Ha surgido en América Latina una diplomacia irresponsable, bélica, arrogante, indocta y muy peligrosa. La derecha diplomática contemporánea es un horror y debe suscitar una suerte de mueca de asco entre los conservadores latinoamericanos que, en décadas anteriores, sugirieron trazar las líneas estratégicas del lugar geopolítico que ocupaba América Latina. Nadie representa mejor la barbarie que corroe la diplomacia latinoamericana como el actual Secretario General de la Organización de Estados Americanos, la OEA, el señor Luis Almagro. El diplomático uruguayo recibió en nombre de la OEA el premio a la democracia otorgado por el Comité Judío Americano por la lucha contra el terrorismo, el antisemitismo y las dictaduras. Pero Almagro, en su discruso, se equivocó de continente, de temática, de época, de enemigos y le faltó el respeto a todo que lo somos. Este títere de Washington osó decir que “Irán y Hezbollah tienen una sólida base de operaciones en Sudamérica en alianza con la narcodictadura de Nicolás Maduro. Si fracasamos en Venezuela, representa una victoria para el terrorismo, la delincuencia transnacional organizada y el antisemitismo”. Esto es imperdonable. Ni siquiera está en juego el tema de Nicolás Maduro, o que sea de derecha o de izquierda, o que se tenga una visión ultraconservadora de las relaciones internacionales o de las alianzas oportunas o inoportunas, ni que se esté por o contra Maduro. Se trata de un acto de barbarie diplomática monumental. Irán y el Hezbollah no son nuestro tema ni nuestro conflicto sino de Occidente. Es sí, por la imborrable tragedia de los atentados contra la Embajada de Israel en la Argentina y el de la AMIA, un tema de la justicia argentina. En ningún caso un dirigente latinoamericano, en nombre de una organización panamericana, puede hacer nuestra la agenda de Washington, ni expandir la obscenidad del antisemitismo ni, menos aún, olvidar los cientos de miles de muertos que ha dejado el narcotráfico en varias de nuestras democracias. En lo que atañe al antisemitismo, seguramente el señor Almagro desconoce la extraordinaria capacidad de América Latina para hacer suyos a los semejantes. Nunca se paseó por Buenos Aires, ni por el barrio de Polanco, en Ciudad de México. No estamos en Europa y nada tuvimos que ver con la Shoah, con Auschwitz y el nazismo. Habrá habido y aun persisten retazos nauseabundos de antisemitismo, pero jamás ha sido una política de Estado. Muchos de nuestros países, en especial la Argentina, son hijos de la integración de los millones de judíos que llegaron a este lado de América huyendo del exterminio europeo. La insensatez del Secretario General de la OEA es una amenaza para nuestra identidad, nuestra soberanía, nuestra credibilidad en la escena internacional y nuestra manera de entender y aceptar a los otros.
Pero su alegato contiene otros atentados contra la verdad y la razón. Tratar a Venezuela de narcodictadura es ignorar las decenas de miles de muertos que el narcotráfico provoca en México o Colombia. El imperio de arriba tampoco es inocente: los narcos mexicanos y colombianos producen, transfieren al Norte su producto y los beneficios. El dinero del narcotráfico se blanquea en el sistema financiero occidental mientras los muertos por la violencia del narcotráfico ennegrecen las calles de nuestra América. Excelentísimos señores presidentes de Argentina y Brasil, saquen de ese puesto a ese personaje grosero, patotero e ignorante que repite, en nuestro nombre, lo que el secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo dijo en febrero de este año.
“Hezbollah tiene células activas y, con su accionar, los iraníes, están afectando a los pueblos de Venezuela y de toda América del Sur”. Si se quiere ser amable, lo que diga Pompeo representa muy bien la licuadora donde el Departamento de Estado mezcla los ingredientes del cóctel con el sabor de sus intereses, es decir, su confrontación con Irán, su pacto con Arabia Saudita, sus aficionados movimientos en el Líbano y Siria y, desde luego, su cruzada en Venezuela. Son sus temas y los destila con el mal gusto y la inoperancia que la administración de Donald Trump ya ha patentado en todo el planeta.
Nosotros no tenemos nada ver con eso. Sólo que sí, ahora nos compromete por deber Venezuela así como en los años 80, América Latina se comprometió en América Central para frenar la guerra que la Rusia comunista y la administración de Ronald Reagan habían exportado a Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Honduras. Un compromiso con sensatez y neutralidad, no ideológico. ¿Y dónde están los hombres del Hezbollah y los iraníes que aún no los hemos visto en esta década? Todo mezclado, armado con escoria y un oportunismo desenfrenado que rompe todos los pisos de la decencia diplomática. El Secretario General de la Organización de Estados Americanos ha sobrepasado la línea roja. Las confrontaciones ideológicas están atravesadas por muchos excesos. Esta exuberancia diplomática no es admisible. No hay narcodictaduras sino narcodemocracias. No hay antisemitismo sino antisemitas. Requerimos de diplomáticos juiciosos, con sagacidad y capacidad pedagógica, que puedan expresar lo que somos y no los odios ideológicos o los caprichos dictados por los imperios. Sus guerras nunca fueron las nuestras: hemos sido víctimas de ellas. El señor Secretario General de la OEA se cayó del mapa y del calendario. Es un hombre del pasado. No nos está representando como latinoamericanos sino que nos está insultando y degradando ante cualquier perspectiva de negociación. Nadie nos podrá tomar en serio. ¿Alguien puede imaginar a este Señor hablando ante la Unión Europea donde prima la cultura del diálogo y la negociación por más extenuante que sea? Es una vergüenza para cada una de nuestras democracias, para nuestro sueño de paz común, para nuestra tolerancia y nuestra identidad forjada por la conjugaciones de orígenes plurales.