Una parte importante de la población razona la energía desde una concepción neoliberal. Es uno de los grandes logros culturales del macrismo. Se requiere pues una labor seria para empezar a desarticularla, comenzando por lo básico. Esto es elaborar una definición de energía (y nuevos indicadores) de defensa y consolidación de los derechos de las mayorías, así como los de un aparato productivo e industrial moderno y competitivo. Una cuestión fundamental es saber que la salud energética de una Nación no es la salud de su balanza comercial ni la de su capacidad exportadora, sino la salud energética de la población. Pues bien, el gobierno de Cambiemos la está dejando empobrecida y enferma.
Para funcionar, el país necesita hoy la misma cantidad de energía eléctrica que en 2014. La generación no sólo disminuyó 8,9 por ciento en el primer trimestre de 2019, sino que es 5,3 por ciento menor a la de igual período de 2015. El descenso es tan importante que en el acumulado a marzo se generó la misma cantidad de energía eléctrica que la requerida por la Argentina en 2014.
El consumo residencial de electricidad cayó en 18 provincias de las 22 interconectadas. Los hogares demandaron un 6,4 por ciento menos de electricidad entre enero y marzo de 2019 en relación al mismo período del año anterior. Es la peor caída desde 2013. Respecto de 2015 es -2,7 por ciento. El consumo industrial cayó en 2019 respecto de 2018, primer trimestre, en 19 provincias de las 22 interconectadas. Cabe recordar que la demanda de electricidad del sector industrial y de grandes comercios termina 2018 registrando un retroceso del 1,3 por ciento interanual. La diferencia respecto de 2015 es de -4 por ciento, mientras que es de -3 por ciento en relación a 2013.
La demanda industrial y de grandes comercios se vino abajo 8,5 por ciento interanualmente en 2019, acumulado a marzo. Es la peor caída desde 2013. Respecto de 2015 es -8,6 por ciento la diferencia y -6,0 por ciento menor a 2013; esto es, seis años atrás.
El consumo de naftas y gasoil se ubica a niveles de 2016, al descender 4,6 por ciento interanualmente en el acumulado a marzo, nivel mercado interno. Es la peor caída desde 2010. El consumo retrocedió prácticamente a los niveles de 2016. La elaboración de combustibles está por debajo de 2015, al retroceder 7,4 por ciento en el primer trimestre. Es la peor caída desde 2014. Los niveles de elaboración cayeron por debajo de los de 2015 (-1,5 por ciento). La refinación de petróleo retrocedió a niveles de 1995-1997: el procesamiento de crudo total se desplomó 5 por ciento en el primer trimestre de 2019. Se trata de la peor caída desde 2009. La magnitud de la caída es tan drástica que hoy el parque de refinación procesa cantidades semejantes de crudo a las del período 1995-1997.
Los hogares consumieron en 2018 la misma cantidad de gas que en 2011. En la comparación con 2015, la caída es del 6,0 por ciento. En 2018, unos 8,4 millones de usuarios residenciales consumieron menos gas que en 2015 y también menos que en 2012. Los volúmenes entregados por las licenciatarias de distribución en el tercer año de gestión neoliberal para esta categoría de usuarios son similares a los de 2011.
También hubo la segunda peor expansión de la red de gas domiciliaria de la historia entre 2016 y 2018 después de la de 2001-2003. En relación al mismo período inmediato anterior (2013-2015) la caída fue del 32 por ciento. En cantidades, la administración Macri en tres años de gestión incorporó 152.678 usuarios residenciales menos que los incorporados durante los tres últimos años del segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner. Al contrastar 2016-2018 con los anteriores períodos kirchneristas los valores son: -44 por ciento sobre 2010-2012; -48 por ciento sobre 2007-2009 y -38 por ciento sobre 2004-2006 (primeros tres años enteros del gobierno de Néstor Kirchner).
En el gobierno de Macri se retomaron masivamente las exportaciones de gas natural en detrimento del mercado interno y la seguridad energética nacional. Igual para el caso del petróleo liviano, cuyas exportaciones comenzar el segundo semestre del año pasado. El FMI, por otra parte, contribuyó a esa sangría de recursos desde su necesidad de hacerse de dólares frescos para financiar el blindaje de más de 50.000 millones de dólares. Gracias al buscado desplome del consumo doméstico, sobran gas y petróleo. Mientras la expansión de la red de gas domiciliaria retrocede a valores de casi dos décadas atrás, la infraestructura gasífera y petrolera que avanza y se inaugura es toda con destino exportador, tal y como sucedió en los noventa. Ejemplo de ello son los denominados Gasoducto Vaca Muerta y el oleoducto Loma Campana-Lago Pellegrini, ambos para canalizar el excedente de recursos no convencionales de Vaca Muerta.
“La prestación de servicios de energía adecuada y confiable a un precio asequible, de una manera segura y ambientalmente benigna, y de conformidad con las necesidades del desarrollo económico y social, es un elemento esencial del desarrollo sustentable. La energía es vital para erradicar la pobreza, mejorar el bienestar humano y elevar el nivel de vida”. Esta definición, poco conocida, pertenece al Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud y al Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas (ONU/Daes). Es, precisamente, la definición adoptada por el Plan Energético Nacional lanzado en 2004 por Néstor Kirchner, profundizada por Cristina Fernández e implementado exitosamente por el Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios desde entonces y hasta 2015. Aquella política, con sus defectos y virtudes, le faltó su sustento cultural. El tarifazo neoliberal brinda una inmejorable oportunidad para avanzar en esta dirección, al mostrar lo que sucede cuando la energía se abandona como derecho social y pasa a ser una mercancía más