De lejos, desde el otro lado de la plaza, los tres pisos estilo cajón del Centro Cultural Roberto Fontanarrosa (San Juan y San Martín, Rosario) se ven como tres estantes de una biblioteca. No es vano vuelo poético de ocasión sino que efectivamente lo parecen gracias a una buena idea de diseño y cartelería, revestidos por dentro sus ventanales de piso a techo con impresiones fotográficas a gran escala de lomos alineados sobre metros de una tela plástica traslúcida.
Es la segunda Feria Internacional del Libro de Rosario desde su regreso el año pasado tras una década larga de ausencia y ya el público inventó un rito, que año a año se repite, como todo rito. Este consiste en tomarse selfies en la entrada con el fondo de la ya emblemática pared de libros que provienen de donaciones ad hoc. Una inspección atenta de los lomos de los volúmenes arroja títulos como: Outlook 2000, DR DOS 6, La Biblia del chat o El misterio del Dr. Fu-Man-Chú (tomo 1). Desechados por haber perdido todo valor de uso o de cambio, cumplen una temporaria función decorativa y se mantienen unidos gracias al principio de tensegridad. Como nosotros argentinos.
Creáse o no, Angelito, Jopitox y Herbert Catilina existen y andan firmando ejemplares o posando para la foto que pide la gente.
En la planta baja, trece editoriales independientes locales que respondieron a una convocatoria obtuvieron un stand gratuito. En la mesa del stand 14 de la librería Laborde, de a una y como llevadas por una atracción irresistible, niñas y mujeres de todas las edades se tientan y levantan sólo por un instante el libro ilustrado de Nadia Fink sobre la pintora mexicana Frida Kahlo, de la colección Antiprincesas (Chirimbote/Sudestada). Es como si quisieran al menos tocar un ratito esa otra femineidad posible, tenerla entre las manos.
Por toda la Feria anda un cabezudo con flequillo y mofletes de paño relleno, nariz puntiaguda y camiseta auriazul: es Angelito, el protagonista de Angelito y los orígenes de Central, una entretenida novedad infantil en historieta sobre historia del deporte local por editorial Homo Sapiens (ver página 10). Los chicos ya lo conocen, lo reciben con algarabía y se sacan fotos con él. Cuenta el editor Perico Pérez que el personaje se llama así en honor al futbolista Ángel Di María, y que lo recaudado por la venta del libro será destinado a la reconstrucción de la iglesia anglicana de Avenida Alberdi 23 bis, cerca del barrio inglés de los obreros ferroviarios. En el despacho de bebidas de aquella iglesia, en la nochebuena de 1889, se fundó lo que hoy es el Club Atlético Rosario Central.
El jueves, en el segundo piso, hubo una breve intervención escénica y política frente al stand 33, el de La Libre, la librería feminista en San Martín 1168 que es un proyecto del partido Ciudad Futura. Un drag queen cuyo nombre artístico es Jopitox explicó al público lo que es un drag queen: una representación de la femineidad con algunos elementos elegidos libremente. En su caso, eran unos hot pants semi traslúcidos, jopo y plataformas, y maquillaje fantasioso. Consciente del magnetismo que su montaje producía en las miradas, habló con una sencillez que desarmaba distancias, ya caminando un presente futuro en que la diferencia es normal y militando por que el derecho a ponerse lo que una quiera sin sufrir acoso sea un hecho. Luego leyó un pasaje del libro Todos deberíamos ser feministas, de Chimamanda Ngozi Adichie, un ensayo que empezó siendo una charla TEDx. Tanto el de Chimamanda como el de Jopitox son discursos para un público amplio, al que no se le supone un saber previo sobre lo que se dice.
Entre el stand 30 de Librería Sur y la puerta que separa el sector de ventas del segundo piso hay una mesita redonda, como de café parisino. Allí se sentaron el jueves a charlar una poeta rosarina y un escritor con ejemplares de su libro, un distinguido y afable señor de camisa blanca y traje negro que guardaba en uno de sus pliegues el teléfono celular que nadie querría robarle, un Samsung con teclado y tapita. El objeto circuló de mano en mano como una maravilla. Hay una memoria táctil de las cosas que tenían otra forma, y en esa humilde jactancia de su anacronismo tecnológico el escritor sedujo con un estilo olvidado, una acrobacia fina entre modestia y elegancia.
En la planta baja, trece editoriales independientes locales que respondieron a una convocatoria obtuvieron un stand gratuito.
De eso se hablaba en otras épocas cuando se decía cultura: una dulce gracia original. Ese viajero del tiempo, que se llama J. Horacio Castellani, contó que a sus veinte años trabajaba "de pinche" en la empresa Tritumol, donde se trituraban y molían huesos (de ahí el nombre). En sus raros ratos libres escribía textos literarios y los enviaba al diario La Tribuna, que se los publicaba con el seudónimo de "Herbert Catilina" y se los premiaba con cajas de jabón Cop. Recuerda con orgullo que conoció a su director. Dice seguir usando máquina de escribir. Con ella escribió una obra de más de 400 páginas que publicó hace tres años, que dejó en el edificio de la antigua oficina de Rosario/12 "y que alguien me juró haber visto en su biblioteca". Los ojos de la cronista ven el libro por primera vez. Los de la poeta se abren a universos paralelos y redacciones con senderos que se bifurcan. La cronista repregunta, ata cabos, deduce:
-Se lo dejó al ciego, al ciego del bar que cerró y yo nunca volví.
Los universos paralelos podrán ser científicamente posibles o no, pero los mentirosos que mienten sobre bibliotecas ajenas son más que probables. Y por los pasillos de la Feria pasan cosas novelescas y personas singulares. Más allá de los stands de venta y las presentaciones programadas, Rosario ha consolidado otro espacio de visibilización para las culturas locales (en plural), como también para el encuentro social y con los libros, con sus autores y con historias que abren caminos al pasado y al futuro de la ciudad.