PáginaI12 en Francia
Desde París
La emoción y la autenticidad soplaban desde el inmenso mar de la historia y acariciaban los rostros de los militares que sobrevivieron al desembarco aliado en Normandía, un seis de junio de 1944. Lo demás fue un trazo más en la funesta reconfiguración de las relaciones internacionales que el presidente norteamericano Donald Trump instauró cuando llegó a la Casa Blanca en 2016. La conmemoración de esta “batalla suprema” que movilizó el desembarco de 150.000 soldados aliados (31 países) y a la que siempre se definió como “el bien contra el mal” no diluyó las asperezas persistentes entre Trump y el presidente francés, Emmanuel Macron, y entre el jefe de Estado norteamericano y Europa. La unidad de las celebraciones fue una utopía surgida al borde del mar, en el cementerio norteamericano de Colleville-sur-mer. Los discursos de ambos mandatarios bastan como metarelato de una verdad que aprieta la garganta. Patriotera, militarista, encarnada en el esplendor de unos Estados Unidos “hoy más grandes que nunca”, la retórica trumpista destejió toda la armadura que, pacientemente, empezó a armarse con la derrota del nazismo. Macron, en cambio, resaltó lo que él mismo definió como “la promesa de Normandía”, es decir, el nacimiento del multilateralismo, la posibilidad de un acuerdo global entre las democracias liberadas que no puede quedar en el olvido: “Nunca debemos dejar de perpetuar la alianza de los pueblos libres”, dijo Macron.
Trump dedicó un elogio a “nuestro vínculo irrompible”, pero nada más. El viento se llevó sus palabras y quedó izada la bandera de la disputa. La historia actual se cuela por los poros y remite al episodio de un árbol que ha muerto: en abril de 2018, cuando Emmanuel Macron visitó la Casa Blanca, él y Trump plantaron un roble que Macron había traído de un campo de batalla de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). El árbol quería significar “la tenacidad” de la amistad entre Washington y París pero no soportó los tratamientos fitosanitarios impuestos por la administración norteamericana. El roble cuenta toda la historia de posturas inconciliables: la OTAN (Alianza Atlántica), Medio Oriente, la crisis nuclear iraní, la influencia de la Unión Europea o el comercio mundial. El ensayista francés Benjamin Haddad, director del programa “Europa” en el think tank Atlantic Council de Washington, lo cuenta impecablemente en el ensayo “El Paraíso perdido: Los Estados Unidos de Trump y el fin de las ilusiones europeas (Le Paradis perdu : L’Amérique de Trump et la fin des illusions européennes, editorial Grasset). En 2018, justo antes de aterrizar en Francia donde venía a participar en las celebraciones del centenario del Armisticio, Trump, a través de Twitter, había atacado a Macron y al Viejo Continente. Entre sus despechos escribió: “la Unión Europea es un enemigo”.
Es y lo sigue siendo. Su llegada a Francia estuvo precedida por su visita a Gran Bretaña, donde prometió todo el oro del mundo a cambio del Brexit. Trump odia a Europa y trabaja en su destrucción. Hace rato que la ilusión y la “diplomacia del beso” fueron recubiertas por el desencanto. Se puede medir la pesadumbre diplomática que se ha instalado en Europa bajo la intensa luz de la historia: Estados Unidos, junto a la Unión Soviética, fue el actor decisivo de la victoria aliada contra el nazismo. Luego, Washington respaldó la reconstrucción de la Europa de postguerra, se puso entre Moscú y el Viejo Continente como escudo protector durante la Guerra Fría y luego, cuando en 1989 el Muro de Berlín se vino abajo y, con él, el comunismo institucional, Washington fue un pilar de la reintegración de los países de Europa del Este. El mensaje trumpista es otro. De aliados, los europeos han pasado a ser adversarios molestos que todavía reúsan pasar a la edad adulta y admitir que su destino común ya no está más en el transatlantismo. El teatro diplomático ofrece en este mes de junio un imponderable resumen del mundo. Al mismo tiempo que Trump pasaba volando y con mala cara por los territorios de una conmemoración histórica, en Rusia, Vladimir Putin se quedó en Moscú para recibir al presidente chino Xi Jinping. Ambos conmemoraron en la capital rusa y en San Petersburgo los 70 años de las relaciones diplomáticas entre los dos países. Putin y Jinping ya se han reunido como 30 veces a lo largo de estos últimos 6 años. En la mitad de tiempo, Trump y los europeos se disputaron 300.