Los especialistas tienen que informar a la población que un bebé hasta los dos años no tiene que tener celular. Es muy importante la explicación que dan: si tienen celular se dan cuenta muy pronto de que no hay mejor juguete que ése: lo pueden usar para tantas cosas que asusta: se escuchan voces todo el tiempo, tiene luz y color, hasta una madre o padre aprovechan para estar conectados y saber si su hijo/a respira, o ¿qué está haciendo ahora? Hoy para sostener que no deben usar celulares los niños menores a dos años se deben utilizar, para amedrentar, razones científicas: trae problemas en la vista, problemas de adicciones futuras, problemas atencionales y psicológicos ya comprobados pero sobre todo trae un primer y gran problema: estamos criando individuos acostumbrados a la gratificación inmediata de sus deseos con sólo deslizar sus dedos por una pantalla.
La explicación de los psicólogos es todavía peor, dicen que al estar tan en contacto con las imágenes de sus celulares dejan de entrenar las condiciones necesarias para comprender de qué se tratan las caras de los padres cuando están contentos, enojados, rabiosos, preocupados, enamorados y que de ahí, el comienzo de un gran problema: se dejan de ejercitar las condiciones pragmáticas para reconocer las caras de los que están cerca; esos que solemos llamar seres queridos pasan a ser seres extraños.
Pero aunque las razones son tan concluyentes, nos preguntamos por qué la edad de inimputabilidad son los dos años, ¿no deberían ser doce años?, ¿no debería tener límites diarios su utilización?, ¿cómo se puede dejar un arma tan poderosa en manos de niños y adolescentes indefensos? Todos sabemos que los adolescentes ya se ponen de novio por celular y charlan las condiciones de sus primeras relaciones sexuales por videoconferencia. Reconocen más las caras y los gestos de sus amantes a través de un emoticón que viéndolos frente a frente. El cara a cara es mentiroso, en cambio, la cantidad de mensajes que van y vienen y sobre todo quitar las expresiones que ya no reconocemos del otro, viene bien. Se reconoce más a los que están lejos que a los que están cerca.
El celular como juguete es descubierto por los bebés aproximadamente a los tres meses, miran esos objetos chatos que se les acercan y les sacan fotos y los filman, y después ven a los grandes, apenas los ven porque todavía no han desarrollado del todo la visión pero los enfocan con esos mismos bichos, mirando o hablándoles de una manera tan ensimismada que descubren que ahí hay una relación de amor entre ese ser humano y un objeto tan chiquito y tan maniobrable. Luego, cuando lo dejan cerca con uno de ellos, descubren que sale música y que hasta aparecen sus películas preferidas llenas de colores y personajes mágicos, el enamoramiento es inmediato. Ya no hay duda: ese objeto es único, tan único como son el padre, la madre y quizás algún hermano/a, y quizás algún abuelo/a. Pero no muchos más, el celular es parte de la familia. El bebé se da cuenta demasiado rápidamente que los llamados adultos tampoco se despegan mucho de su juguete y demasiado rápidamente descubren que no hay mucha diferencia entre bebés y adultos.
Si buscás en internet aparece una página que compara cuáles son los mejores celulares para niños de doce años. Si algunos de los chicos de dos años ya tienen chupete digital, una década después estamos en medio de una enorme pelea ya perdida. Los chicos tienen mejores celulares que sus padres y los saben usar mejor, es ahí donde aparece la diferencia generacional que en otros momentos de la historia aparecía en otros lados. A los doce años, los grandes saben que han perdido la batalla que nunca han planteado porque ellos mismos ya son hijos de sus celulares.
Necesitan que le compres celulares, y ahí percibís que algo estaba mal, que estás complicándoles las vidas a tus hijos pero que ellos no resisten un minuto sin tener un celular porque ya no saben qué hacer con sus manos, con sus ojos, con su curiosidad, con sus amigos/as ni con sus padres.
Cada padre encontrará sus razones para darle un celular a su hijo/a lo antes posible, ya los chicos no juegan salvo con el celular, se acabó la necesidad de comprar costosos juguetes y juegos de mesa y de perder tiempo con los hijos alrededor de una mesa hablando y riendo. El niño ya tiene el celular antes de que te pongas a pensar en el problema que le estás generando. Esta nueva generación ha completado el círculo que empezó hace más de veinte años: sus padres jóvenes también habían nacido con muchas pantallas alrededor, es cierto que tuvieron que hacer un poco de bulla para que sus padres les dieran el primer celular y no quieren que sus hijos tengan sus mismos problemas y no tienen demasiado problemas en encontrar las razones para dárselos.
El celular no es más que una pantalla dentro de otras muchas a las que la mayoría tenemos acceso. El problema del celular, si bien es único, también se incluye dentro de un campo más amplio como es la multiplicidad de pantallas. Pero nada comparable con el celular. Ya no se trata de tener puertas con cerraduras sino tener celulares con claves y patrones, ahora el celular mira adentro de tu ojo para reconocer si vos sos su dueño. Antes el secreto aparecía mirando por la cerradura, ahora se trata de mirar por el ojo del celular.
Lo bueno que ahora ya no se habla tanto de relaciones tóxicas entre personas sino de relaciones tóxicas entre personas y máquinas, es un alivio saber que no nos hacemos tan mal entre nosotros sino que ahora nos hacemos mal nosotros mismos.
* Psicoanalista, escritor y docente universitario.