De repente hay que dejarlo todo. La vida cotidiana, la rutina, el trabajo, los amigos, la cama, la comodidad del confort del acostumbramiento. Las personas huyen y la ciudad se queda sin gente, vacía, como la nada cuando no hay respuestas. ¿Cuántas razones hay para dejar el lugar donde se vive? Una guerra, una inundación, un huracán, enfermedades, y también una explosión nuclear y el peligro de la radiación mortal. Las causas son distintas, pero tienen en común el color gris que deja el tiempo y la desolación. Todo el mundo sabe que en Chernobyl hubo un accidente en la planta de energía nuclear durante la Unión Soviética y la gente se tuvo que ir, pero nadie sabía bien qué pasó, cómo fue la trama del horror, previo y posterior, cómo los errores humanos revelan fallas del Estado, cómo el poder corrompe hasta deshumanizar. La serie de HBO vino a explicar un poco cómo fueron los hechos, y a desmantelar el imaginario sobre la situación política de la ex URSS. Una miniserie de cinco capítulos que muestra la cadena de errores, la cadena de silencios posterior, el encubrimiento genocida y el terror que vivieron las personas involucradas.
Era imposible hacer una serie sobre Chernobyl que no impacte y genere algún tipo de movilización interna, porque la historia en sí es desgarradora, pero la producción de HBO además logra hacer una obra de arte audiovisual, un entramado de suspenso, una genialidad narrativa, una plataforma política con grandes diálogos y los mejores actores con la gran Emily Watson como física nuclear que descubre la verdad de lo que estaba pasando en la planta, el sueco Stellan Skarsgård como el directivo al mando de las tareas de control y Jared Harris, el profesor que no va tolerar esas mentiras. “¿Cuánto cuestan las mentiras?” se preguntan desde los afiches promocionales. La serie muestra cómo se van muriendo las personas que estuvieron cerca del incendio de la planta, pero sobre todo se detiene en las mentiras posteriores que lanzaron los dirigentes soviéticos para intentar minimizar y ocultar los hechos para no cargar con la responsabilidad política y sus consecuencias, esa idea de que hay que defender al partido por sobre la vida de la gente, que termina siendo nefasta.
Las mujeres en la serie tienen la impronta del sentido común y la razón, la enfermera que se da cuenta que los pacientes van a necesitar pastillas de yodo para disminuir el impacto de la radiación, la mujer del bombero que recomienda no salir a la calle y luego hará todo lo posible para pasar las últimas horas con él; y la física nuclear que va dirigiendo los pasos a seguir para que la catástrofe no sea todavía mayor. La serie no ahorra mostrar los cuerpos descomponiéndose, no hay sutilezas, pone de manifiesto lo que pasó, una estrategia para contar el horror que no queda exagerada, porque la realidad fue tan horrorosa que la ficción difícilmente la pueda igualar. “Las arterías y las venas se abren como coladores hasta que no se les puede dar ni morfina para un dolor inimaginable. Y entre tres días y tres semanas están muertos”, describe el profesor.
Basada en el libro Voces de Chernóbil, de la escritora bielorrusa Svetlana Aleksievich, la serie tiene una ambientación oscura y lúgubre que aporta al clima de densidad saturada y detalla las causas y consecuencias del accidente: hubo un error humano durante una prueba de seguridad, pero también un estado que no permitía los controles internacionales ni injerencia alguna de la sociedad civil y ciudadanos que temían al partido más que a la posibilidad de perder la vida, esa sumisión provocada por el miedo que sería tan letal como la radiación. Hoy en día sigue sin saberse cuántas muertes provocó la catástrofe, pero se habla de que los efectos habrían llegado a 600 mil personas. Más de 30 años después, el hecho sigue siendo un hito histórico y cultural.
Chernobyl se emite los viernes a las 21 por HBO.