Margarita Bali estrenó en 1995 en el C. C. Recoleta Doblar mujer por línea de puntos, solo hipnótico a cargo de Gabriela Prado, una intérprete de una precisión asombrosa que bailaba sobre una mesa y una silla en escorzo desafiando la ley de gravedad. Abandonada en ese ámbito doméstico y tergiversado, el cuerpo y la expresividad de la bailarina reflejaban estados alterados: la desesperación, la soledad extrema, la pérdida de humanidad. El Cuarteto de cuerdas Nro. 1 de Gyorgi Ligeti era el acompañamiento ideal para el despliegue de movimientos cortantes y fragmentados que por momentos devienen fluidos para volverse de nuevo punzantes. Fue en el ciclo Contemporánea–Homenaje a Ana Itelman, pionera de la danza moderna argentina. Luego la obra desembarcó en el San Martín, giró por ciudades alemanas y se presentó en festivales de Irlanda y España. Este trabajo fue uno de los tantos de Nucleodanza, compañía independiente creada en 1974 por Bali y Susana Tambutti, que durante veinticinco años renovó la escena local y se proyectó en el exterior.
La obra renació el año pasado cuando Roxana Grinstein, directora del Festival de Danza Contemporánea de Buenos Aires, invitó a la coreógrafa a presentarla en la sección “Memorias en movimiento”. Hoy se puede ver los sábados a las 19 horas en el Teatro Payró, en una versión que incluye sorpresas en relación al original y que, a más de veinte años de su estreno, sigue impactando. Prado mantiene intacto su personaje de mujer desencajada, se luce sobre una escenografía en permanente declive. Es como una mujer–animal sobre y entre las diagonales de la mesa y la silla creadas por el artista Raúl “Pájaro” Gómez. Se desliza, salta, se pliega y descansa agazapada como un pájaro en una rama. Cuando la música se acelera no se queda atrás y logra figuras extrañas. Nunca está distendida, más bien al acecho, bañada de una música potente y sincopada. Su sombra se proyecta sobre un fondo blanco y la duplicación suma belleza.
En esta versión las proyecciones se amplifican. La obra ya no es solo el solo de danza, incluye una segunda parte con proyecciones de video y una performance con la presencia de Margarita Bali. Los videos remiten al estreno de la obra, a la actividad de Nucleodanza, al proceso creativo de Bali y Prado. Hay una mirada amorosa y humorística sobre el pasado y el presente, y la coreógrafa aparece en escena, dialoga con la intérprete, habla con el público y baila para desacartonar todo aún más. Lo hace con un encanto que dan ganas de haberla conocido antes. A los setenta y cinco años conserva una libertad, una gracia y una agilidad asombrosas. En este recorrido audiovisual se puede espiar la conmoción que significó Nucleodanza, el vuelo poético de Bali y Tambutti, el impacto de las vanguardias, la audacia de llevar a sus intérpretes a bailar en cúpulas de edificios o en los restos de un barco. Todo un material de archivo que rescata una de las etapas más prolíficas de la danza local y que revela lo que implica retomar una creación del pasado, volver a hacerla cuerpo. La dupla Bali-Prado lo hace desde una perspectiva nada solemne y muy humana.
“Realicé esta obra pensando en las posibilidades de quiebre del cuerpo humano, en el pasaje del tiempo, en cómo los objetos cotidianos se oxidan y se deforman, y en enfrentar lo que pasa con una mujer que queda abandonada”, comenta Bali sobre el original. “Es como una retrospectiva a todas las mujeres interpretadas en los solos que realicé, como si hubieran quedado sentadas en una mesa de bar debajo de un árbol y pasaran muchísimos años, y la silla y la mesa se hubieran destartalado en comunión con ella”, agrega. Ya desde el título, la pieza remite a la idea de mujer como un objeto manipulable. Prado lo expresa en los pasajes en que parece una marioneta movida por fuerzas externas, como si no pudiera salir de un encierro kafkiano. Por todo esto, vale la pena acercarse a un trabajo que, a más de dos décadas de su creación, sigue vigente.