El nene avanza raudo por la vereda con su triciclo. Cada tanto mira rápidamente hacia atrás para asegurarse de que quienes corren junto a él siguen ahí. Es entonces que aparece en el encuadre su madre y apenas segundos después la madre de su madre, su abuela. “¡No puedo andar más rápido!”, exclama el nene bien clarito en castellano, a lo cual su abuela le contesta en alemán que claro que sí, que va a poder, que siga hasta la esquina.
La escena forma parte de los primeros minutos de De nuevo otra vez, el primer largometraje como directora de la actriz, escritora y dramaturga Romina Paula, que se estrena este jueves. Y condensa, de alguna manera, las preguntas y reflexiones acerca de la maternidad que Paula va desgranando a lo largo de su película, como aquellas que entienden el ser madre como una carrera algo desenfrenada en la que la demanda deja poco margen para la lectura interna. O, quizá, como un lenguaje nuevo, con sus propios códigos de signos y señales, para el cual no hay reglas establecidas. Como aquel diálogo amoroso que entablan su hijo y su madre, en el cual no importa que una conteste en alemán lo que el otro afirmó en castellano.
Al igual que en sus novelas, ¿Vos me querés a mí?, Agosto y Algo todavía (todas publicadas por Entropía), Paula eligió para su debut como cineasta una primera persona que combina elementos reales con ficción. La actriz de El estudiante y Todos mienten y autora de obras de teatro como Algo de ruido hace y Fauna no sólo escribió y dirigió su ópera prima, sino que también eligió protagonizarla junto con su propio hijo, Ramón, y su propia madre, Mónica Rank.
En De nuevo otra vez, Romina (Romina Paula), se encuentra viviendo de nuevo en la casa de su madre en el barrio de Béccar, en la zona norte de Buenos Aires, junto a su hijo Ramón, de tres años. En realidad, Romina vive con el padre de su hijo en Córdoba pero las cosas están enrarecidas y ella no termina de tener en claro si ese viaje debería ser vivido con algo de la ligereza de unas vacaciones o algo de la gravedad de una posible separación. Mientras atraviesa esa crisis, que es siempre hacia adentro y nunca hacia fuera, pasa los días compartiendo la rutina de Ramón con su madre, dando clases de alemán a un alumno que le gusta un poco (Pablo Sigal), reencontrándose con su mejor amiga (Mariana Chaud) y coqueteando con la hermana de ésta (Denise Groesman).
Cada tanto, esa trama se ve interrumpida por una serie de viejas diapositivas familiares que funcionan a modo de separadores y sobre las cuales Romina reflexiona en off acerca de la nueva tarea vital que le fue encomendada y que la lleva a preguntarse sobre el lugar de la autoridad, el erotismo, los vínculos familiares y la crisis de los 40, entre otras cosas.
–Tu primera película como directora y guionista nace, de alguna manera, con tu hijo. ¿Creés que estas dos cosas están relacionadas?
–La idea de una película sobre una mujer que vuelve a la casa de su madre con su niño la tuve bastante antes de ser mamá. De hecho, la única idea audiovisual que tuve hasta ahora fue esa y fue antes de ser madre. Había escrito unas escenas que no están en la película pero que parten de la misma idea para (la actriz) María Villar, porque ella también habla alemán, y su hijo Pedro, que en ese entonces era bebé. Pero no tenía apuro y como nunca había filmado pero sabía que era caro no me había tomado muy en serio lo de intentar conseguir una producción.
– ¿Y cómo terminó concretándose la idea?
– A fines de 2017 me junté con el productor Diego Dubcovsky, que me ofreció adaptar al cine, actuar y dirigir la primera parte de mi última novela, Acá todavía, en la que la protagonista acompaña a su padre que se está muriendo en el hospital. No quise, pero tenía esta otra idea, y como ya tenía a Ramón pensé que la podíamos hacer nosotros en vez de María. Tuve mis dudas con actuar, pero a la vez me daba un poco de miedo que mi mamá se sintiera incómoda con una actriz.
– ¿Cómo fue rodar en la casa de tu infancia y con tu madre?
– Escribí la película sabiendo que iba a actuar yo y también pensando en Ramón y mi vieja, por eso escribí situaciones que pensé que podíamos hacer, que nos fueran cercanas y familiares. Mi mamá es histriónica, pero por lo mismo a veces a esa gente le prendés una cámara y se inhibe. Tampoco es que tenga un interés escénico, nunca hizo una clase de teatro ni nada. La fui preparando, pero no le anticipé mucho. Le di a leer el guión cuando lo tuve. No sé si se imaginó lo que era un rodaje. El día que empezamos a filmar me acuerdo que estábamos en la cocina de su casa, que tiene un ventanal a la calle, y pasó lentamente una minivan con el equipo y mi mamá dijo: “¡A la flauta!” (risas).
– Tanto en tus novelas como en tu película proponés un cruce entre realidad y ficción. Ese tejido de lo real, ¿te sostiene o te expone?
– Con los libros casi no me pasa, pero cuando estaba escribiendo la película y se acercaba el rodaje tuve cierta angustia a la exposición, no solo a la mía, que es algo que puedo decidir, sino también a la de mi mamá, mi hijo, la casa de mi mamá… Tuve pensamientos nocturnos de temor. Pero finalmente siento que la película es un objeto y que nada de eso es nosotros ni yo del todo. Además siento que si la película no es patética – y para mí no lo es– quedamos a salvo. Igual es muy personal: puede haber quien piense que el sólo hecho de filmar a tu hijo es horrible y no está bien.
– ¿Por qué usás la palabra patético?
– Sí, es verdad que es una palabra extraña, pero la usé siempre en relación a esto. No sé por qué, supongo que por estar tan cerca del objeto de no poder ver, quizá algo relacionado con el pudor… Pero ya vi la película varias veces en los festivales y la soporto, lo cual es un montón estando todos nosotros. Siento que no nos expone de un modo que nos haga daño.
– La película propone una mirada real sobre la maternidad, o al menos no una idílica. ¿Sobre qué aspectos buscabas echar luz?
– Siento que la maternidad, y probablemente la paternidad también, están llenas de miseria porque en el reflejo con tu hijo aparecen cosas muy miserables de uno. También hay algo de la necesidad de ocupar el lugar de la ley. Me recuerdo de chica asumiendo que todo lo que me decían mis padres era. Y de repente, ser el que está del otro lado es incluso peor. Hay muchas cosas en las que a un chico le podés plantear “pensémoslo”, pero en otras le tenés que marcar una línea. Encontrarme bajando línea me resulta rarísimo.
– La protagonista afirma en tu película que se siente perdida. “No me puedo leer”, dice. Lejos de la idea de que ser madre genera algún tipo de identidad fija, lo que planteás es que sucede todo lo contrario, una suerte de estallido de esa identidad …
– Sí, estalla, no lo podría haber dicho mejor (risas). En mi caso es difícil saber si esa crisis tiene que ver con los 40. Eso también está en la película. Es medio cliché pero es así. Es un número muy cargado. Yo fui madre a los 36. Mi percepción es que la maternidad, vaya a saber si es porque coincide con este momento de mi vida (me imagino que no es lo mismo ser madre a los 22), me generó una especie de estallido de la identidad. Bien mirado, es un camino lleno de preguntas e incertidumbres respecto de cómo me veo y cómo se me ve. En eso se me rompió el radar. Estoy mucho más confundida. Punto (risas). También como mujer deseante y que pueda generar deseo. Por otro lado, hay algo del foco del amor. Está ese otro al que hay que estar cuidando y al que también deseás y te desea, aunque de otra manera. Eso colma bastante y te deja bastante desorientada para el resto de los vínculos.
– Hay varias escenas en las que están vos y tu mamá con tu hijo y hablan entre ustedes en alemán. ¿Por qué era importante para vos que en la película apareciera tu idioma materno?
– Filmar a mi mamá tenía mucho que ver con filmarla en su casa y eso para mí estaba asociado desde el principio al alemán. Llevarla a mi mamá al castellano en su casa hubiera sido forzado. Lo que está un poco forzado en la película es que sólo hablemos alemán. En general es una cosa más de va y viene. Por un lado, quería capturar y conservar a mi mamá y la lengua en su casa. Es una contingencia que en un futuro cercano u ojalá no tan cercano ya no va a existir: ni esa casa, ni mi mamá, ni el alemán tampoco.
– El personaje de Pablo Sigal dice en un momento que siente por el alemán una mezcla de fascinación y repulsión. ¿Qué te pasa a vos con el idioma?
– Es muy extraño. Cuando Ramón no hablaba, yo le hablaba en alemán. Mi mamá me hizo la cabeza con que le hablara en alemán porque lo vive como un capital. Pero yo creo que es algo afectivo, sobre todo para ella que se crió en ese idioma que para ella es el del cariño, el del amor, el de todo, aunque lo ponga en términos de productividad. Yo al principio estaba medio negada cuando Ramón era bebé pero entonces pensé: “¿No voy a poder hacerle chistes en alemán? Quiero poder compartir con él este código”. Entonces lo hacía cuando estábamos solos, que era mucho tiempo. Pero cuando empezó a hablar, lo hizo en castellano. Y ahí me planteé: “¿Voy a responderle en alemán y que él hable en castellano?”. Una vez con él aprendiendo una lengua, queriendo encontrar los nombres de las cosas, preferí profundizar en una lengua. A mí me importan mucho las palabras y a Ramón también.
– El español es además el idioma en el que actuás y escribís…
– Es cierto que yo me crié en alemán y hay algo de esa lengua que para mí es justo lo contrario de lo que la gente asocia acá con el alemán, que es lo rígido, lo militar. Para mí ocupa el lugar más de lo íntimo, de lo maternal. Pero después en mi vida adulta mi vínculo con el español es muy fuerte. Todo lo que hice fue en español: me expreso en español, intento nombrar el mundo en español. No me parece poco profundizar en una lengua y con Ramón tomé esa decisión. Que seguramente me lo va a reprochar, lo sé (risas). Pero lo curioso también es, como pasó con mi mamá y la mamá de mi mamá, que es gente que vivió en Argentina siempre, o sea que su vínculo nunca fue con la Alemania real y actual. Es con la lengua y la comida. Esa militancia por hablar en alemán nunca tiene que ver con el presente. Ni siquiera es un alemán real, es un alemán bastardo.
– ¿Por qué decidiste incluir las viejas diapositivas en la película?
– Hace tiempo que las tengo. Casi todas son de mi familia materna, salvo alguna de mi familia paterna entremezclada. La nena que se ve saltando en el afiche es mi mamá. No sé, empecé a pensar mucho sobre mi mamá. Supongo que tiene que ver con mi maternidad pero también con la de ella y con algo de la lengua. Siento que de alguna manera el alemán se extingue conmigo cuando decido no hablarle en alemán a Ramón. Y en algún momento me di cuenta de que esa era también una línea de la película.
– En un momento decís en off sobre las diapositivas que la maternidad se parece “al testigo que se entrega en las carreras de posta, donde no hay ni tiempo de decir una palabra porque de lo que se trata es de echarse a correr” y que la melancolía es parte exclusiva de la juventud. Sin embargo, las diapositivas le dan a la película un tono melancólico…
– Puede que esto mismo de querer capturar algo que se escurre sea un gesto melancólico. Es una película nostálgica, eso sí. Lo es bastante. La nostalgia de cuando se usaba el alemán, la nostalgia de cuando era niña, la nostalgia de no ser madre, la nostalgia de poder vincularse sexualmente con gente…
– ¿Por qué De nuevo otra vez?
– Tiene que ver justamente con eso de la recurrencia de la carrera de postas de la maternidad. El volver a comenzar. La maternidad es lo más atávico y circular que existe y sin embargo una nunca está preparada, no sabe nada hasta que lo hace. Aunque cuando quedás embarazada todas las mujeres te cuenten sus partos, sus experiencias, nada de eso te sirve de verdad. Es muy raro. La sensación es siempre que te pasa justamente lo que no te contaron. Solo podés hacer experiencia con la experiencia. Por otro lado, tiene que ver con que en esta película ella intenta volver a circular como mujer, volver a la seducción, volver a la vida. Volver a ser ella después de haber sido mamá.