Asumir la voz del macho es el juego dramático que aquí se propone. Para hacer del género una zona indeterminada las tres actrices le dan al cuerpo cierta saña. Escupen y se mueven como lo haría un pibe de barrio que desde su actitud está diciendo que nada le importa. Entrenan para el partido de básquet y miran a Rocío, la chica perdida en la palabra que los tres usan para cerrar en ella un comportamiento. Pero en algún momento de la obra las tres actrices leerán el diario de Rocío y allí, sin una voluntad de actuación, solo con el registro de una lectura que aparece como testimonio, también serán ella. El cuerpo es en Un tiro cada uno, el territorio por donde los personajes pasan sin quedarse de manera definitiva.
Hay un cuerpo que nunca aparece pero que se nombra todo el tiempo. A Rocío la matan también con la palabra. De algún modo la borran, ella desaparece. Para violarla y asesinarla primero tuvieron que suprimirla, meterla en la serie. La dramaturgia que desarrolla el grupo Cabeza es etnográfica. Laura Sbdar, Mariana De la Mata y Consuelo Iturraspe investigaron los diferentes casos de femicidios y buscaron contar el drama desde la mano ejecutora del macho. Si los textos de Sbdar tienen algo del fraseo de Leónidas Lamborghini, aquí, en la escritura, dirección y actuación que las tres componen como una colectiva en escena, hay algo de la concepción que Lamborghini ensayaba sobre la parodia. El poeta decía que el gesto de la parodia implicaba apropiarse de aquello que se buscaba cuestionar para provocar hacia el interior del discurso una distorsión que señalara sus contradicciones. No se trataba de establecer una crítica distante, como si el artista fuera un ser ajeno al objeto de su exposición. Entrar en la voz del otro exigía embarrarse, como hacen Ale, P y Nacho pero, por sobre todo, como obligan a hundirse a Rocío. Entrar en el cuerpo que asesina es una acción que duele.
La presencia de las tres actrices como mujeres enredadas en el derrumbe de ser estos hombres, no se conecta tanto con las contradicciones del macho asesino sino con una forma de debilidad que se resuelve eliminando a la chica que podría estar caliente, deseosa, interesada por alguno de ellos. Es en el relato de la escena, en la acción que no se realiza ante los ojos del público, donde el cuerpo de Rocío es señalado como el lugar de la masacre. La actuación se convierte en la materia que examina el comportamiento de esos machos mientras se construyen desde la interpretación. El público puede observar los mecanismos a los que las actrices se someten para que estos pibes existan en la trama.
En los diálogos con los chicos que van a matarla, Rocío aparece en el coro que forman las tres voces. En Un tiro cada uno los personajes son de una pieza porque hay algo en la subjetividad que se ha destruido.
La acción que se desarrolla en la palabra (porque aquí se pone en práctica la noción de lo obsceno, entendida como lo que ocurre fuera de escena) es una decisión política donde los hechos son contados pero nunca mostrados. La lógica de la cabeza asesina es llevada a la instancia del lenguaje para intentar entender el camino que descubre en la palabra su preparación para el disparo. En la falta de emoción que las actrices sostienen pero que queda como una herida en el público, se nota que la empatía no es la tonalidad política que sustenta la puesta en escena. La piedad y el temor aparecen disociadas, como dos experiencias posibles pero sin que una logre darle cierta calma a la otra. Es una dramaturgia de la inquietud que le permite experimentar a lxs espectadorxs algo parecido a la voz interna de aquellos que son capaces de concretar la muerte.
Un tiro cada uno se presenta los sábados a las 21 en el Centro Cultural Rojas. Corrientes 2038. CABA.