La presentación en la Embajada italiana en Buenos Aires de parte de un funcionario incluía a dos músicos que extendieron la mano hacia el Cónsul. No pasó largo rato cuando un allegado le comentó al tano que existía un cantautor que el consideraba brillante y que se merecería un viaje a tierras itálicas donde poder mostrar su arte. El Cónsul se mostró interesado y repasó brevemente el cd. que le habían entregado. Cuando el allegado se retiró los dos músicos que estaban con él, señalando el trabajo discográfico empezaron a poner en dudas el arte allí encerrado y cuestionando ciertas costumbres non sanctas que acarreaba al artista ofrecido. Luego se autopromocionaron ellos mismos como posibles viajeros y representantes en lugar del otro- Y..sabiendo como es el tipo este, Sr. Cónsul no es un buen buen representante..hasta es posible que se gaste los dólares en señoritas antes que en el viaje,se explayaron con sonrisas cómplices, mintiendo arteramente.

Es que el prado donde conviven los músicos no está precisamente regado de verbenas ni florecillas: hay trampas para osos y frutos envenenados disimulados entre canciones de solidaridad y compañerismo. Conclusión: ni unos ni otros viajaron. El Cónsul que no era idiota, comprobó que el aire por aquí reinante era malo y designó a un cómico en lugar de esta comparsa de envidia y malos dichos. El dueño del cd, por suerte, ni se enteró. Nadie le dijo nada, para evitar derramamiento de sangre entre peninsulares.

 

* La muerte del padre de un amigo del músico sorprendió a todos. Tanto que uno de ellos, de apuro, se llegó hasta el velorio y para no dejar el instrumento-un contrabajo en su funda negra-dentro del coche lo bajó y entró en la sala mortuoria acarreándolo montado en rueditas.  Alguno, por lo bajo deslizó un chiste de humor negro sobre el formato y la rueda rió estúpidamente. Fueron los mismos que derramaron lágrimas cuando el músico se sentó y tocó allí mismo una sonata fúnebre de Bach y tan preciosa como homenaje al padre de su casi hermano. Es que la música cuando está bien dirigida e interpretada sirve para hacer chistes, derramar lágrimas y ayudar al espíritu que ha partido a que el viaje sea mejor y mas afinado.

 

* El pibe estaba ensayando con una guitarra nueva con cuerdas de acero. Lo hacía con tanta enjundia que no advirtió que habiéndose lastimado el dedo la madera frontal del instrumento se encontraba toda salpicada con su sangre. Sin guardarla siquiera la dejó finalizado el tema y se tuvo que ir a trabajar para cumplir el horario nocturno en la fábrica. El dueño de la guitarra, un poeta de aquellos, nunca la limpió y pasado el tiempo largo, cuando ambos ya estaban consolidados dentro de la Trova la desenfundó y le recordó al pibe, ya grandecito, que esas manchas oscuras que prevalecían sobre las junturas salpicando las vetas de la madera eran parte de su desangrarse en pos de un ideal. La emoción los dejó mudos a ambos, mientras afuera caía una llovizna intensa. De esta breves cosas es que la canción se nutre, de estas insignificantes postales de vocación y de preciosa locura es que las letras y la música se alimentan con la voracidad que suele adquirir el amor.

 

* La música fuerte en los bares parece querer generar un falso optimismo prepotente con esa perturbación sonora que no es mas que ruido, sumado a las puertas oxidadas o el correrse de algunas sillas que chillan como chicos muriéndose. En todo ello pensaba el pibe de la Trova mientras fumaba y esperaba a una dama. Entonces sucedió la epifanía: en medio del torbellino de batalla alcanzó a oir su tema propalado desde lo alto de un mueble donde se enseñoraba una radio. Era su primera vez, su primer tema escuchado. Comprendió veladamente que así sería su vida de música: hacerse oir entre el ruido, escucharse entre el kilombo. Cuando ella llegó el la saludó y se llevó el cigarrillo a los labios: le temblaba la mano.

 

* No había sexo ni buen cine ni dinero. Solo dictadura, inconciencia, desaparecidos, familias con ravioles los domingos, Mingo y Aníbal, luego de la misa en directo. No había libros, todo era extremista y estaba prohibido. Todo era caro, ajeno, perturbador y explosivo. Sin embargo se salía a la calle y se pensaba regresar con suerte y con vida; se armaban grupos de música y pululaban los controles de patrulleros en las esquinas, revisión de bolsos en busca de panfletos o drogas que desconocíamos. Hubo un líder, un grandote de barba mesiánica que juntó toda esa desesperación y encubierto en un sello, un logo y un sitio logró encauzar el manicomio de dispersión y miedo. Sería injusto atribuirle a él solamente el armado de tamaña secuencia de resistencia. No lo hizo solo él pero en mi prevaleció su nombre y su accionar inteligente -Tranquilo, tarde o temprano se van  a tener que ir, me susurró cuando le transferí mis terrores acerca de los milicos. -El sábado que vienen tocan ustedes, dijo y saludó con un empellón en mi hombro. Era el Turco Antún, el de Pablo el Enterrador, el que trabajaba de verdulero y componía y tocaba tan bien como cualquier dios urbano que se le atreve a la mismísima muerte que ni siquiera llevándoselo, le pudo ganar.

 

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