Dos pianistas. Dos maestros. Dos provincianos. Uno nacido en Tucumán en 1940, y convertido en uno de los mayores referentes argentinos de esa música que le dicen clásica, aunque a él no le guste tanto la definición. Otro, tanguero exquisito, nacido en General Pico, La Pampa, en 1965, y ducho en haber trocado talentos con varios de los más grandes exponentes del género. Miguel Angel Estrella y Nicolás Ledesma, de ellos se trata, darán un concierto esta noche en el mismo lugar (Centro Cultural Torquato Tasso, Defensa 1575) y casi a la misma hora (empieza Ledesma, continúa Estrella y terminan juntos) bajo un mismo fin: entrelazar mundos bajo un piano. Juntar a Mozart con Gardel, es decir. Y a Yupanqui con Cobián, nada menos “¿Cómo nos conocimos?, bueno, aunque fue la misma situación yo lo conocí a él, pero él no a mí”, se ríe Ledesma evocando una situación que se dio hacia 1984. “Con mi papá afinábamos pianos en La Pampa. Cada vez que venía un gran artista, hacíamos eso. Y eso pasó con Estrella”.
–Qué buen momento para detenerlo en el tiempo, ¿cómo fue?, ¿qué recordás, concretamente?
Nicolás Ledesma: –Que fue en Santa Rosa y mi papá estaba muy preocupado porque decía “Uy, le tenemos que afinar el piano a Miguel Angel Estrella, un genio…” Había que hacer un muy buen trabajo, y yo sentía que le estaba afinando el piano a un prócer, como había sido en su momento con Horacio Salgán o Ariel Ramírez. Igual, no era tan consciente de lo que significaba en ese momento, tomé conciencia después. Pero mi papá sí.
Estrella no recuerda aquel primer contacto entre un entonces pichón de pianista que aún no había llegado a los veinte años y él, que venía de ser detenido y torturado tras el golpe del 76´, exiliado por su filiación al peronismo y admirado por su música en casi todo el mundo. Especialmente por Yehudi Menuhin, su maestra Nadia Boulanger e Yves Haguenauer, entre muchos otros, que incluso armaron una fuerte campaña para lograr su liberarlo del presidio uruguayo en que lo metió el Plan Cóndor. “No me acuerdo de ese concierto en La Pampa, no”, admite el maestro con sinceridad brutal. “Yo, en ese momento, daba unos cien conciertos por año y no recuerdo ese específicamente, pero sí otras cosas de la época. O de antes, como lo que hicieron muchos amigos para que me liberen del Uruguay, donde me habían detenido en 1976. Cuando Yves fue a ver a Nadia para participar de la campaña, ella le dijo: ‘Nunca hice algo así en mi vida, pero voy a presidir este comité de músicos para liberar a un joven pianista’... Jamás lo olvidaré”, evoca Estrella, cuya memoria larga, pese a sus casi 80 años, permanece lucidísima.
La de Ledesma, aunque veinticinco años menor, también. Por entonces –época de retorno a la democracia– el joven músico llegaba a Buenos Aires para tomar clases con Salgán y meterse en un ambiente que, tras unos años de fogueo, lo llevaría a incorporarse a la orquesta de Leopoldo Federico, al quinteto de Fernando Suárez Paz, al trío de Julio Pane y a la Orquesta Juan de Dios Filiberto, entre otros proyectos. Su versatilidad le permitiría también participar en grabaciones de Gary Burton y de otro maestro “clásico”: Daniel Barenboim. “Yo siempre estudié composición y armonía con maestros clásicos y me encanta el repertorio romántico, pero amo el tango, un género que, entre mil cosas, me ha permitido tocar arreglos de José Carli bajo la dirección de Barenboim con la Filarmónica de Buenos Aires. Me puedo acercar a la música clásica porque lo hago de un lugar de mucho respeto, incluso mis arreglos tienen un sentido clásico, pero soy un tanguero”, señala el autor de “Milonguero de siempre” y “Ruta siete”.
–Siempre ha sido terreno de discusión la relación entre tango y música “clásica” ¿En qué lugar de la cuestión se ubican ustedes?
N. L.: –Yo, objetivamente y sin decir que cada uno defiende su quiosco, diría que en el crecimiento de los arregladores, compositores e instrumentistas en la historia del tango está muy emparentado con la música clásica. Hay un tratamiento muy estético, y en la forma sonata de las composiciones de los tangos, ¿no? De hecho, el tango fue hecho por inmigrantes italianos que traían esa estructura musical de allá y armaron las famosas partituras así. Aparte, hay alguien que dijo que la música es mala o buena, y es así. Mozart o Chopin, para mí, hacían música popular, música de sus lugares, aunque con cierta rigidez del estudio de las formas. En suma, el tango convive sonoramente con la música clásica. Lo digo sin ser petulante.
Miguel Angel Estrella: –Yo, como buen tucumano, nací a la música con Atahualpa Yupanqui y tampoco me gusta trazar diferencias entre la música clásica y popular. Como dice Ledesma, Mozart era popular; Chopin era loco por la mazurca y lo polonesa; Bach, influencia de Yupanqui, era un hombre del pueblo. Incluso, cuando Atahualpa venía a almorzar a casa en París, me pedía que le toque Bach, y se quedaba una hora escuchando preludios, fugas, y a veces me besaba las manos. Me decía: “Tu sonido es único”. Creo que él vio la influencia que tuvieron sobre mí los quechuas, cuando vivía en un caserío ubicado a veinte kilómetros de Río Hondo. La lengua quechua, y cantar arriba de los árboles, era algo que Yupanqui podía percibir tranquilamente.
–¿Y el tango cuándo le llegó?
M.A.E.: –Me llegó más tarde, y por el lado de mi mujer Marta. Ella, el gran amor de mi vida, era una porteña que cantaba tangos y que conocí arriba de un colectivo: el 105.
–Ahí arrancó el tango, entonces: de Villa Devoto a Flores en un bondi que recorre buena parte de los barrios porteños.
M.A.E: –(risas) Cuando pagué el boleto me topé con un par de ojos negros de aquellos… Era una morocha de Flores increíblemente bella, atractiva y, sí, fue una manera muy tanguera de enamorarnos. Sin esa mujer, que convivió quince años conmigo, no sería quién soy. A ver, por ejemplo a mí no me gustaba el ámbito de mis compañeros pianistas. Había una cosa de carrera y éxito en ellos, muy parecida a la que prima en la sociedad de hoy. La búsqueda de ser rico y famoso era algo que no me interesaba para nada. Ni envidiaba a quienes lo eran y Marta, precisamente, creía que carrera era una palabra vulgar. Teníamos en común decirle “no” a la indiferencia. Ella estaría contenta de ver hoy mi relación con Bergoglio (ver recuadro).
La noche de Estrella y Ledesma repartirá un grueso de tiempo en escena para cada uno, y un plus en el que ambos pianistas compartirán una pieza de Yupanqui: “La pobrecita”. “Me gusta mucho ‘Recuerdo del Portezuelo’, me emocionaba mucho desde chico, pero la que vamos a hacer con Nicolás es “La pobrecita”, sí. Cuando toco Atahualpa me pasa lo mismo que cuando toco Chopin, porque mis dedos saben que estoy contando algo que viene de las tripas, del corazón. Yo no puedo tocar una nota sin estar presente, porque la música es sentimiento. Si no hay una participación del cuerpo y del alma, es muy difícil que trasmita algo”, dice el tucumano.
Respecto del bloque Ledesma, lo que se anuncia es un mezcladito de tangos propios con versiones de Carlos Gardel, Pedro Láurenz y Juan Carlos Cobián. De Gardel va seguro “El día que me quieras”; de Laurenz, “Mal de amores”; de Cobián, “Los mareados”, y del propio Ledesma “Buena vida”.
–¿Por qué “Buena vida”?
N. L.: –Porque está compuesto como una evocación de cuando se festejaban los bautismos y los cumpleaños en el patio de mi casa, e iban los músicos a tocar en vivo. Yo era chico y me sentaba adelante para verlos tocar… eso fue lo que me llevó a ser músico. La fiesta con los músicos en vivo era parte de la buena vida porque, más que fastuosidad, ellos te enseñaban a expresarte desde ahí, desde muy cerca. El tema lo compuse recordando eso”, refiere Ledesma. “Pienso que lo mejor siempre está por venir, pero sin negar el pasado. Rescatando la tradición”.
–¿Y usted que va a rescatar, Miguel?
M.A.E.: –Un programa que comienza con la forma rondó. Voy a abarcar un lapso de cien años entre los barrocos, y lo que pasó con la música entre fines de la Revolución Francesa y comienzos de la nueva época. Después voy a tocar Mendelssohn, que era de la misma generación de Liszt y Chopin, pero venía con una formación que concebía a Bach como la plenitud más grandiosa de la música. Vuelvo a Bach porque fue el padre de la música. Había fugas que podías tocar del fin al principio y sonaba igual… Es lo que se llama “fuga en cangrejo”. Bueno, ese Bach fue el que Mendelssohn transmitió a sus contemporáneos. Y que yo voy a traer esta noche.