela Ruggeri o Maia Debowicz evidencia los largos años de tablero acumulados. No es que el interés recaiga sólo en ellas. En el libro hay muchos trabajos notables y destacan también los de Catalina Minteguía, Sukermercado, Daniela Arias y Agustina Casot. 

En lo temático se revelan otros signos de época. Las cuestiones y tribulaciones de las identidades sexuales disidentes son centrales en las preocupaciones que expresa el libro. Ser mujer, lesbiana y hacer historietas supone un plantado ante el mundo que Casot sintetiza perfectamente en sus páginas, que a la vez ofician como respuesta ante la reacción conservadora y machista de parte del ambiente contra la emergencia de esta generación. Y experiencias que –a falta de mejor definición– podrían llamarse “contraculturales” también ocupan una parte importante de sus páginas. El subgénero autobiográfico del “slice of life” predomina, aunque al mismo tiempo suele estar atravesado por lo fantástico y lo onírico (un gran ejemplo es la historieta de Mirita).

La selección también reproduce uno de los problemas estructurales de la historieta local: se concentra en el área metropolitana y le cuesta mirar más allá de Buenos Aires y Rosario (que para algunos pareciera ser una extensión con río habitable de la Capital). Esto no deja de ofrecer una certeza: si una selección de artistas consigue ser tan abundante y ofrece páginas de tan buena calidad, eso significa que abrir el panorama aumenta el asombro. Las Pibas no prometen. Dibujan y cumplen.