En 1991 Rodney King, un ciudadano negro de Estados Unidos, fue perseguido por la autopista por exceso de velocidad mientras trabajaba como taxista. Mientras lo rodeaban tres patrulleros y un helicóptero, se negó a bajarse del auto hasta que le apuntaron con un arma, pero finalmente bajó y se tiró al suelo. Sin embargo, lo que lo hizo pasar a la historia fue lo que vino a continuación: la policía le empezó a dar descargas eléctricas y, cuando trató de cubrirse y levantarse para evitar que lo siguieran golpeando, le descargaron una lluvia de golpes que lo dejó con varias fracturas, incluso en la cara. En el juicio posterior, un video amateur que se difundió por todo el mundo mostró cómo cada vez que King trataba de incorporarse o taparse la cara, los golpes se hacían más fuertes, como si el impulso de defensa mismo fuera imposible de diferenciar de un acto de agresión. A partir de este caso real, Elsa Dorlin despliega en Defenderse. Una filosofía de la violencia, publicado recientemente por Hekht, el mecanismo de un tipo de poder que ya no necesita ejercer la brutalidad de modo directo: le basta con excitar en lxs ciudadanxs, y especialmente en aquellas minorías a las que no se les permite la legítima defensa concedida a otros sectores privilegiados, la potencia de actuar, porque cualquier movimiento de su parte (incluso movilizarse, manifestarse o protestar) se verá como una agresión, digna de ser reprimida en nombre de la seguridad común.
De hecho, en el caso de Rodney King, el jurado no consideró al video como prueba de que Rodney King trataba de defenderse y de que hubo un uso excesivo de la fuerza policial porque, como explica Dorlin, la interpretación de ese video se dio dentro de un “campo de visibilidad racialmente saturado”. En otras palabras, King no era una buena víctima, como no lo es una mujer que no se resiste a una violación al precio de perder la vida, o una lesbiana que se defiende de la violencia patriarcal que trata de disciplinarla. En diálogo con Las12 Dorlin explica que la situación política reciente de Francia y los chalecos amarillos la interpeló mientras escribía este libro, en el que adoptó un método genealógico tal como lo define Michel Foucault: trabajando en archivos, reponiendo la densidad histórica a asuntos que oprimen cotidianamente, demostrando que se puede hacer la historia de marcos analíticos en los que a veces es imposible dar sentido a la realidad. “Es por eso que en el libro todo resuena con respecto a los eventos de la actualidad, aunque haya muy pocas referencias directas a ellos” dice.
¿Hay alguna conexión entre la clase de poder que analizás y la emergencia de gobiernos de derecha en muchos países occidentales en los últimos años? (En Argentina, por ejemplo, el gobierno de derecha de Cambiemos, y más específicamente el Ministerio de Justicia, autorizó a la policía a disparar por la espalda a los sospechosos si están armados o si se considera que hay riesgo de que escapen).
–Sí, tenés razón en hacer esa conexión. El libro cuenta la historia de este tipo de gobiernos, dónde y cómo aparecieron, sobre quiénes se pusieron a prueba. Hoy, bajo el imperio de la ley, estos gobiernos adoptaron una legislación “liberticida” que ejercita un tipo de violencia mortal que se podría resumir en la siguiente fórmula: cuanto más te defiendas, cuanto más defiendas tu vida, más vas a ser golpeado/asesinado. En el nombre de la defensa de los “buenos ciudadanos”, un sector entero de la sociedad es expuesto al riesgo de muerte social, política o “real”. Lo vemos en Francia, por ejemplo, con la política de migraciones, que se parece a una caza de extranjeros, pero también con la represión sangrienta de movimientos sociales. El mensaje del gobierno es claro: mutilar los cuerpos de los que se resisten o se manifiestan, expatriarlos o encarcelarlos, es un modo de asustar al resto de la población y convencerla de que es por su “seguridad”.
¿Cómo afecta este tipo de poder a las mujeres e identidades feminizadas específicamente?
–Las mujeres siempre fueron un tema en este tipo de “gobierno defensivo”: es en nombre de defender a las mujeres blancas que se ha justificado y todavía se justifica la esclavitud, las políticas colonialistas e imperialistas. Desde el siglo XVIII hasta la actualidad, los estados racistas han usado esta retórica para justificar la violencia: las mujeres, la nación, las fronteras, la civilización, deben ser defendidos de los pueblos, religiones y culturas considerados “bárbaros”. Las políticas de intervención se basaron en el mismo modelo, en la idea de que las mujeres deben ser “liberadas” en un territorio particular (es decir, liberadas las mujeres de sus hombres, por ejemplo en la Algeria colonial, o después del 9/11 en Afganistán). Al mismo tiempo, si repasamos la historia de los derechos y libertades de las mujeres, en Francia por ejemplo, mientras muchas políticas racistas se llevan a cabo a sus espaldas y en su nombre, se las sigue considerando como una minoría violentable. En Francia muere una mujer cada dos días a manos de su esposo o ex-esposo.
En Argentina, España y otros países hubo casos en los que una mujer víctima de violación se convirtió en sospechosa por no haberse defendido lo suficiente -estoy pensando por ejemplo en la violación grupal de La manada en España- y los varones fueron declarados inocentes por la misma razón. ¿Esto se relaciona con el concepto de poder que desplegás en el libro?
–La violación grupal a la que te referís es un caso paradigmático de lo que describo en el libro. Para que se lleven a cabo políticas en nombre de la defensa de las mujeres, es necesario que las mujeres sean vistas como víctimas, es decir, indefensas. Y calladas. Sin embargo todas las mujeres se defienden: el sexismo estructural de nuestras sociedades implica que para sobrevivir, las mujeres han venido usando tácticas de auto-defensa durante siglos. Para mí, auto-defensa equivale a seguir con vida. Así que no hay una manera correcta o incorrecta de defenderte, todo lo que nos permita resistir la violencia es auto-defensa. Además, ninguna mujer es una “víctima” en el sentido de que carece totalmente de poder. Las víctimas son luchadoras desde la resistencia. Esto permite entender que durante los juicios por violación, cualquier acto, cualquier gesto (incluso no moverse), cualquier palabra (incluso una silenciosa) que se use en defensa de una mujer, puede ser usado en su contra. Si habla, actúa, lucha, se considera que no fue realmente una víctima, y por el contrario si no se mueve, si se defiende internamente para salvar su vida, si aguanta o se queda quieta, se ve como que estaba dispuesta. El término “víctima” está en el centro de una disputa ideológica.
En varios países, por ejemplo en Estados Unidos con el Me Too y en Francia con el movimiento Balance ton porc, ya no se sostiene la idea de que las mujeres necesitan ser defendidas del acoso de los varones, pero tampoco está difundido el concepto de auto-defensa. En lugar de eso, parece que el recurso privilegiado es la denuncia pública de acoso o violación, pero eso implica que la mujer tenga que convertirse primero en víctima. ¿Qué opinás de eso?
–Me parece muy importante que las mujeres se alcen colectivamente para denunciar la violencia, es algo fundamental para hacer de las experiencias de sexismo vividas algo real, y exponer lo que significa “vivir como una mujer”. Es parte del proceso de concientización política compartir estas experiencias en toda su diversidad. Después, surgen varias preguntas: ¿Quién puede hablar?, ¿A quién se escucha?, ¿Cuál es la palabra que cuenta, ¿Cuál la que se considera digna de ser escuchada. También se plantea la cuestión de qué políticas de prevención significativas se están implementando para combatir la violencia. En mi opinión, estas políticas son muy problemáticas, y la mayoría de ellas son “después del hecho”, es decir, se interviene después de que la violencia ha sido perpetuada y de una manera ideológica, como dije antes. En general soy bastante crítica con respecto a reducir la acción feminista al discurso, la defensa, el eslogan o incluso la confesión. Pienso que el feminismo radical necesita adoptar un giro más francamente muscular: sinceramente creo que tenemos que volver a los cuerpos, al poder que reside dentro nuestro; usar nuestro enojo, bronca, sentido de justicia, desesperación, y convertirlos en poder de auto-defensa. Necesitamos esta fuerza oscura, impura, que reside en nuestros cuerpos, para deshacernos del mito de que el feminismo es un movimiento pacífico. Al escuchar los testimonios del MeToo y del Balance Ton Porc, me da la impresión de que la auto-defensa feminista es la única salida.
Me pareció interesante la figura de la mujer “vigilante” que mencionás en un momento porque es una figura que apareció recientemente en películas, series y distintos tipos de ficciones. Pienso por ejemplo en el personaje de Isabelle Huppert en ELLE, donde toma venganza contra un varón que la violó. Veo cierta conexión entre el personaje de Bella en Dirty week-end, la novela que analizás al final del libro. ¿Cómo se pueden interpretar estas ficciones en un contexto en el que las mujeres están furiosas y empoderándose, pero al mismo tiempo se les sigue enseñando a no atacar o vengarse, a no responder físicamente a las agresiones?
–El pasaje a la violencia siempre es ambiguo; a lo largo del libro yo trato de no pasar por alto o romantizar todas las dificultades que plantea la violencia en las prácticas de auto-defensa. En ese sentido, hace falta reflexionar siempre sobre las cuestiones teóricas y políticas, recontextualizarlas y pensarlas en la densidad histórica que les da sentido. Traté por ejemplo de mostrar todas las facetas de la venganza: es un sentimiento que, aun siendo condenado por la filosofía moral, parece siempre justificado del lado de los poderosos que son a priori autorizados a defenderse, es decir legitimados para vengarse de enemigos que ellos mismos han construido desde cero, desde la fantasía. Por el contrario, del lado de los dominados la venganza está prohibida, porque contaminaría la pureza de su resistencia, no los haría mejores que sus torturadores… La venganza dice algo cuando se expresa en el seno de las minorías oprimidas: significa que todavía queda ese último impulso de supervivencia que supone que no se someterán, que no son blancos indefensos, seres violentables, a los que se puede asesinar sin que el mundo sea alterado. Es el caso de los insurgentes del ghetto de Varsovia. Creo también que la venganza en el caso del personaje de Bella, al que le dedico el último capítulo, permite llevar la lógica de la venganza a un punto máximo para mostrar la dimensión eminentemente política de lo que vivimos día a día, en la intimidad de la ciudad, de nuestros hogares, de nuestras vidas. Todo eso se considera tradicionalmente como algo que está por fuera de la política.
¿Cómo te parece que podrían los individuos de las minorías superar el hecho de que la auto-defensa les está vedada, incluso si la permite la ley? En Argentina, por ejemplo, una lesbiana de bajos recursos que se llama Higui fue a la cárcel por apuñalar y matar a un hombre durante una violación (la atacó un grupo de hombres que antes la había amenazado con hacerle “saber lo que es ser una mujer”). Pasó siete meses presa y después fue liberada, pero todavía está acusada de asesinato.
–Este es el centro de mil libro. La historia política y filosófica de la auto-defensa permite entender que hay una distinción fundamental entre la noción jurídico-política de “defensa propia”, que es constitutiva de la modernidad y sigue siendo un privilegio, y la noción de auto-defensa que es ese conjunto de tácticas de supervivencia, ese ímpetu, conatus de la vida que a veces constituye el último recurso disponible de aquellos que están indefensos o son considerados indefendibles. En otras palabras, hay una clase de biopolítica, que yo llamo gubernamentalidad defensiva, que opera trazando una línea entre las vidas que merecen defenderse a sí mismas y ser defendidas, y aquellas que quedan expuestas al riesgo de muerte al ser desarmadas, al negarles el acceso a las armas, por supuesto, pero sobre todo al educarlas para que no se defiendan, disciplinando sus cuerpos y criminalizando sus actos de resistencia, dejándolas indefensas y considerándolas indignas de ser defendidas. Por ejemplo cuando se considera que, sin importar lo que hayan hecho, fueron los primeros en usar la violencia y por lo tanto es necesario responder con violencia. El caso de Rodney King es ejemplar al respecto: se lo consideró como un individuo que atacó a la policía cuando en realidad estaba tratando de protegerese de los golpes de bastón que le infligían unos treinta oficiales de policía.
Aparte de la auto-defensa, ¿cuál te parece que sería el papel de la violencia dentro del feminismo? Me interesó esta idea de que las mujeres somos cuerpos atravesados por la violencia y que ciertas visiones naturalizadas solo se pueden desmantelar a través de la violencia. En el último capítulo de Defenderse incluso decís que hay un cierto estado de madurez en el que la violencia sufrida no puede más que transformarse en violencia ejercida.
–En este punto me inspiro en Frantz Fanon, Audre Lorde, June Jordan o Judith Butler, que son mis referentes. Para estos pensadores, la cuestión de la legitimidad o ilegitimidad de la violencia es un lujo, porque algunos de nosotros tenemos que sobrevivir a la violencia a diario. Y en estas condiciones, la violencia que atravesás es lo único que te queda. Por lo tanto la violencia es una parte constitutiva de la auto-defensa, pero conoce formas de conversión vitales: primero que nada porque defenderse a unx misms significa “ejercer violencia contra sí mismo”, violentar el modo en que otros, la sociedad, las normas dominantes, te desafían y encierran en una categoría, una condición, un género, color, pero también un territorio, un modo de vida insoportable… Violentarse a unx mismo es un movimiento interno, un ascetismo marcial que implica, primero que nada, dejarse a uno mismx para devenir otrx: es una subjetividad extática. Para mí, es un asunto de ética de sí, o más precisamente un ascetismo marcial que de ese modo da vida a una consciencia más física, más carnal, incluso más muscular. Que da vida, y le otorga realidad al mundo que es mío, al mundo vivido. Me parece que éste es un punto fundamental para apropiarse completamente de este futuro real, que implica defenderse a unx mismx y por lo tanto pelear por formas de vida que sean vivibles y valiosas. En ese sentido la violencia hace historia, es una fuerza transformadora cuando es convertida por y en auto-defensa. Por último, esto también significa que la política empieza en la escala de las vidas singulares y que para mucha gente la política es cada segundo, cada día. Por supuesto, depende de los colectivos construir e inventar las formas más emancipatorias de auto-defensa que necesitamos hoy en día. Requiere una revuelta de los cuerpos y un tipo de imaginación insurreccional. Es por eso que para mí la novela de Helen Zahavi, en la que Bella es la heroína, es también política porque nos permite representarnos a nosotrxs mismxs, inventarnos a través de la ficción de futuros poderosos, incluso cuando el futuro es trágico porque todas las tecnologías de poder hoy en día apuntan a nuestra potencia de actuar: la excitan, la estimulan para destruirla mejor, nos convencen de que incluso si nos levantamos, si nos movilizamos y desafiamos las políticas en curso, será solo para exponernos a distintas formas de represión.
Para terminar, me gustaría saber por qué elegiste cerrar tu libro con unas páginas sobre el tema del cuidado y de la división de trabajo que se impone a las mujeres.
–Como filósofa feminista y feminista filósofa, me apasiona todo lo que tenga que ver con el cuidado. Sin embargo, me pareció importante complejizar o renovar las teorías del cuidado mostrando que la atención a los otros no se debe solamente a la historia de la socialización diferenciada por género –esto es, a la división sexual y racial del trabajo que asigna las mujeres al trabajo reproductivo como prioridad, y de acuerdo con una división racial que impone a las mujeres racializadas las tareas más difíciles del trabajo doméstico y el cuidado de otras personas–, sino también a la violencia. Ser atenta hacia otros, a lo que pueden decir, hacer, a lo que necesitan, quieren y desean, anticipar constantemente sus gestos, sus movimientos, sus voluntades, es también una manera que tienen las mujeres de protegerse a sí mismas de lo que otros les pueden hacer porque tienen el poder y básicamente el derecho de hacerlo. Es una forma de auto-defensa pero es agotadora porque implica estar siempre alerta, y también conocer a los otros lo mejor posible para prevenir el daño que puedan hacer. Esto delinea un mundo insoportable para algunas, un mundo en el que solo una minoría de dominantes vive en la ignorancia de lo que significa ser una presa. Este mundo, me parece, se tiene que terminar, incluso si eso significa que haya que romperlo a martillazos.