Una joven holandesa de 17 años, víctima de violencia sexual, murió el domingo pasado. Noa Pothoven sufría angustia y depresión y reclamó al estado holandés terminar con su vida. La muchacha murió en la clínica en la que estaba internada desde hacía seis meses, acompañada por su madre.
Noa había sido abusada por primera vez, por un primo, cuando tenía 11 años. El abuso se repitió en otras dos ocasiones, a los 14 años. La experiencia de la violación la dejó con graves secuelas: depresión, anorexia y stress postraumático. Tras rechazar un electroshock, a través de las redes sociales anticipó su decisión un día antes de morir.
Noa dejó su testimonio en un libro autobiográfico, “Ganar o aprender”. “Estuve deliberando por un tiempo si debería o no compartir esto, pero decidí hacerlo. Tal vez esto sea una sorpresa para algunos, dado mis publicaciones sobre hospitalización, pero mi plan no es impulsivo. Tras años de luchar y pelear, estoy agotada. He dejado de comer y beber por un tiempo y, después de muchas discusiones y evaluaciones, decidí dejarme ir porque mi sufrimiento es insoportable”, escribió en Instagram. “El amor, en este caso, es dejar ir”, reflexionó en la misma publicación en la que pidió a sus seguidores que no trataran de persuadirla.
Holanda legalizó la eutanasia en 2002. Fue el primer país europeo en hacerlo. Se aplica en casos de personas con enfermedades incurables o en fase terminal, o que tienen un padecimiento insoportable, como Noa. La ley establece que el pedido debe ser voluntario y cuando el solicitante no tiene perspectivas de mejorar.
En los casos de padecimiento psicológico, dos médicos deben emitir su diagnóstico. Entre los 12 y los 16 años necesitan el consentimiento de los padres, y los mayores de 16 solo su acompañamiento. Las muertes por eutanasia en Holanda en 2017 representaron el 4 por ciento de los decesos totales, 6500 personas.