Dos nombres largos, a lógica de banda, que Alejo Vintrob resuelve con siglas. Para hablar del pasado apela al P.O.R, ítem lexical resumido de Pequeña Orquesta Reincidentes, el formidable grupo que integró durante casi veinte años y ocho discos. Para hablar del presente, en cambio, la sigla muta en S.d.M, reducción de Sala de Máquinas. De presente bien presente, porque así le puso a la agrupación que acaba de formar junto a Martín Quaglia, Ayelén Decuzzi, Soledad Pelliza y Martín Waisbrot, y que debutará en vivo este jueves a las 21 en el remozado Hasta Trilce (Maza 177). “S.d.M es una banda muy nueva como para poder definir algo del orden de lo conceptual. Por otro lado, yo estoy demasiado adentro como para darme cuenta de qué se trata... Supongo que será la gente que nos venga a ver o escuche nuestra música la que encuentre algunas referencias”, morigera el baterista y compositor, que prefiere no forzar una definición a priori de la experiencia colectiva. 

–Tal vez sea menos complejo definirla respecto de la Pequeña Orquesta. ¿Qué tiene en común con aquélla y qué no?

–Por el momento, lo que siento parecido es una energía creativa, un cierto humor y un potencial filo, que me atrae de modo similar. Las diferencias son tantas y el mundo y la Argentina, y yo mismo, somos tan otros, que no sabría por dónde empezar.

Vintrob mantiene el misterio, está claro. Lo que se sabe de Sala de Máquinas es apenas su formación y la utilidad de ésta respecto de la presentación del segundo y último disco de Vintrob solista, llamado El esclavo. Es básicamente lo que se escuchará en el lanzamiento oficial de la banda, además de “algunas sorpresitas” de P.O.R, temas de Vino –su disco anterior– y algunas canciones propias, de parto reciente, que sí pertenecen a S.d.M. Lo que se verá, en tanto, corre por cuenta de un “set de visuales sorprendentes” (Vintrob dixit), a cargo de Sebastián Molina y Marisol Ventimiglia. “Cada canción que vamos a estrenar tiene su disparador, su historia”, piensa el batero. “Por ejemplo, ‘Mirlo’, habla de una protagonista femenina que encarna a un ser mitológico, apocalíptico y terrible, que le devuelve a los porteños satisfechos con su furia, todas las inequidades a las que son sometidos los pobres, los débiles, y los perdedores del sistema”.  

–¿Los esclavos?

–No sé. Esa canción creo que podría ser la perfectamente la radiografía de alguien que viaja en el subte a la mañana y siente que ya no le queda demasiado campo de acción.

–El tema, ¿y el disco?

–Bueno, hacía bastante tiempo que me estaba dedicando a la composición de música incidental para televisión y cine, y me empezaron a dar ganas de tocar en vivo. Fue así que durante 2017/2018 fui grabando de a poco y mientras lo hacía me daba cuenta que tenía un material que podía considerarse inequívocamente como un disco. Me tocó hacerlo en un contexto complicado y angustiante, y me parece que El Esclavo pone de relieve ese marco. Para mí es un disco urbano, porteño, lleno de ruidos y de algunos silencios que se consiguen muy entrada la noche.

–¿Algo que ver con Vino, el anterior?

–Vino lo hice cuando todavía tocaba en P.O.R y la verdad es que la sensación fue un poco agridulce, porque considero que no aportó demasiado al bienestar grupal. Es un disco acústico, diría de juventud. El Esclavo, en cambio, es una mezcla de todo. Está hecho por un hombre de casi 50 años, mucho más feliz que entonces, pero también bastante más gruñón y desencantado.

–Tal vez por eso el trabajo se deja impregnar por un aura de vuelta a lo primitivo.

–Tal vez. Creo que en esta época, marcada por la fragmentación social y el avance de un capitalismo refinado en su perversidad, hay que volver a rituales antiguos que ayudan a reafirmar la sensación de que todavía lo humano tiene valor sagrado: la reunión, las historias, la música. Como dice el filósofo italiano Bifo Berardi, generar islas de empatía entre nosotros, como modo de resistencia. S.d.M se inspira e identifica con estas ideas.

–Sala de Máquinas es un nombre bastante exótico para un grupo de música. ¿por qué le pusiste así?

–Porque desde niño me atraían esas puertas de clubes, de barcos, de edificios, con la inscripción Sala de Máquinas. También nos atrae la idea de que uno se pone distintos ropajes para vivir, pero en nuestras propias salas de máquinas tenemos nuestra casa, el núcleo, el Maestro.

–¿Qué es eso del “sonido como vehículo benefactor”, rasgo con el que intentás definir tu nueva banda?

–Como decía antes, cada vez vamos perdiendo más y más el rumbo de lo humano y el ritmo del bienestar. Cuando hablo del sonido como vehículo benefactor no estoy hablando de magia, o de una especie de manual de autoayuda. Me refiero a las cualidades sanadoras de la música, su ondulación, su caricia, el don inoxidable de hacernos viajar en el tiempo y hacia adentro. De hecho, creo que P.O.R llegó a su fin porque esa inspiración creativa, ese filo, ese humor sanador, nos empezaba a retirar su mano, y preferimos no forzar las cosas.