El nombre de William Kotzwinkle puede sonar vagamente familiar a quienes crecieron durante los 80. Es que fue el encargado de “novelizar” el guión de E.T. El extraterrestre, la película de Steven Spielberg, una tarea que se le encomendó porque tenía una reputación ganada como autor premiado de libros infantiles y juveniles. Pero, por fuera de esa referencia, Kotzwinkle, novelista estadounidense nacido en Pennsylvania, es un autor casi desconocido y esta novela breve, El nadador en el mar secreto es, más que un rescate –operación hoy tan habitual que casi se trata de un género en si mismo–, un reencuentro. Y lo es porque El nadador en el mar secreto tuvo varias vidas y, en cada una de ellas, fue un gran éxito rápidamente olvidado. La primera fue en 1975, cuando se publicó serializada en la revista Red Book y recibió varios premios. La segunda en 2010, cuando fue editada en Inglaterra por el sello Five Leaves y tuvo reseñas fervorosas, especialmente la muy radiante que le dedicó el Times. Hizo falta, sin embargo, que Ian McEwan publicara en 2012 su novela Operación Dulce y que dos personajes, en un diálogo, coincidieran sobre la opinión de que este breve libro era su favorito. “Un libro sabio”, lo llaman. Se reimprimió y obtuvo el salto de las traducciones internacionales. Ahora lo acaba de publicar en Argentina China Editora, en una traducción impecable de Caterina Gostisa. En la nota final del libro, que incluye parte de un artículo publicado en El Cultural, Kotzwinkle le agradece a McEwan haber encontrado “el mérito artístico de este libro”, aunque él nunca volvió a leerlo porque, dice, “escribirlo fue un acto de desesperación”.

No tiene mucho sentido ocultar la trama de El nadador en el mar secreto porque es un libro de apenas 73 páginas y se llega a lo que sucede con relativa facilidad. No es de qué se trata lo que importa, sino cómo lo cuenta Kotzwinkle, y ese cómo es el motivo por el que el libro renace –paradójicamente– una y otra vez.

Los protagonistas son una pareja, Laski y su mujer, Diana. La novela no explicita dónde viven, pero se trata de un lugar aislado, en el norte, entre la nieve y las montañas y los bosques. Ahí tienen su cabaña. No son exactamente hippies pero sí se trata de una pareja a la Walden: artistas que necesitan de la naturaleza y la ausencia de tecnología, que eligen una vida primitiva. La naturaleza, sin embargo, les muestra una de sus caras más crueles. Diana está embarazada: le costó mucho concebir a su hijo. Cuando empieza el parto, van hacia el hospital más cercano, todo según lo planeado. No es una pareja descuidada, mas bien todo lo contrario. Pero ni la vida en los bosques, ni la paz mental ni la responsabilidad impiden que el parto se complique. El bebé nace muerto. Y Laski describe esa desgracia y los momentos que le siguen. 

El nadador en el mar secreto es una proeza de estilo y resulta casi increíble que Kotzwinkle haya escrito la novela a horas de la muerte de su hijo, porque se trata de un texto en parte autobiográfico. “La vida nos esclaviza, nos hace desear tener hijos, nos da miles de ilusiones acerca del amor, y todo eso con tal de poder avanzar”, piensa Laski en una de las pocas reflexiones en texto que es pura descripción y diálogo, los recursos justos para relatar ni siquiera el duelo, sino los momentos mecánicos, sobre todo de toma de decisiones, que le siguen a la muerte. El estilo es ascético, contenido y, al mismo tiempo, no elude ninguna escena macabra –y hay varias–. “Solo tenía que escribir lo que pasó de la manera que sabía”, dice Kotzwinkle, “y eso implicaba una prosa sencilla y clara”. El efecto es abrumador, como si los propios párrafos hicieran grandes esfuerzos por contener el desborde y la desesperación.

La muerte del hijo es, por supuesto, un tema literario. Los abordajes contemporáneos para tratarlo son tan distintos que resulta fascinante explorarlos. Joan Didion escribe sobre la muerte de su hija Quintana en Noches azules (2011), la continuación de El año del pensamiento mágico, donde narra la muerte de su esposo y los primeros tiempos de su viudez. Pero Noches azules no tiene la inteligencia ni la brillantez de El año..., como si Didion, siempre tan observadora y certera, no pudiese aplicar su escrutinio a las zonas oscuras de Quintana y, en consecuencia, a la compleja relación que tuvo con su hija adoptiva. Muy distinto es Mortal y rosa (1975) del español Francisco Umbral, un libro de prosa poética intensa y bella que narra con desborde la muerte del hijo de cinco años: “Lo que queda después de ti, hijo, es un universo fluctuante, sin consistencia, como dicen que es Júpiter, una vaguedad nauseabunda de veranos e inviernos, una promiscuidad de sol y sexo, de tiempo y muerte, a través de todo lo cual vago solamente porque desconozco el gesto que hay que hacer para morirse”. En 2016, el austríaco Wolfgang Hermann publicó La despedida que no cesa, sobre el duelo de su hijo adolescente, a quien él encontró muerto en la cama. A diferencia de Kotzwinkle, Hermann se tomó diez años para escribir sobre la muerte de Fabius y su vida sin él. Más inmediato es Lo que no tiene nombre (2013) de la colombiana Piedad Bonett, la crónica, entre el ensayo y el periodismo, de la enfermedad mental y el suicidio de su hijo Daniel, a los 28 años. El nadador en el mar secreto se suma a este corpus con una brevedad que resuena con el instante efímero de ese hijo que ni siquiera pudo vivir.

 


El nadador en el mar secreto
William Kotzwinkle
China Editora
83 páginas